Fiestas religiosas

 

Privaciones: ¿qué dice la Biblia sobre el ayuno?

07 feb 2021, 11:34 0 Comentarios

El ayuno, esa privación que acompaña la Cuaresma, es una invitación a ser más disponibles a la palabra de Dios y a los que nos rodean. También es un tiempo de deseo. En el Antiguo Testamento, Moisés pasa 40 días en el Sinaí, sin comer ni beber, para prepararse a recibir la Ley de Dios.

 

 

07 feb 2021, 11:34 | La Croix


 

 

 

 

 

¿Qué dice la Biblia sobre las privaciones?

Desde el Génesis, Dios ordena a Adán y Eva que no prueben el fruto prohibido. «Esta prohibición – No comerás – es una ley de ayuno y abstinencia», escribe san Basilio en el siglo IV, tiempo al que se remonta la práctica de la Cuaresma. Desde los habitantes de Nínive a Pablo de Tarso, el ayuno expresa, ante todo, en la Biblia, la penitencia por los pecados pasados. En los Evangelios, los fariseos ayunan (uno incluso dice que lo hace «dos veces por semana», Lucas 18,12), como Juan Bautista y sus discípulos.

Por su parte, Jesús es más flexible sobre el argumento: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán» (Mt 9,15). Además de privilegiar el presente sobre el respeto escrupuloso de la ley religiosa, Jesús desconfía de las privaciones reiteradas de los «hipócritas». En lo referente a la limosna, la oración y el ayuno pide la discreción más grande: «Tu Padre ve lo que haces en lo secreto» (Mt 6,18).

Sin embargo, estas puntualizaciones muestran que Jesús recomienda el ayuno, que él mismo ha experimentado en el desierto durante cuarenta días. Los exégetas han visto en este ayuno crístico un modo, para Jesús, de prepararse a hacer la voluntad de Dios, antes del inicio de su vida pública. A este episodio se refieren sobre todo las referencias de los cuarenta días de la Cuaresma; en la Biblia, este número 40 representa el tiempo de la espera y de la prueba.

 

¿Qué actitud recomienda la Iglesia durante la Cuaresma?

Si la práctica penitencial ha disminuido mucho en Occidente, la Iglesia siempre ha visto en estos cuarenta días antes de Pascua «una especie de retiro espiritual, sellado por la oración, la mortificación y el compartir». El código de derecho canónico señala dos privaciones particulares de comida: el ayuno (una comida y un tentempié) el Miércoles de Cenizas y el Viernes Santo, y la abstinencia (no comer carne) los viernes de Cuaresma (Can. 1251).

Además, los fieles son invitados a pensar en «esfuerzos» más personales de Cuaresma, y aprovechar este tiempo para intensificar la práctica de la oración y de la limosna (es decir, del compartir). «La oración, el ayuno y la limosna son los tres pilares de la Cuaresma: si falta uno de ellos, el equilibrio será precario», dice el padre Jean-Luc Souveton, sacerdote de la diócesis de Saint-Étienne, que anima ocho sesiones de ayuno durante el año. Para él, ayunar apunta sobre todo a «abrirse a la relación con los otros y con Dios».

Es lo que ya afirmaba en 1966 el papa Pablo VI, en la constitución apostólica Paenitemini sobre la penitencia. Durante la Cuaresma, cada católico no podrá, leemos, «vivir para sí mismo, sino para Aquél que lo amó y se entregó por él, y (…) también para sus hermanos».

 

¿Estas privaciones deben ser dolorosas?

A menudo, el término «privación» evoca la idea de un castigo. ¿Privarse de algo, no es crear una carencia, generando por eso mismo una frustración? Algunos defienden esta manera de pensar, argumentando que una carencia física puntual permite recordar de que existen otras cosas que hay que satisfacer, por ejemplo, el estómago… la privación de alimentos sería una aguijón para la vida espiritual, recordando que solamente Cristo es el «verdadero alimento».

Pero otros no se sienten a gusto con la idea de una privación voluntariamente frustrante, prefiriendo ven en los esfuerzos de la Cuaresma una adhesión positiva. «Privarse de algo sólo tiene sentido si es un acto libre, y la expresión de un deseo», dice el padre David d’Hamonville, abad en En-Calcat (Tarn). «Quien ayuna, es porque está enamorado. Se encuentra en una situación en que le preocupa otra cosa, y el alimento pasa a un segundo plano, al menos por el momento».

Este benedictino recuerda que, en el capítulo 49 sobre la Cuaresma, la Regla de san Benito (escrita hacia 540) insiste más sobre la espera (de la Pascua) que sobre la privación «San Benito no suprime nada sobre la cantidad de comida, pero retrasa la hora de la comida al final de mediodía. La espera también es la palabra clave del Adviento, que es una réplica más tardía de la historia de la Cuaresma».

Si los monjes de hoy no practican ya el retraso de las comidas, el padre David d’Hamonville subraya que la ascética monástica reside más en una práctica cotidiana de la sobriedad que en esfuerzos puntuales de «heroísmo». Igualmente, muchos acompañadores espirituales recomiendan una cierta moderación en la elección de los esfuerzos de Cuaresma: comprometerse a privarse durante cuarenta días de una necesidad «vital», ¿no es exponerse a un mayor peligro de desánimo?

 

Además de los alimentos, ¿de qué nos podemos privar?

Si el alcohol y los cigarrillos son ya clásicos, el «ayuno de pantallas» (no SMS, redes sociales, televisión, como ya lo había sugerido en 1996 Juan Pablo II) o incluso la «Cuaresma ecológica» (menos coche y más bicicleta, por ejemplo) son otras tantas nuevas formas que la Cuaresma puede tomar hoy. Algunos hablan incluso de reducción, es decir de «despojo», en un tiempo en que las adicciones son numerosas.

«Absteniéndome de tal o cual práctica, pruebo mi grado de libertad en relación a ella: es una manera de verificar si soy verdaderamente libre, o una forma de dependencia», explica el padre Jean-Luc Souveton. Para él, además del tiempo que libera, tales privaciones consienten volver a descubrir una «disponibilidad interior» para abrirse mejor a «otros alimentos»: la amistad, la lectura, las maravillas de la Creación, etc.

Pero, para él, esta cuestión de esfuerzo se debe articular con la gracia. «El esfuerzo no es la condición de la gracia, dice. Sencillamente me dispone a recibir lo que ya me ha sido dado».

 

 

Mélinée Le Priol