El blog de Josep Miró

 

Salvador Illa y los católicos

 

Cuando se acercan elecciones surgen católicos que se manifiestan como tales, a pesar de que, a lo largo de su vida política, sus obras hayan manifestado más bien lo contrario

 

 

11 febrero, 2021 | por Josep Miró i Ardèvol


 

 

 

 

 

Vaya por delante una premisa: No se trata de juzgar los sentimientos religiosos de nadie, esto solo está al alcance de Dios, pero como personaje político, como persona que transforma la realidad, cuando su fe aparece en campaña debemos opinar sobre sus actos y la coherencia entre ella y su práctica política. La conciencia es de cada cual, pero los hechos públicos son de todos.

Es necesario recordar lo que dejaron sentado los obispos latinoamericanos en su Documento de Aparecida de 2007, cuando insistieron en la “coherencia eucarística” en sus comunidades católicas.

En este texto tuvo un papel decisivo quien hoy es el papa Francisco, entonces arzobispo de Buenos Aires. Y según aquellos obispos, la coherencia eucarística de la Iglesia requería que la comunión no se distribuyese a aquellos católicos en la política y la práctica médica que estaban facilitando o participando en graves males morales como el aborto y la eutanasia.

Este debate ha resurgido con fuerza en Estados Unidos ante las actuaciones de un católico confeso como el presidente Joe Biden, que muestra su religiosidad católica sin problemas. El problema radica en que a su vez asume las cuestiones que son incompatibles, como el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo. George Weigel  así lo manifestaba en El Desafío de la Coherencia eucarística, en estos términos: “Menos de 48 horas después de que el Sr. Biden tomara el juramento presidencial del cargo, la Casa Blanca emitió una declaración celebrando el 48 aniversario de Roe v. Wade, la decisión de la Corte Suprema de 1973 que ordenó sumariamente la licencia de aborto estadounidense, una de las más radicales del mundo”, y comparaba lo errado de esta sentencia con otra anterior, de 1857, Dred Scott contra Sandford, que  declaró a los negros fuera de la comunidad de protección legal. De la misma manera, Roe declaró indiscutiblemente a los seres humanos, los no nacidos, más allá de los límites de la protección de la ley. Ambas violaron “el principio de justicia social católica de la dignidad inalienable de toda vida humana”.

Se puede opinar que Biden, en contrapartida, está a favor de luchar contra el cambio climático y aplicar políticas más sociales, pero esta actitud positiva no exime del cumplimiento de lo que la fe establece. Y cuando esta identidad entre fe y acto se rompe en una materia grave, y cuando además se trata de una ley, estamos ante la evidencia de una estructura de pecado, y todo se agrava hasta el escándalo. Porque la verdad cristiana se rige por esto:  Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras (Santiago 2:18).

La fe sin obras está muerta, y el catolicismo comporta necesariamente la defensa de la vida humana, de toda vida, desde la concepción hasta la muerte, la afirmación del matrimonio como unión de varón y mujer abierta a la descendencia y a su educación. A imagen de Dios creó al varón y la mujer (Genesis 1, 27), el derecho de los padres a la educación moral y religiosa de sus hijos.

No solo esto es evidente porque ser católico implica la decisión de seguir, aunque sea a trancas y barrancas, a Jesucristo y su exigencia de vida inalcanzable sin la Gracia, se trata de la mirada de Dios tal y como se muestra en las Bienaventuranzas, en el sermón de la Montaña. Pero aquellas cuestiones concretas, junto con la dignidad de la vida y, por tanto, de las condiciones políticas, sociales y económicas que la rodean, son fundamentales. Todavía más cuando se trata de afectaciones colectivas, es decir, en el ámbito político.

El mal testimonio que da Biden con su incoherencia debe aplicarse todavía en mayor grado, porque la incoherencia es muy superior, en el caso del exministro de Sanidad Salvador Illa, hoy candidato a la presidencia de la Generalitat.

En el partido socialista sucede algo semejante al otoño y las setas. Cuando se acercan elecciones surgen católicos que se manifiestan como tales, a pesar de que, a lo largo de su vida política, sus obras hayan manifestado más bien lo contrario, o en todo caso, han aparecido ocasionalmente para apoyar al partido frente a la Iglesia; nunca a la inversa.

Salvador Illa, así como los 150 militantes del PSC que han firmado como cristianos un escrito apoyándolo, pertenecen a este perfil. Que lejos están del testimonio de la senadora socialista Mercedes Aroz que dimitió y dejó el partido cuando se encontró en la tesitura de votar contra su fe.

Illa era el ministro de Sanidad cuando se inició la tramitación de la legalización de la eutanasia, apoya la terrible ley del aborto, comparte plenamente la perspectiva de género, el matrimonio homosexual, la ley Celaá y todo lo que quieran y que pueden encontrar aquí, y a diferencia de Biden, asume plenamente la manipulación que ha convertido un estado laico, neutral ante el pluralismo religioso, en otro ateo, porque cancela a Dios en la vida pública, como sucede en España.

Todo esto daña el significado de la fe cristiana, porque deja de tenerlo. Se reduce a una serie de actos externos piadosos, como el sacrificio al emperador de los romanos. Pero la piedad necesita de obras, también para los que se declaran progresistas.

La misión del cristiano es luchar para erradicar las estructuras de pecado; es decir, aquellas situaciones sociales o instituciones contrarias a la ley divina, expresión y efecto de los pecados personales (Compendio Catecismo 869). La lucha contra tales estructuras es política, y la cuestión es concretarla en sus aspectos prácticos y en las condiciones objetivas de cada país. Juan Pablo II lo precisaba en estos términos en Sollicitudo rei socialis: Como he afirmado muchas veces, es un hecho incontrovertible que la interdependencia de los sistemas sociales, económicos y políticos crea en el mundo actual múltiples estructuras de pecado (36). Existe una tremenda fuerza de atracción del mal que lleva a considerar como «normales» e «inevitables» muchas actitudes. El mal aumenta y presiona, con efectos devastadores (37).

Hay que recordar cual es el destino manifiesto de los cristianos:

Nuestro destino es el Reino de Dios, que Él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que Él mismo lo lleve también a su perfección (Lumen Gentium 9).

Illa, como otros casos parecidos, no es la voz católica que resuena en el partido, sino la voz del partido que intenta apropiarse del hecho católico. La fe instrumentalizada por la ideología.

Muéstrame tus obras y estas nos hablarán de tu fe.