Colaboraciones

 

¿Estamos viviendo el Fin de los Tiempos?

 

Dios, Padre bueno que nos ha creado por amor para que seamos felices viviendo el Amor, no puede –hablamos a lo humano- hacernos esa jugada

 

 

30 abril, 2021 | Jordi-Maria d’Arquer


Imagen de Paris Saliveros en Pixabay

 

 

 

 

 

Desde hace casi dos siglos y cada vez de manera más imbricada e hilvanada, estamos recibiendo lo que muchos sienten como mensajes de un Dios Padre que nos ama y advierte de por dónde debemos caminar para no caer ante los desatinos de una sociedad que se cree avanzada y en muchos aspectos parece retroceder y hasta amenazar la supervivencia del ser humano en la Tierra. Son mensajes que algunas personas creen a pies juntillas que son indicativo de que estamos viviendo el Fin de los Tiempos; algunas, incluso, más osadas y desinformadas, hablan del Fin del Mundo.

Es cierto que Dios es Padre. Es cierto que Dios nos ama. Es cierto que el Apocalipsis habla del Fin del Mundo. Pero Dios, Padre bueno que nos ha creado por amor para que seamos felices viviendo el Amor, no puede –hablamos a lo humano- hacernos esa jugada. Porque Él ha establecido “desde” “toda” la eternidad –por decirlo así- que previo al Fin del Mundo habrá unas severas amonestaciones del Padre de familia que nos guiarán a “la verdad plena” (Jn 16,13). Y a eso Jesucristo, en su vida pública que narran los Evangelios y en su vida de gloria que nos bosqueja el Apocalipsis, se refiere como el Fin de los Tiempos.

Entonces, ¿estamos viviendo el Fin de los Tiempos? La primera señal que nos dio Jesús es que primero habrá de ser proclamado el Evangelio en todo el mundo, y ese aspecto, ciertamente, está a punto de culminar. Otra gran señal es la gran apostasía; y vemos que, sin lugar a dudas, la estamos presenciando. También nos habla el Apocalipsis de la presencia, en un mundo altamente desencaminado, de la figura extraordinaria de la Mujer Vestida de Sol. Y esa constatación en la historia reciente la tenemos en las numerosas y cada vez más globales apariciones marianas con mensajes globales, pendientes unas de aprobación por parte de la Iglesia, reconocidas otras. Pero la gran señal será esa misteriosa figura que hasta inquieta a los ateos e inspira literaturas y cinematografías: la presencia del Anticristo, como personificación de Satán, el demonio de los demonios. Y esa, sin lugar a dudas, no la observamos como encarnada, aunque espiritualmente podamos verla como “humanizada” en la sociedad pagana de nuestros días y concretizada en el culto al sexo y el dinero.

Así pues, ¿quién ha de ser ese Anticristo? Cabe pensar, como sugieren ciertas revelaciones, que será un ser con un gran carisma y poder humano y espiritual que se hará pasar por el Mesías, y como tal será aclamado por los judíos, pues el suyo aún está por venir, puesto que no reconocen en Jesucristo la divinidad del Mesías que sí le reconocemos los cristianos (cada vez más delimitados en católicos… y ya en pocos católicos entre los católicos). Ese Anticristo tiene que reinar en todo el mundo, hasta que pasado un tiempo incluso los judíos comprobarán que usará su poder –puesto que estará revestido con poder del mismo Satán– contra todo ser viviente y el propio medio físico para arrasar todo vestigio de vida, momento en que incluso sus seguidores lo rechazarán.

Pienso yo, siguiendo ciertas revelaciones que no identifico en el recuerdo, que el reinado del Anticristo será ejercido desde Jerusalén, “Ciudad del gran Rey” (Mt 5,35)… tras “la abominable desolación predicha por el profeta Daniel en el lugar santo”, como afirma Jesús (Mt 24,15). ¿Será esa “abominable desolación” la devastación del Vaticano? El tiempo lo dirá. Finalmente, volverá Jesús “sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria” (Mc 21,26), y derrotará al Anticristo y todo su aparato logístico. Así, tras haber mantenido el “resto fiel” (Rom 11,5) la llama de la fe en la Tierra, Jesucristo será reconocido hasta por los judíos –el “pueblo elegido” desde la alianza de Dios con Abraham-“reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos”(Mc 13,27) y todos aclamaremos al Rey de reyes, Jesús, el Cristo. Entonces “habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10,16), según palabras de Jesús que recogen los Evangelios. “¡Ven, Señor Jesús!”. (Apc 22,20).

Con todo, Dios nos habla. Pero no pongamos nuestra atención en lo extraordinario, porque fácilmente nos descarna de nuestra obligación; Dios habla, sobre todo, en lo ordinario. Y en lo ordinario vemos que cada día que pasa falta menos tiempo, aunque solo sea por lógica temporal. ¿No será razonable que vivamos preparados, “con las lámparas encendidas, como las doncellas esperan al esposo” (Cfr. Mt 25,1-13)? Muchos parece que están esperando convertirse (“confesarse”) jugando a doble vida, abusando de la paciencia de nuestro Redentor. Pero Él será justo (“hará justicia a los que le claman día y noche”: Lc 18,7), y sabrá ver en cada uno su sinceridad de corazón, confesados o no. No sea que “vosotros seáis echados fuera” (Lc 13,29). No olvides, querido amigo, que el fin del mundo termina, indefectiblemente para todos y cada uno, “malos y buenos” (Mt 22,10), cuando se acaba nuestra vida con nuestra muerte personal. Estamos sobre aviso. Todos. Tú también.