Tribunas

La autocensura de los periodistas

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Estaba tranquilamente sentado escuchando las intervenciones en la entrega de los premios de la APM, el día pasado, en la sede del Ayuntamiento de Madrid. Como ocurre ahora, el número de asistentes era, ciertamente, reducido, la separación entre butacas, generosa.

A mi derecha tenía a mi buen amigo el Vicepresidente Javier Galán, uno de los más relevantes maestros universitarios de periodismo, con quien intercambiaba alguna glosa. A mi izquierda, el pasillo. Por delante, a bastante distancia, estaban sentados los Reyes de España, y eso siempre le da una nota de solemnidad a los actos.

Le llegó el turno a Carlos Alsina, en representación de los premiados. Yo me había ido mentalmente a la tarde en la que telemáticamente nos reunimos el jurado.

No soy oyente habitual de Alsina, quizá esporádico. A medida que iba hablando, sin mirar a los papeles, o haciéndolo de reojo, me inquietaba. Le había cogido el punto, incluso irónico, al acto y a los premios. Estaba disertando sobre el buen periodismo, el mejor periodismo. Pero hubo un momento en el que me revolví en mi asiento.

Fue cuando Alsina dijo lo siguiente:

"Pocos días antes de las navidades del año 2000, y en una pausa de publicidad de su programa de radio, Luis del Olmo recibió una llamada del ministerio del Interior. El ministro quería informarle de que los dos terroristas que esa mañana habían asesinado a un guardia urbano en Barcelona tenían como objetivo último asesinarle a él. Con un coche bomba. Y habían conseguido huir. De modo que lo volverían a intentar".

"Cuando terminó la llamada, Luis se quedó callado ---y sin hacer nada--- durante un minuto y medio. Un minuto y medio de un tipo como Del Olmo, sin mover un papel ni decir una palabra... creedme, impresiona. Yo estaba sentado a su lado, en la mesa del estudio, no había nadie más, y no me atrevía a preguntar. Entonces él giró la cabeza, me miró y dijo: 'Lo voy a dejar'. 'Tengo que retirarme porque estoy poniendo en riesgo a mi familia'. Nunca llegué a saber si los directivos de la cadena de entonces llegaron a saber que durante dos semanas Del Olmo tuvo decidido renunciar. Sé que dos semanas después me atreví a preguntarle si seguía con la idea de dejarlo todo y me dijo que había sido Merche, su mujer, quien le había disuadido de hacerlo. Con esta frase: ‘'Si te retiras, consiguen silenciarte; y si consiguen silenciarte, Luis, objetivo cumplido, es como si te hubieran matado'. Por eso Luis siguió haciendo su trabajo, y yo aprendí ese día que la manera más eficaz de combatir a quien te quiere silenciar es seguir informando".

"El silencio de la prensa libre es la muerte de la democracia. Y hay una legión de enemigos de ambas, la prensa y la democracia, deseando acabar con la dos a la vez".

Yo también aprendí ese día que la manera más eficaz de combatir a quien te quiere silenciar es seguir informando. El silencio de la prensa de información religiosa es también la muerte de la conciencia cristiana. El peor enemigo de la verdad que trae el buen periodismo es la autocensura, también de la prensa, y de los periodistas dedicados a informar sobre la Iglesia.

Cuando vuelva a recibir llamadas, mensajes, insinuaciones, sugerencias, destinadas a la autocensura, me acordaré de Luis del Olmo y de Alsina. Se lo prometo.

 

José Francisco Serrano Oceja