A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

LA PARÁBOLA DEL RICO EPULÓN Y EL POBRE LÁZARO

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 30.05.2015


La Palabra:

                En aquellos días dijo Jesús esta parábola: «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba cada día espléndidos banquetes. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham.

Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama."

Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros." «Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento." Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan." El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán."Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite."» (Lucas 16, 19-31)

Reflexión:

                La imagen de dos almas, una arruinada por la arrogancia y la opulencia, mientras la otra es devastada por la indiferencia de los que lo aglutinan todo; debe hacernos reflexionar. Hoy más que nunca necesitamos ahondar en nuestro comportamiento, máxime en un mundo en que cada día se acrecientan mucho más las desigualdades. No es de recibo permanecer en la pasividad. Evidentemente no hemos sido creados para este mundo, sino para tener los ojos puestos en el cielo, nuestro verdadero tesoro y nuestro verdadero fin. Por consiguiente, sería bueno hacernos el siguiente propósito…

Si el Señor derribó a los poderosos
del pedestal y enalteció a los humildes,
proclamemos la humildad como abecedario.
Si el Señor a los hambrientos los colmó de bienes,
mientras a los ricos los despidió con las manos vacías,
pregonemos la disminución de los deseos y la multiplicación del amor.

                Evidentemente, hemos de encadenarnos al amor de amar amor. A propósito, me identifico con lo que decía el inolvidable Nelson Mandela, al respecto: "Erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia". Sabemos que cada día son más las personas que ni siquiera tienen lo estrictamente necesario para vivir, y lo que es aún peor, también le hemos robado la esperanza de un futuro mejor. Por tanto...

Sepamos consolar con la mirada.
¿Qué es la vida, sino una manera de saber mirar?
Quien no comprende una mirada tampoco se verá asimismo.
No verse a través de nadie es no sentir el corazón hermanado.
No seamos como el rico epulón que finge no haber visto al pobre Lázaro.
Al final, Dios que es amor, pone los ojos en las manos limpias, no en las llenas.

                No podemos dejar de lado que desde la pobreza del pesebre hasta el total desprendimiento en la Cruz, Él se hizo uno con los últimos. Nos orientó el desapego de las fortunas, nos mostró la confianza en Dios, la disponibilidad a compartir. En consecuencia...

De los ricos es el reino de lo mundano, únicamente por ser ricos.
¿De qué nos sirve poseerlo todo, si al final no tenemos tiempo para el disfrute?
Sin embargo, de los pobres será el reino de los cielos, únicamente por ser pobres.
Es de justicia que el reino de Dios sea un reino de reparación ante la injusticia humana.

                Sin duda, el reino de Dios pertenece a los pobres, los cuales, según algunos santos Padres, pueden ser nuestros abogados ante Dios. Por ejemplo, San Gregorio Magno, comentando la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro, escribe:  "Cada día podemos encontrar a Lázaro, si lo buscamos, y cada día nos encontramos con él, incluso sin ponernos a buscarlo. Los pobres, que podrán interceder por nosotros en el último día, se nos presentan también de modo inoportuno y nos hacen peticiones... Ved bien que no conviene rechazarlos, dado que quienes nos piden algo son nuestros posibles protectores. Por tanto, no desaprovechéis las ocasiones de obrar con misericordia" (Hom. in evangelia, 40, 10:  PL 76, 1309).  En cualquier caso, tengamos presente siempre…

Que hay mayor gozo en donarse que en recluirse.
Que hay mayor felicidad en sembrar que en recoger
Que hay mayor placidez en asistir que en abstenerse.
Pues si yo pienso en el hermano, seguro que Dios piensa en mí.

                A poco que nos adentremos en esta parábola, descubriremos que realmente, es desde la pobreza  y, a pesar de mi insignificancia, como puedo reconocer que el Creador está en mí. Esta es la grandeza de esta narración, cuya enseñanza es bien clara: cada uno de nosotros debe utilizar los bienes de manera solidaria, sin derroches, haciendo un buen uso y un uso compartido, despojado de todo egoísmo. Justamente:

Porque somos de Dios y hemos de volver a su Reino,
en lugar de comer sin necesidad, alentémonos a vivir con poco,
para no acrecentar las maletas del cuerpo y dejar al alma que se ensanche.
Que un alma grande está por encima de esta mundanidad de mercados sin corazón.

                Al fin y al cabo, todos tenemos la necesidad de sentirnos amados. Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios. ¿Cuántas veces evadimos interrogarnos sobre nuestra falta de fe? Jesucristo nos dice muy rotundamente: Si no oyen a Moisés y los Profetas, tampoco creerán si un muerto resucita. Pidamos, pues, hoy a Jesucristo, bajo la intersección de María, su Madre, que como fruto de esta reflexión nos conceda el don de la fe, para retornar a la experiencia de total dependencia de Dios. Y así, el mundo entienda que "no vive el hombre sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca del Señor "( Dt 8: 3). No olvidemos que es el hambre de vida, el hambre de amor, lo que más nos aflige y desconsuela, a pesar de creernos autosuficientes y algunos hasta dioses. Todo lo contrario a lo que dice el Evangelio que llega, cabalmente al punto más alto en la humillación de Jesús. Ahí debe radicar la fuerza de sus seguidores, en ser tan humildes como el polvo del camino, o como ese niño que se deja guiar por el amor y por la ternura de sus progenitores.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
30 de mayo de 201
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