Tribunas

En el nombre de Jesús

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Ante el número no pequeño de ocasiones en los que autoridades de la Iglesia –la autoridad en la Iglesia ha de ser servicio a la fe y a la moral de todos los creyentes- no nombran a Jesús, cuando podrían muy bien hacerlo para afirmar la Fe de los que le escuchan, o mover a los gentiles que le escuchan a preguntarse: ¿Quién ese Jesús?, me he animado a escribir estas líneas.

Hay mucha gente que no sabe quién es Jesús; que ni siquiera han referido ese nombre a Jesús de Nazaret, Dios y hombre verdadero. Y que al oír el nombre de Jesucristo se preguntan: ¿quién es?

San José recibe una luz clara sobre el estado de María: “No temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en Ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados." (Mateo 1.20-21).

Jesucristo ha querido tener un nombre desde el primer instante de su venida a la tierra. Ha venido en silencio, sin llamar la atención, y con un Nombre. Ha venido a redimirnos de nuestro pecado, a abrir las puertas para ser, y vivir, realmente siendo hijos de Dios, y nos ha dado un nombre para que nos dirijamos a Él: "porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo." (Romanos 10.13).

Los hombres nos perdemos un poco en medio de todos los acontecimientos que acompañan nuestro vivir. Llenamos nuestra mente y nuestro corazón de pequeñas ilusiones, de diferentes trabajos, de deseos preciosos y también banales, luchas e intereses políticos, económicos, culturales, etc.,  con las que pretendemos llenar nuestro “egos”; y disposiciones de servir a los demás con las que anhelamos saciar nuestro afán de amar a los demás.

La Iglesia tiene la misión de ayudarnos a elevar nuestra mirada, y recordarnos la venida del Hijo de Dios a la tierra, y anunciarnos la vida eterna que esperamos cuando el curso de nuestra vida se acabe en la tierra, con la muerte, y siga otros caminos más allá del tiempo y del espacio. Por eso Jesús, Cristo, envió a los apóstoles y a los discípulos a ir por el mundo entero anunciando su Nombre, que es el mejor servicio de amor que podemos hacer por los demás:   "Así está escrito: que el Cristo tiene que padecer y resucitar de entre los muertos. y que se predique en su nombre la conversión para el perdón de pecados en todas las gentes, comenzando desde Jerusalén." (Lucas 24, 46-47).

"Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos." (Hechos de los Apóstoles 4.12).

En estos días tan cercanos ya a la Semana Santa, recordamos todos los cristianos el camino de la Cruz que quiso seguir el Señor para darnos la paz. Sin Cruz no hay paz. Y en ese camino descubrimos también su Nombre, Jesús, acudimos a Él y lo descubrimos como Dios y hombre verdadero. ¡Cuántas personas se han convertido mirando a Cristo crucificado, y han musitado su nombre contemplando sus llagas: Jesús!

“Estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;" (Filipenses 2.8-10).

En su relación con otras religiones, la Iglesia está llamada a anunciar a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, Crucificado y Resucitado, el Salvador, porque todas –quizá de forma no muy consciente- esperan oír un día las palabras de san Pedro al cojo que pedía limosna a la entrada del templo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda." (Hechos de los Apóstoles 3.6).

Todavía resuenan en mis oídos la voz de una judía, hace ya un buen número de años, apenas vivido el Bautismo y la Comunión: “He recibido a Jesús, el Mesías que mi pueblo espera; he recibido el Amor de Dios”.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com