Tribunas

¿Por qué quieren destruir las Cruces?

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Desde hace un cierto tiempo, ¿meses, años?, estamos asistiendo en nuestro país a un fenómeno que no deja de llamar la atención: la obsesión de algunos alcaldes por derribar Cruces que han estado erguidas en algún lugar de las calles de su pueblo, desde hace más de 20, 30, 50, 100 años. Cruces, todas, sin Crucificado.

La Cruz es un recuerdo de un hecho histórico, la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, y de su Resurrección. En un cierto sentido, el recuerdo de la muerte redentora del pecado de los hombres; y a la vez, vencida la muerte, el anuncio de la Vida Eterna.

Aunque un buen número de esos alcaldes quieren derribar y destrozar las cruces con el pretexto de que son recuerdo de la guerra civil; la razón no parece muy seria. Marcar con un sentido político la Cruz de Cristo, a estas alturas, carece de toda razón, no es más que un banal prejuicio ideológico.

El querer tirar al suelo esas cruces, manifiesta de entrada, que la presencia de la Cruz no deja indiferente ni siquiera al más empedernido enemigo de Cristo. Y es interesante constatar que tampoco deja indiferentes a muchos que, sin llegar a llamarse ateos, se declaran agnósticos e indiferentes a la religión.

De alguna manera, y por caminos muy personales, la Cruz puede despertar en el espíritu de algunas personas la conciencia del Pecado. “A Ese también lo hemos matado nosotros. Que no me moleste más este recuerdo: quitémosla de en medio”, puede pensar. E inmediatamente añadir: voy a destrozar la cruz, y así ya no me acuerdo más de mis pecados.

Repiten en su interior, y de alguna manera, las escenas del Calvario. Gente semejante, gritaban al Crucificado: “Si eres hijo de Dios, bájate de la cruz y creeremos en ti”.

Y no sólo el recuerdo del pecado. La Cruz es una señal luminosa que nos anuncia la Resurrección. El pecador –y todos lo somos- que no se arrepiente; además de querer borrar el sentido del pecado, quiere también eliminar de su inteligencia la perspectiva de una vida eterna, que lleva consigo dos realidades que no se pueden manipular: Cielo e Infierno, y en la que sería juzgado por sus pecados, por sus actos contra el prójimo y contra Cristo, Dios hecho hombre que murió por él.

Los hombres podemos destrozar las cruces que hemos construido con nuestras manos. La Cruz en la que Cristo vivió su muerte redentora en el Calvario, no la destruiremos jamás.

El Señor, el Crucificado, que nos enseña a sacar bien de todo el mal que el hombre pueda hacer, aprovecha también el desprecio que le manifiestan los que anhelan derribar todas las cruces en su camino. ¿Cómo? Remueve la mente y el corazón de muchos creyentes que habían abandonado la fe, la esperanza, y la caridad; y les ayuda a volver a rezar, a arrepentirse de sus pecados y a pedir humildemente perdón al Crucificado. Como aquellas personas que bajaron del Calvario dándose golpes de pecho, y llorando. Es el camino de la resurrección.

Los creyentes rezamos por quienes destrozan las Cruces; las volveremos a levantar, como las levantaron nuestros antepasados llenando de cruceros los cruces de camino, que van indicando al caminante que Alguien les espera al final de su andar.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com