COMPARTIENDO DIÁLOGOS CONMIGO MISMO

LA OBRA DIVINA

"Dios eligió los débiles del mundo para confundir a los fuertes" (1 Cor., 1, 27)

 

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 19.11.2015


Somos el rostro visible que busca lo invisible del rastro.
Necesitamos salir de nuestro cuerpo, hallarnos y vernos.
Nos basta reconocer la voz de Dios y su imperecedero verso.
En la perenne poesía es donde el alma crece y se recrea.
Creciendo, maduramos; y recreándonos, sí que florecemos.

Más allá de un horizonte traspasado, nada es lo que es.
Porque lo que es nada, germina como un todo, ante Dios.
De la nada, hizo un orbe de andariegos en busca de sol.
Y por la nada, un cielo, donde recluirse para reflexionar.
Cobijándonos unos a otros, amamos; pensando, existimos.

Detrás de cada día siempre se halla el Creador y su silencio.
El azar no existe para el dador de vida, no conoce el ocaso.
El destino, al fin, nos lo bordamos cada cual consigo mismo.
Y así, cada obra de amor urdida, es un pulso y una pausa.
Quien sabe leerse sus interiores, también sabe trascenderse.

Reconoce en sí mismo y en su análogo, al Padre de todos.
Quien reconcilia el mundo en nombre del Padre es el Hijo.
Por obra del Espíritu, nos ponemos en camino, a la gloria.
Quien a Dios llama, jamás se extravía, pues siempre responde.
Sólo Él derrama fuerzas para ser su obra, para seguir su luz.

Jesús que desciende de las alturas se abaja hasta la muerte;
pero hace de la muerte, un rosario de soledades y esperanzas,
porque tras este sucumbir de cruces, en cada madrugada,
nos espera el asombro, sentir el éxtasis de nuestros pasos,
concebir el paraje hacia lo eterno, el pasaje hacia lo perpetuo.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
19 de noviembre de 2015