Fe y Obras

Santa Mónica y San Agustín: querer y poder

 

 

27.08.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Hizo muy bien la Iglesia católica cuando, en su día, situó uno detrás de otra las festividades de dos santos muy particulares: Santa Mónica y San Agustín o, lo que es lo mismo, madre e hijo.

Sabido es que Agustín no era un hombre muy dado a lo religioso católico sino que, más bien, se dedicó a vivir la vida de una forma perfectamente mundana.

También es conocida la profunda de fe su madre, Mónica. Ella dedicó toda su vida a pedir, entre otras cosas, por la conversión de su amado hijo al que veía perdido para Dios y para lo sobrenatural pues ya había “conseguido de Dios” la de su marido que se bautizó poco antes de morir. Tanto insistió a Dios y, seguramente, tantas lágrimas debieron salir de sus ojos que el Creador envió un mensaje a Agustín. Aquel “toma y lee” que escuchó aquel vividor del mundo pero, en el fondo, buscador de Dios, le llevó a abrir la Santa Biblia por un pasaje, en concreto la Epístola a los Romanos (13, 13-14) que decía exactamente :”nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos … revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias.”

Nada, desde entonces, podía ser lo mismo para aquel hombre pues no podía ser casualidad ni que escuchara aquella voz de un niño que le dijera que leyese las Sagradas Escrituras (cuando él buscaba luz para su vida) y, acto seguido, que la parte de las mismas que al azar leyera fuera la que tan bien se refería a su vida, a su perdida vida. Corría, entonces, el año 386.

Un año después Agustín se bautizó y su madre, que tanto había pedido y tanto había orado, seguramente sintiendo que había cumplido su misión, falleció poco tiempo después del bautismo de su querido hijo.

Todo aquello, pues, es un ejemplo de lo que puede suponer querer y poder.

En realidad, muchas veces se dice que querer es poder pero, humanamente sabemos que siempre eso no es así. Sin embargo, en asuntos espirituales, nada es imposible con el concurso de Dios y con su gracia. Y, por eso, debemos implorar que la que nos ha otorgado nos recomiende lo mejor para nuestras vidas o sepamos pedir por las vidas de los demás.

Mónica, santa, y Agustín, obispo, santo y padre de la Iglesia católica, supieron lo que querían (aunque el segundo tuviera mucha ayuda) y, acto seguido, no cejaron en el intento de conseguirlo, tuvieron perseverancia en su fe y por nada del mundo limitaron ni su oración ni su acercamiento a Dios.

En realidad, aquellos que nos miran desde el definitivo Reino de Dios (también llamado cielo) saben que nosotros también somos capaces de conseguirlo. Eso, claro, en caso de que no miremos para otro lado en cuanto a nuestra fe se refiere.

Santa Mónica y San Agustín, rogad por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net