Tribunas

¿Por qué unos tienen vocaciones y otros no?

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Nuevos sacerdotes en Francia.

 

 

 

 

 

Ahora que estamos en tiempos de reflexión vocacional, que la Conferencia Episcopal anuncia un Congreso nacional vocacional –vuelve la época de los Congresos, quizá no sólo por eso de la necesidad del calor de la compañía-, podemos preguntarnos por qué hay realidades de Iglesia, incluso contra viento y marea, que tienen vocaciones y otras no.

Si partimos del supuesto de que la vocación es un don de Dios, una gracia propuesta que hay que entender y recibir dentro del marco del juego entre la invitación divina y la libertad humana, tenemos un primer presupuesto que nos remite a la conformación de la conciencia personal, un santuario de lo íntimo que sólo se esclarece en la clave del misterio de Dios y del misterio que es cada persona.

En el proceso de conformación de ese santuario de decisión personal juega un papel destacado la formación de la conciencia.

De mis conversaciones con alumnos, y alumnas, sobre esta cuestión percibo que la formación debe tener en cuenta un ambiente y un clima cultural que apunta hacia procesos como la debilidad del compromiso, la instalación en el momento de satisfacción emotiva, la inviabilidad de las ofertas de sentido que vayan más allá del “like” que hace que la verdad, incluso sobre mí mismo, se corresponda con lo que confirma sus arraigadas percepciones.

O el hecho de que lo complejo de la vida se entiende como un gran problema. La propuesta vocacional debiera des-problematizar lo que en sí se percibe como un gran problema.

Con frecuencia se ha dicho que quienes institucionalmente tienen vocaciones en la Iglesia es porque aíslan al sujeto de su realidad ambiental y le introducen en un microclima alternativo, abstraído de la capacidad de interlocución con el sujeto contemporáneo.

No creo que la clave sea el aislamiento, sino la prioridad de contenidos y métodos de formación de esa conciencia.

Partiendo de un conocimiento de la realidad del mundo vida de los jóvenes de hoy, ofrecen una propuesta que satisface sus expectativas y facilita el sí vocacional en clave de un acompañamiento que respeta la libertad.

Para el desarrollo del despertar vocacional me parece que lo primero que tiene que ser la propuesta es atractiva, no decadente, ni repetitiva, ni manida. Lo más atrayente es el testimonio de los otros. También en la estética de la forma de vida y de la forma en la que se presenta.

Voy a poner un ejemplo que he descubierto estos días gracias a una entrevista publicada en “Omnes”. El del monasterio cisterciense de Heiligenkreuz.

“Mientras el número de vocaciones religiosas en Europa disminuye desde hace décadas, los monasterios se disuelven y las provincias religiosas se fusionan, Heiligenkreuz está en pleno auge: con casi 100 monjes, cuenta con el mayor número de miembros desde su fundación en 1133”, leo.

El abad del monasterio, Maximilian Heim, señala que “la Vigilia de los Jóvenes se ha convertido en el motor de la pastoral juvenil regional de Heiligenkreuz. Cada viernes, entre 150 y 250 jóvenes entusiastas se reúnen para alabar a Dios, escuchar su palabra, adorarlo en la Eucaristía y reconciliarse con Dios y entre sí en la confesión. Es como un curso básico de fe católica que permite experimentar la práctica religiosa”.

¿Se trata de lo de siempre? No sólo. Se trata de afirmar que hay que ser tradicional o que por ser tradicional se tienen más vocaciones, no.

Quizá de lo que se trate es de dar forma no a lo tradicional por tradicional, sino a lo que satisface el corazón del hombre, la relación, con Dios, oración, con los otros, comunidad; la formación doctrinal, la educación en las virtudes, y mucha alegría.

Las modas son pasajeras; las ideologías tienen fecha de caducidad; los sucedáneos no satisfacen. Lo auténtico permanece, como permanece la necesidad de dar sentido a la vida.

 

 

José Francisco Serrano Oceja