Cartas al Director

Necesidad de un proyecto nacional

 

“La concordia hace crecer las pequeñas cosas, la discordia arruina las grandes”
Salustio
Historiador latino

 

 

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 05.03.2014


En más de una ocasión he expuesto mi idea de que la crisis, no era simplemente económica. Los goznes venían chirriando desde hacía tiempo y su rechinar era cada vez más hiriente. Su exasperante sonido era la alarma de lo que se estaba gestando, pero nadie quiso escucharla. La presión social fue aumentando día a día hasta que la tapadera de la olla ha saltado por los aires y ha dejado al descubierto toda o una buena parte de la inmundicia que la misma contiene en su interior. Y aun así, nadie es capaz de tener un punto de humildad, de honradez, hacer un ejercicio autocrítico, reconocer sus culpas y tomar las medidas necesarias para corregir las causas que han corroído los cimientos del pacto democrático que con tanto esfuerzo, voluntad y sacrificio, construimos en el 78.  Unos a otros, groseramente, tratan de tapar obscenamente sus propias vergüenzas, acusándose con el clásico: “y tú más”.

Esta situación pone de manifiesto que la crisis económica no es más que el fruto de la putrefacción ética y moral que la ha generado durante años.

No es de extrañar por tanto que los españoles estemos hartos de la soberbia de unos y el sectarismo de otros, muros que les impiden alcanzar los acuerdos que a voces está reclamando la sociedad.

Sin embargo, si hacemos un balance global de lo logrado en los últimos 40 años, a pesar de todo lo antedicho, habremos de reconocer, que en todos los sentidos, hemos progresado notoriamente en estas cuatro décadas. Entonces enfocamos el futuro llenos de esperanza. Hoy, a pesar de las sombras, gozamos de realidades palpables. No permitamos que al amparo del rio revuelto, llenen sus redes los pescadores oportunistas que quieren arrasar con todo.

Aquellos que tienen cuarenta años o menos, habrán escuchado hablar de la transición, pero lógicamente como no la vivieron, pocos son los que la conocerán más allá de lo que es un hecho episódico de nuestra vida política y naturalmente, ignorarán la trascendencia que ha tenido en los últimos 40 años de la vida española. Pienso que no estaría demás recordar la importancia de aquella trascendental etapa, sobre todo ahora que hay elementos políticos que: “prometen acabar con el “régimen” de la Transición”.

Denominar “régimen” al proceso constituyente español, es adulterar, desnaturalizar y desfigurar la verdad; es corromper la realidad. Una realidad que supuso muchos sacrificios a todos los que en el mismo intervinieron y hay que recordar que el resultado del proceso se cerró con la aprobación en referéndum de la Constitución española por una abrumadora mayoría que alcanzó nada menos que el 88,54%.

Medios de comunicación afectos a esa izquierda que siempre está a favor de lo que contribuya a destruir España, han publicado textualmente que “Más de la mitad de las personas que pueden votar en España no pudo hacerlo en 1978 cuando tuvo lugar el referéndum constitucional.

Que menos del 40% de la población española que tiene actualmente derecho a voto pudo participar entonces.

Y que partidos y organizaciones de izquierdas claman por la celebración de un proceso constituyente”.

Los argumentos no pueden ser más malintencionados, porque si atendemos a los mismos, en estos momentos, la Constitución de Estados Unidos, que afecta nada menos que a 316 millones de personas, no la ha votado ninguno de los estadounidenses, ya que la misma se promulgó en 1788, hace 227 años.

Lo mismo podría decirse de otras muchas constituciones de la mayoría de los países democráticos. Pero hablemos claro. Existe una parte de la izquierda, que sea como sea y a costa de lo que sea, aún quiere ganar nuestra triste contienda civil, a pesar de hacer ya 76 años que la misma terminó; una izquierda que ni vivió ni sufrió los efectos de esa guerra que enarbolan como pretexto y que utiliza medios tan infames como el intento de envenenamiento de la conciencia de los españoles, aprovechando cualquier coyuntura que se les presente, como por ejemplo el descontento generalizado por la corrupción política, ampliado por el drama sufrido por muchas familias como consecuencia de la crisis económica.

Sin embargo, las dramáticas circunstancias coyunturales por las que atraviesan muchas familias españolas, no son motivo para invalidar aquel histórico proceso que ahora quieren dinamitar. Por eso conviene reivindicar los valores de la Transición que fueron transcendentales para todos nosotros.

No quiero caer en la exageración de identificar a la Transición con Adolfo Suárez, pero lo cierto es que pocos historiadores que se hayan acercado rigurosamente a este periodo han renunciado a considerarle el más relevante protagonista de la misma. Algunos han llegado a afirmar que la Transición, fue de alguna manera, su obra. Y García de Cortázar ha dejado escrito que Suárez fue “el verdadero artífice de la transición de una dictadura extenuada a una democracia entusiasta”.

Son muy pocas las personas que saben que Suárez fue uno de los líderes de Unión del Pueblo Español, una de las escasas asociaciones políticas salidas del llamado espíritu del 12 de febrero, promovido por la fuerte presión del Rey Juan Carlos, por Arias Navarro, el último presidente del Gobierno del franquismo y primero de la monarquía juancarlista.

Ante los oscuros nubarrones que ensombrecían en aquellos años nuestro incierto futuro, Adolfo Suárez supo inyectar una gran dosis de entusiasmo colectivo que surgía del sabernos todos protagonistas de la historia.

Hoy no sabemos valorar el esfuerzo realizado por el Gobierno centrista y las Cortes Constituyentes, que en poco más de un año fueron capaces de poner punto y final a una larga historia de conflictos y guerras civiles. Había llegado el momento de la reconciliación, el respeto y la tolerancia: Ese fue el compromiso de convivencia y libertad que los españoles sellamos al aprobar la Constitución de 1978 y que la izquierda radical, con la colaboración ingenua de algunos e interesada de otros, ahora pretenden destruir.

Los españoles habíamos aprendido bien la lección y lo que menos queríamos era volver a enfrentarnos hermanos contra hermanos, por eso hicimos de la Transición el más hermoso ejercicio para la tolerancia. Sabíamos que ese era el único medio de que cerrasen las heridas del pasado, aunque nos quedasen las cicatrices, las huellas que habrían de recordarnos los errores que jamás deberíamos volver a cometer. ¿De qué habría de servir preocuparnos por el pasado, cuando estaba en juego nuestro futuro?

El desafío obligado para los españoles en la Transición, era encontrar la forma de vivir juntos, ser capaces de superar una historia repleta de traumas y frustraciones. La España de todos y para todos que hoy hay quien quiere destruir, se nos ofrecía entonces como una España posible. ¡Y la logramos!

Conservémosla. Solo nos falta la persona que al igual que el honorable Tarradellas en aquellos años, con visión de futuro, con empuje, con firme propósito y entusiasmo, nos diga: “Hay que buscar, como sea, pero pronto, una ambición, un proyecto nacional que haga que los españoles recuperen la confianza en el destino del país”.

César Valdeolmillos Alonso