Tribunas

Culmina el Año de la Familia

 

 

Jesús Ortiz


 

 

 

 

 

Culmina estos días el Año de la Familia con el X Congreso Mundial celebrado en Roma con la asistencia de unos dos mil delegados y treinta ponentes, la mayoría son matrimonios, y la Misa del sábado 25 por la tarde, con el papa Francisco. Empezaba el año pasado en la fiesta de san José, a los seis años de la Exhortación apostólica «Sobre el amor en la familia» (Amoris laetiticia), un texto que el papa Francisco dedica a la belleza y la alegría del amor familiar. El lema para esta celebración en Roma y en las diócesis es bien claro, «Amor familiar: vocación y camino de santidad».

Puede ser buena ocasión para volver sobre algunos aspectos enraizados en la antropología cristiana que está en la raíz de su enseñanza sobre la dignidad personal y sobre la familia, pues el futuro de la humanidad se fragua en la familia, aunque no todos lleguen a verlo. La Iglesia hace un servicio a los hombres cuando muestra que la familia es el santuario de la vida y esperanza de la sociedad.

 

Sobre el amor en la familia

La Exhortación desarrolla aspectos fundamentales del evangelio de Jesucristo que recupera y lleva a su plenitud le proyecto divino inicial desde la creación de Adán y Eva. Desde esta clave cristocéntrica subraya que el bien de los cónyuges incluye la unidad, la apertura a la vida, la fidelidad y la indisolubilidad, y dentro del matrimonio cristiano también la ayuda mutua en el camino hacia la más plena amistad con el Señor. Una vocación y camino de santidad para la mayoría con la misión gracias al sacramento del matrimonio que fortalece y acompaña a los cónyuges a lo largo y ancho de su vida.

Por su propia naturaleza el amor conyugal se vuelve fecundo y acoge una nueva vida, aunque a veces no es acogida sino más bien rechazada por una mentalidad contraceptiva que se ha ido extendiendo, según las palabras serias del Papa Francisco: «No puedo dejar de decir que, si la familia es el santuario de la vida, el lugar donde la vida es engendrada y cuidada, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar donde la vida es negada y destrozada. Es tan grande el valor de una vida humana, y es tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente que crece en el seno de su madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano. La familia protege la vida en todas sus etapas y también en su ocaso».

Dos capítulos ayudan a en particular al crecimiento del amor conyugal y familiar; de un lado el capítulo cuarto al exponer con detalle que el amor en el matrimonio es crecimiento en la caridad conyugal, siguiendo el himno a la caridad de san Pablo, un amor apasionado que se vuelve fecundo. Por su parte el capítulo octavo desarrolla la pastoral y discernimiento de las situaciones irregulares y de familias heridas, tratando de iluminar algunas crisis, angustias y dificultades. Y el último dedicado a la espiritualidad matrimonial y familiar.

 

Antropología cristiana

La antropología cristiana presentada con brevedad por el Vaticano II deriva de la creación del hombre para ser feliz en compañía de su seres queridos y con una vocación plenamente iluminada por Jesucristo. Por su íntima naturaleza, el hombre es un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás, algo que la mayoría vive en el seno de la familia a partir del matrimonio que, para los cristianos, es sacramento y camino de santidad y de evangelización.

Recordemos que el Concilia reunió las experiencias de otras religiones y culturas, y proponía algunos puntos básicos sobre la felicidad de hombres y mujeres, aun en medio de las tormentas ideológicas y los intentos de sustituir principios comunes a la naturaleza humana para configurar un post humanismo y una post sociedad.

Y afirmaba que «Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos. Pero, ¿qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre sí mismo. Diversas e incluso contradictorias. Exaltándose a sí mismo como regla absoluta o hundiéndose hasta la desesperación. La duda y la ansiedad se siguen en consecuencia. La Iglesia siente profundamente estas dificultades, y, aleccionada por la Revelación divina, puede darles la respuesta que perfile la verdadera situación del hombre, dé explicación a sus enfermedades y permita conocer simultáneamente y con acierto la dignidad y la vocación propias del hombre» [1].

«La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más altos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano. Lo único que puede llenar el corazón del hombre es aquello que "nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti"».

 

El matrimonio camino de santidad

De la vocación a la santidad hablaba san Josemaría a los matrimonios, a los que cariñosamente bendecía con las dos manos, porque no tenía más: «Los casados están llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión; cometerían por eso un grave error, si edificaran su conducta espiritual a espaldas y al margen de su hogar. La vida familiar, las relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el esfuerzo por sacar económicamente adelante a la familia y por asegurarla y mejorarla, el trato con las otras personas que constituyen la comunidad social, todo eso son situaciones humanas y corrientes que los esposos cristianos deben sobrenaturalizar».

"La fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se enfocan los problemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber. La caridad lo llenará así todo, y llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diariaˮ.

«Santificar el hogar día a día, crear, con el cariño, un auténtico ambiente de familia: de eso se trata. Para santificar cada jornada, se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en primer lugar y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría... Hablando del matrimonio, de la vida matrimonial, es necesario comenzar con una referencia clara al amor de los cónyuges» [2].

 

No hay recetas generales

A veces se distorsionan las enseñanzas y la pastoral de la Iglesia cuando muestra a los fieles la naturaleza original de la familia cristiana, radicalmente distinta del matrimonio civil y de las uniones de hecho, en cualquier de sus combinaciones, por lo que no deberían ser equiparadas en la legislación ni en su distinta aportación al bienestar social. La Iglesia conoce la verdad de la familia desde un horizonte más amplio que facilita una objetividad más beneficiosa para el hombre y la mujer de hoy, así como para el futuro de la humanidad.

Esto no supone una crítica ni etiqueta negativa para quienes han optado por otras formas de vivir en pareja, pues lo que sostienen las enseñanzas de la Iglesia se basan en el proyecto de Dios sobre el amor, la sexualidad, la procreación y, en definitiva, el camino adecuado para ser felices cumpliendo una misión en servicio de la sociedad.

Todo ello ha sido abordado repetidas veces desde el Vaticano II, en documentos específicos de Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XV, y Francisco [3]. Podemos decir por tanto que la doctrina sobre el matrimonio, sobre la sacramento de la Reconciliación, y sobre la Eucaristía está hoy bien definida y actualizada. Por eso precisamente la Iglesia puede aportar soluciones aplicables a las nuevas condiciones sociales y humanas que caracterizan a nuestro tiempo, como se ha demostrado en este Año de la Familia.

Más allá del relativismo ético se trata de entender que los valores morales y religiosos fundamentan la convivencia pacífica. Porque las cuestiones relacionadas con la familia, con la vida y con la muerte no pueden dejarse únicamente en manos de comisiones: las exigencias éticas están por encima de la ciencia, de la economía y de la política: la verdad del hombre no se alcanza por consenso.

 

 

 


[1] Gaudium et spes, n. 12 y 22.
[2] San Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa, n. 23.
[3] Pablo VI en su encíclica Humanae vitae; san Juan Pablo II en la exhortación Familiaris Consortio; en la Carta Donum vitae, en la Carta a las familias, en la carta Ecclesia de Eucaristía, en la exhortación Dives in misericordia, o en la exhortación Reconciliación y penitencia; Benedicto XVI durante la Jornada Mundial de la Familia en Valencia en 2006, o en la exhortación Sacramentum caritatis; la Conferencia Episcopal Española en el Directorio de Pastoral Familiar; y también en el Catecismo de la Iglesia Católica (nn.2196-2233).

 

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico