Boletín Diario de Zenit


 

 

Servicio diario - 08 de diciembre de 2020


 

PAPA FRANCISCO
El Papa confía Roma y el mundo a la protección de la Inmaculada
Larissa I. López
Acto de veneración privada y Misa

ÁNGELUS
Ángelus: “La gracia de Dios es ofrecida a todos”
Raquel Anillo
Palabras antes del Ángelus

DOCUMENTOS
El Papa Francisco convoca a un año dedicado a san José
Larissa I. López
Carta apostólica ‘Patris corde’

ÁNGELUS
Ángelus: Ser artesanos de fraternidad
Raquel Anillo
Palabras después del Ángelus

ESPIRITUALIDAD
Nicaragua celebra la tradicional “gritería” en honor a la Inmaculada
Cristhian Alvarenga
Patrona del país

CIUDAD DEL VATICANO
Vaticano: Reunión online sobre la crisis humanitaria en Siria e Irak
Redacción zenit
El próximo 10 de diciembre

ESPIRITUALIDAD
Fiesta de la Inmaculada Concepción
Rafael Mosteyrín
Dogma de la Iglesia

ESPIRITUALIDAD
Tercer domingo de Adviento: Reflexión del P. Antonio Rivero
Antonio Rivero
“Adviento, tiempo para vivir la auténtica alegría”

TESTIMONIOS
San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, 9 de diciembre
Isabel Orellana Vilches
Santo mexicano


 

 

 

El Papa confía Roma y el mundo a la protección de la Inmaculada

Acto de veneración privada y Misa

diciembre 08, 2020 11:09

Papa Francisco

(zenit – 8 dic. 2020).- En la mañana de hoy, el Papa Francisco ha rezado frente a la estatua de la Inmaculada y a la imagen de María Salus Popoli Romani, encomendando a Roma y al mundo a la protección de la Virgen.

El Santo Padre realizó esta mañana un acto de veneración privada a la Madre de Dios frente a la estatua de la Santísima Virgen María Inmaculada ubicada en la plaza de España de Roma, luego ha rezado y celebrado la Santa Misa en la basílica de Santa María La Mayor.

Así informó el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni: “A las 7 de esta mañana, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, el Santo Padre ha ido a la plaza de España, en Roma, para un acto de veneración en forma privada a María Inmaculada”.

Al amanecer de este 8 de diciembre, bajo la lluvia, el Pontífice ha depositado un ramo de rosas blancas en la base de la columna donde se encuentra la estatua de la Virgen María y “se ha dirigido a Ella en oración, para que vele con amor sobre Roma y sus habitantes, confiándole a Ella a todos los que en esta ciudad y en el mundo están afligidos por la enfermedad y el desánimo”, se lee en el comunicado de Bruni.

Asimismo, la nota indica que poco antes de las 7:15 horas, el Papa dejó la Plaza de España y se dirigió a Santa María La Mayor “donde ha rezado ante el icono de María Salus Popoli Romani y ha celebrado la Misa en la capilla de la Natividad. Luego regresó al Vaticano”

 

 

 

 

Ángelus: “La gracia de Dios es ofrecida a todos”

Palabras antes del Ángelus

diciembre 08, 2020 13:13

Angelus

(zenit – 8 dic. 2020).- En el Ángelus de este día en el que festejamos la fiesta de la Inmaculada Concepción, el Papa comienza su meditación con estas palabras: “La fiesta litúrgica de hoy celebra una de las maravillas de la historia de la salvación: la Inmaculada Concepción de la Virgen María”.

Dios nos ha “elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados”, añadió, y nos invitó a “acoger el hoy para decir “no” al mal y “sí” a Dios” y abrirse a su gracia..

A continuación, siguen las palabras de Francisco en el Ángelus, según la traducción oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

***

 

Palabras antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La fiesta litúrgica de hoy celebra una de las maravillas de la historia de la salvación: la Inmaculada Concepción de la Virgen María. También ella fue salvada por Cristo, pero de una forma extraordinaria, porque Dios quiso que desde el instante de la concepción la madre de su Hijo no fuera tocada por la miseria del pecado. Y por tanto María, durante toda su vida terrena, estuvo libre de cualquier mancha de pecado, ha sido la “llena de gracia” (Lc 1,28), como la llamó el ángel, y disfrutó de una singular acción del Espíritu Santo, para poder mantenerse siempre en su relación perfecta con su hijo Jesús; es más, era la discípula de Jesús: la Madre y la discípula. Pero el pecado no estaba en Ella.

En el magnífico himno que abre la Carta a los Efesios (cfr. 1,3-6.11-12), San Pablo nos hace comprender que cada ser humano es creado por Dios para esa plenitud de santidad, para esa belleza de la que la Virgen fue revestida desde el principio. La meta a la cual estamos llamados es también para nosotros don de Dios, el cual —dice el apóstol— nos ha «elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados» (v. 4); eligiéndonos de antemano (cfr. v. 5), en Cristo, para estar un día totalmente libres del pecado. Y esta es la gracia, es gratis, es un don de Dios.

Y lo que para María fue al inicio, para nosotros será al final, después de haber atravesado el “baño” purificador de la gracia de Dios. Lo que nos abre la puerta del paraíso es la gracia de Dios, recibida por nosotros con fidelidad. Todos los santos y las santas han recorrido este camino. También los más inocentes estaban marcados por el pecado original y lucharon con todas las fuerzas contra sus consecuencias. Ellos han pasado a través de la “puerta estrecha” que conduce a la vida (cfr. Lc 13,24). ¿Y vosotros sabéis quién es el primero de quien tenemos la certeza de que haya entrado en el paraíso, lo sabéis? Un “poco bueno”: uno de los dos que fueron crucificados con Jesús. Se dirigió a Él diciendo: “Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino”. Y Él respondió: “hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,42-43). Hermanos y hermanas, la gracia de Dios es ofrecida a todos; y muchos que sobre esta tierra son últimos, en el cielo serán los primeros (cfr. Mc 10,31).

Pero atención. No vale hacerse los astutos: posponer continuamente un serio examen de la propia vida, aprovechando la paciencia del Señor —Él es paciente, Él nos espera, Él está siempre para darnos la gracia—. Nosotros podemos engañar a los hombres, pero a Dios no, Él conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos. ¡Aprovechemos el momento presente! Este sí es el sentido cristiano de aprovechar el día: no disfrutar la vida en el momento fugaz, no, este es el sentido mundano. Sino acoger el hoy para decir “no” al mal y “sí” a Dios; abrirse a su Gracia, dejar finalmente de plegarse sobre uno mismo arrastrándose en la hipocresía. Mirar a la cara la propia realidad, así como somos; reconocer que no hemos amado a Dios y no hemos amado al prójimo como deberíamos, y confesarlo. Esto es empezar un camino de conversión pidiendo en primer lugar perdón a Dios en el Sacramento de la Reconciliación, y después reparar el mal hecho a los otros. Pero siempre abiertos a la gracia. El Señor llama a nuestra puerta, llama a nuestro corazón para entrar con nosotros en amistad, en comunión, para darnos la salvación.

Y este es para nosotros el camino para convertirnos en “santos e inmaculados”. La belleza incontaminada de nuestra Madre es inimitable, pero al mismo tiempo nos atrae. Encomendémonos a ella, y digamos una vez para siempre “no” al pecado y “sí” a la Gracia.

 

 

 

 

El Papa Francisco convoca a un año dedicado a san José

Carta apostólica ‘Patris corde’

diciembre 08, 2020 13:35

Documentos
Papa Francisco

(zenit – 8 dic. 2020).- A través de la Carta Apostólica Patris corde (Con corazón de padre), el Papa Francisco recuerda el 150 aniversario de la declaración de san José como Patrono de la Iglesia Universal y, con motivo de esta ocasión, a partir de hoy y hasta el 8 de diciembre de 2021 se celebra un año dedicado especialmente a él.

Además, por medio de un Decreto y de acuerdo con la voluntad del Santo Padre, la Penitenciaría Apostólica ha decidido conceder la Indulgencia Plenaria hasta el 8 de diciembre de 2021 en las condiciones habituales: confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Papa.

 

Figura extraordinaria y humana

En esta Carta Apostólica el Santo Padre habla de la importancia de esta “figura extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana” e indica cómo la pandemia de COVID-19  ha  demostrado que “nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. […]”, señala Francisco.

“Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad”. San José “nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en ‘segunda línea’ tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud”, se lee en el documento.

A continuación, sigue la Carta Apostólica completa del Papa.

***

 

 

CARTA APOSTÓLICA

PATRIS CORDE

DEL SANTO PADRE FRANCISCO

CON MOTIVO DEL 150.° ANIVERSARIO

DE LA DECLARACIÓN DE SAN JOSÉ

COMO PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL

 

 

CON CORAZÓN DE PADRE: así José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios “el hijo de José”.[1]

Los dos evangelistas que evidenciaron su figura, Mateo y Lucas, refieren poco, pero lo suficiente para entender qué tipo de padre fuese y la misión que la Providencia le confió.

Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55), desposado con María (cf. Mt 1,18; Lc 1,27); un “hombre justo” (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios manifestada en su ley (cf. Lc 2,22.27.39) y a través de los cuatro sueños que tuvo (cf. Mt 1,20; 2,13.19.22). Después de un largo y duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer al Mesías en un pesebre, porque en otro sitio “no había lugar para ellos” (Lc 2,7). Fue testigo de la adoración de los pastores (cf. Lc 2,8-20) y de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que representaban respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos.

Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que le reveló el ángel: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). Como se sabe, en los pueblos antiguos poner un nombre a una persona o a una cosa significaba adquirir la pertenencia, como hizo Adán en el relato del Génesis (cf. 2,19-20).

En el templo, cuarenta días después del nacimiento, José, junto a la madre, presentó el Niño al Señor y escuchó sorprendido la profecía que Simeón pronunció sobre Jesús y María (cf. Lc 2,22-35). Para proteger a Jesús de Herodes, permaneció en Egipto como extranjero (cf. Mt 2,13-18). De regreso en su tierra, vivió de manera oculta en el pequeño y desconocido pueblo de Nazaret, en Galilea —de donde, se decía: “No sale ningún profeta” y “no puede salir nada bueno” (cf. Jn 7,52; 1,46)—, lejos de Belén, su ciudad de origen, y de Jerusalén, donde estaba el templo. Cuando, durante una peregrinación a Jerusalén, perdieron a Jesús, que tenía doce años, él y María lo buscaron angustiados y lo encontraron en el templo mientras discutía con los doctores de la ley (cf. Lc 2,41-50).

Después de María, Madre de Dios, ningún santo ocupa tanto espacio en el Magisterio pontificio como José, su esposo. Mis predecesores han profundizado en el mensaje contenido en los pocos datos transmitidos por los Evangelios para destacar su papel central en la historia de la salvación: el beato Pío IX lo declaró “Patrono de la Iglesia Católica”,[2] el venerable Pío XII lo presentó como “Patrono de los trabajadores”[3] y san Juan Pablo II como “Custodio del Redentor”.[4] El pueblo lo invoca como “Patrono de la buena muerte”.[5]

Por eso, al cumplirse ciento cincuenta años de que el beato Pío IX, el 8 de diciembre de 1870, lo declarara como Patrono de la Iglesia Católica, quisiera —como dice Jesús— que “la boca hable de aquello de lo que está lleno el corazón” (cf. Mt 12,34), para compartir con ustedes algunas reflexiones personales sobre esta figura extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana. Este deseo ha crecido durante estos meses de pandemia, en los que podemos experimentar, en medio de la crisis que nos está golpeando, que “nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. […] Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos”.[6] Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud.

 

  1. Padre amado

La grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el padre de Jesús. En cuanto tal, “entró en el servicio de toda la economía de la encarnación”, como dice san Juan Crisóstomo.[7]

San Pablo VI observa que su paternidad se manifestó concretamente “al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa”.[8]

Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano, como lo demuestra el hecho de que se le han dedicado numerosas iglesias en todo el mundo; que muchos institutos religiosos, hermandades y grupos eclesiales se inspiran en su espiritualidad y llevan su nombre; y que desde hace siglos se celebran en su honor diversas representaciones sagradas. Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa de Ávila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros para que le fueran devotos.[9]

En todos los libros de oraciones se encuentra alguna oración a san José. Invocaciones particulares que le son dirigidas todos los miércoles y especialmente durante todo el mes de marzo, tradicionalmente dedicado a él.[10]

La confianza del pueblo en san José se resume en la expresión “Ite ad Ioseph”, que hace referencia al tiempo de hambruna en Egipto, cuando la gente le pedía pan al faraón y él les respondía: “Vayan donde José y hagan lo que él les diga” (Gn 41,55). Se trataba de José el hijo de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia (cf. Gn 37,11-28) y que —siguiendo el relato bíblico— se convirtió posteriormente en virrey de Egipto (cf. Gn 41,41-44).

Como descendiente de David (cf. Mt 1,16.20), de cuya raíz debía brotar Jesús según la promesa hecha a David por el profeta Natán (cf. 2 Sam 7), y como esposo de María de Nazaret, san José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento.

 

  1. Padre en la ternura

José vio a Jesús progresar día tras día “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2,52). Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Os 11,3-4).

Jesús vio la ternura de Dios en José: “Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen” (Sal 103,13).

En la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José ciertamente habrá oído el eco de que el Dios de Israel es un Dios de ternura,[11] que es bueno para todos y “su ternura alcanza a todas las criaturas” (Sal 145,9).

La historia de la salvación se cumple creyendo “contra toda esperanza” (Rm 4,18) a través de nuestras debilidades. Muchas veces pensamos que Dios se basa sólo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad. Esto es lo que hace que san Pablo diga: “Para que no me engría tengo una espina clavada en el cuerpo, un emisario de Satanás que me golpea para que no me engría. Tres veces le he pedido al Señor que la aparte de mí, y él me ha dicho: “¡Te basta mi gracia!, porque mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad”” (2 Co 12,7-9).

Si esta es la perspectiva de la economía de la salvación, debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura.[12]

El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros. El dedo que señala y el juicio que hacemos de los demás son a menudo un signo de nuestra incapacidad para aceptar nuestra propia debilidad, nuestra propia fragilidad. Sólo la ternura nos salvará de la obra del Acusador (cf. Ap 12,10). Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y ternura. Paradójicamente, incluso el Maligno puede decirnos la verdad, pero, si lo hace, es para condenarnos. Sabemos, sin embargo, que la Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona. La Verdad siempre se nos presenta como el Padre misericordioso de la parábola (cf. Lc 15,11-32): viene a nuestro encuentro, nos devuelve la dignidad, nos pone nuevamente de pie, celebra con nosotros, porque “mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado” (v. 24).

También a través de la angustia de José pasa la voluntad de Dios, su historia, su proyecto. Así, José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia.

 

  1. Padre en la obediencia

Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad.[13]

José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no quería “denunciarla públicamente”,[14] pero decidió “romper su compromiso en secreto” (Mt 1,19). En el primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: “No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,20-21). Su respuesta fue inmediata: “Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado” (Mt 1,24). Con la obediencia superó su drama y salvó a María.

En el segundo sueño el ángel ordenó a José: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mt 2,13). José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las dificultades que podía encontrar: “Se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, donde estuvo hasta la muerte de Herodes” (Mt 2,14-15).

En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el ángel para regresar a su país. Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino, después de haberle informado que los que intentaban matar al niño habían muerto, le ordenó que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre y que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20), él una vez más obedeció sin vacilar: “Se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel” (Mt 2,21).

Pero durante el viaje de regreso, “al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es la cuarta vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret” (Mt 2,22-23).

El evangelista Lucas, por su parte, relató que José afrontó el largo e incómodo viaje de Nazaret a Belén, según la ley del censo del emperador César Augusto, para empadronarse en su ciudad de origen. Y fue precisamente en esta circunstancia que Jesús nació y fue asentado en el censo del Imperio, como todos los demás niños (cf. Lc 2,1-7).

San Lucas, en particular, se preocupó de resaltar que los padres de Jesús observaban todas las prescripciones de la ley: los ritos de la circuncisión de Jesús, de la purificación de María después del parto, de la presentación del primogénito a Dios (cf. 2,21-24).[15]

En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su “fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní.

José, en su papel de cabeza de familia, enseñó a Jesús a ser sumiso a sus padres, según el mandamiento de Dios (cf. Ex 20,12).

En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre. Dicha voluntad se transformó en su alimento diario (cf. Jn 4,34). Incluso en el momento más difícil de su vida, que fue en Getsemaní, prefirió hacer la voluntad del Padre y no la suya propia[16] y se hizo “obediente hasta la muerte […] de cruz” (Flp 2,8). Por ello, el autor de la Carta a los Hebreos concluye que Jesús “aprendió sufriendo a obedecer” (5,8).

Todos estos acontecimientos muestran que José “ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente ‘ministro de la salvación”.[17]

 

  1. Padre en la acogida

José acogió a María sin poner condiciones previas. Confió en las palabras del ángel. “La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio”.[18]

Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia. Si no nos reconciliamos con nuestra historia, ni siquiera podremos dar el paso siguiente, porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes decepciones.

La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más grande, un significado más profundo. Parecen hacerse eco las ardientes palabras de Job que, ante la invitación de su esposa a rebelarse contra todo el mal que le sucedía, respondió: “Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?” (Jb 2,10).

José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia.

La venida de Jesús en medio de nosotros es un regalo del Padre, para que cada uno pueda reconciliarse con la carne de su propia historia, aunque no la comprenda del todo.

Como Dios dijo a nuestro santo: “José, hijo de David, no temas” (Mt 1,20), parece repetirnos también a nosotros: “¡No tengan miedo!”. Tenemos que dejar de lado nuestra ira y decepción, y hacer espacio —sin ninguna resignación mundana y con una fortaleza llena de esperanza— a lo que no hemos elegido, pero está allí. Acoger la vida de esta manera nos introduce en un significado oculto. La vida de cada uno de nosotros puede comenzar de nuevo milagrosamente, si encontramos la valentía para vivirla según lo que nos dice el Evangelio. Y no importa si ahora todo parece haber tomado un rumbo equivocado y si algunas cuestiones son irreversibles. Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas. Aun cuando nuestra conciencia nos reprocha algo, Él “es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo” (1 Jn 3,20).

El realismo cristiano, que no rechaza nada de lo que existe, vuelve una vez más. La realidad, en su misteriosa irreductibilidad y complejidad, es portadora de un sentido de la existencia con sus luces y sombras. Esto hace que el apóstol Pablo afirme: “Sabemos que todo contribuye al bien de quienes aman a Dios” (Rm 8,28). Y san Agustín añade: “Aun lo que llamamos mal (etiam illud quod malum dicitur)”.[19] En esta perspectiva general, la fe da sentido a cada acontecimiento feliz o triste.

Entonces, lejos de nosotros el pensar que creer significa encontrar soluciones fáciles que consuelan. La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en san José, que no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona.

La acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27), es “padre de los huérfanos y defensor de las viudas” (Sal 68,6) y nos ordena amar al extranjero.[20] Deseo imaginar que Jesús tomó de las actitudes de José el ejemplo para la parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32).

 

  1. Padre de la valentía creativa

Si la primera etapa de toda verdadera curación interior es acoger la propia historia, es decir, hacer espacio dentro de nosotros mismos incluso para lo que no hemos elegido en nuestra vida, necesitamos añadir otra característica importante: la valentía creativa. Esta surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener.

Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre, que cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7). Ante el peligro inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14).

De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia.

Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar.

Es la misma valentía creativa que mostraron los amigos del paralítico que, para presentarlo a Jesús, lo bajaron del techo (cf. Lc 5,17-26). La dificultad no detuvo la audacia y la obstinación de esos amigos. Ellos estaban convencidos de que Jesús podía curar al enfermo y “como no pudieron introducirlo por causa de la multitud, subieron a lo alto de la casa y lo hicieron bajar en la camilla a través de las tejas, y lo colocaron en medio de la gente frente a Jesús. Jesús, al ver la fe de ellos, le dijo al paralítico: ‘¡Hombre, tus pecados quedan perdonados!’” (vv. 19-20). Jesús reconoció la fe creativa con la que esos hombres trataron de traerle a su amigo enfermo.

El Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de encontrar una casa, un trabajo. No hace falta mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos como todas las demás familias, como muchos de nuestros hermanos y hermanas migrantes que incluso hoy arriesgan sus vidas forzados por las adversidades y el hambre. A este respecto, creo que san José sea realmente un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria.

Al final de cada relato en el que José es el protagonista, el Evangelio señala que él se levantó, tomó al Niño y a su madre e hizo lo que Dios le había mandado (cf. Mt 1,24; 2,14.21). De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe.[21]

En el plan de salvación no se puede separar al Hijo de la Madre, de aquella que “avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con su Hijo hasta la cruz”.[22]

Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María.[23] José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre.

Este Niño es el que dirá: “Les aseguro que siempre que ustedes lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40). Así, cada persona necesitada, cada pobre, cada persona que sufre, cada moribundo, cada extranjero, cada prisionero, cada enfermo son “el Niño” que José sigue custodiando. Por eso se invoca a san José como protector de los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos. Y es por lo mismo que la Iglesia no puede dejar de amar a los más pequeños, porque Jesús ha puesto en ellos su preferencia, se identifica personalmente con ellos. De José debemos aprender el mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de estas realidades está siempre el Niño y su madre.

 

  1. Padre trabajador

Un aspecto que caracteriza a san José y que se ha destacado desde la época de la primera Encíclica social, la Rerum novarum de León XIII, es su relación con el trabajo. San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo.

En nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar una urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes, aun en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un cierto bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el significado del trabajo que da dignidad y del que nuestro santo es un patrono ejemplar.

El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia. Una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?

La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!

 

  1. Padre en la sombra

El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La sombra del Padre,[24] noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aquello que Moisés recuerda a Israel: “En el desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba como un padre cuida a su hijo durante todo el camino” (Dt 1,31). Así José ejercitó la paternidad durante toda su vida.[25]

Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él.

En la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen no tener padre. También la Iglesia de hoy en día necesita padres. La amonestación dirigida por san Pablo a los Corintios es siempre oportuna: “Podrán tener diez mil instructores, pero padres no tienen muchos” (1 Co 4,15); y cada sacerdote u obispo debería poder decir como el Apóstol: “Fui yo quien los engendré para Cristo al anunciarles el Evangelio” (ibíd.). Y a los Gálatas les dice: “Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes” (4,19).

Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a José, junto al apelativo de padre, el de “castísimo”. No es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida.

La felicidad de José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. El mundo necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción. Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio. También en el sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y frustración.

La paternidad que rehúsa la tentación de vivir la vida de los hijos está siempre abierta a nuevos espacios. Cada niño lleva siempre consigo un misterio, algo inédito que sólo puede ser revelado con la ayuda de un padre que respete su libertad. Un padre que es consciente de que completa su acción educativa y de que vive plenamente su paternidad sólo cuando se ha hecho “inútil”, cuando ve que el hijo ha logrado ser autónomo y camina solo por los senderos de la vida, cuando se pone en la situación de José, que siempre supo que el Niño no era suyo, sino que simplemente había sido confiado a su cuidado. Después de todo, eso es lo que Jesús sugiere cuando dice: “No llamen ‘padre’ a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo” (Mt 23,9).

Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer la paternidad, debemos recordar que nunca es un ejercicio de posesión, sino un “signo” que nos evoca una paternidad superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición de José: sombra del único Padre celestial, que “hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo.

***

 

“Levántate, toma contigo al niño y a su madre” (Mt 2,13), dijo Dios a san José.

El objetivo de esta Carta apostólica es que crezca el amor a este gran santo, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su resolución.

En efecto, la misión específica de los santos no es sólo la de conceder milagros y gracias, sino la de interceder por nosotros ante Dios, como hicieron Abrahán[26] y Moisés,[27] como hace Jesús, “único mediador” (1 Tm 2,5), que es nuestro “abogado” ante Dios Padre (1 Jn 2,1), “ya que vive eternamente para interceder por nosotros” (Hb 7,25; cf. Rm 8,34).

Los santos ayudan a todos los fieles “a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad”.[28] Su vida es una prueba concreta de que es posible vivir el Evangelio.

Jesús dijo: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29), y ellos a su vez son ejemplos de vida a imitar. San Pablo exhortó explícitamente: “Vivan como imitadores míos” (1 Co 4,16).[29] San José lo dijo a través de su elocuente silencio.

Ante el ejemplo de tantos santos y santas, san Agustín se preguntó: “¿No podrás tú lo que éstos y éstas?”. Y así llegó a la conversión definitiva exclamando: “¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva!”.[30]

 

No queda más que implorar a san José la gracia de las gracias: nuestra conversión.

A él dirijamos nuestra oración:
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.

A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.

Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.

 

Roma, en San Juan de Letrán, 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, del año 2020, octavo de mi pontificado.

 

FRANCISCO

 

 

_____________________

[1] Lc 4,22; Jn 6,42; cf. Mt 13,55; Mc 6,3.

[2] S. Rituum Congreg., Quemadmodum Deus (8 diciembre 1870): ASS 6 (1870-71), 194.

[3] Cf. Discurso a las Asociaciones cristianas de Trabajadores italianos con motivo de la Solemnidad de san José obrero (1 mayo 1955): AAS 47 (1955), 406.

[4] Exhort. ap. Redemptoris custos (15 agosto 1989): AAS 82 (1990), 5-34.

[5] Catecismo de la Iglesia Católica, 1014.

[6] Meditación en tiempos de pandemia (27 marzo 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (3 abril 2020), p. 3.

[7] In Matth. Hom, V, 3: PG 57, 58.

[8] Homilía (19 marzo 1966): Insegnamenti di Paolo VI, IV (1966), 110.

[9] Cf. Libro de la vida, 6, 6-8.

[10] Todos los días, durante más de cuarenta años, después de Laudes, recito una oración a san José tomada de un libro de devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las Religiosas de Jesús y María, que expresa devoción, confianza y un cierto reto a san José: “Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén”.

[11] Cf. Dt 4,31; Sal 69,17; 78,38; 86,5; 111,4; 116,5; Jr 31,20.

[12] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 88, 288: AAS 105 (2013), 1057, 1136-1137.

[13] Cf. Gn 20,3; 28,12; 31,11.24; 40,8; 41,1-32; Nm 12,6; 1 Sam 3,3-10; Dn 2; 4; Jb 33,15.

[14] En estos casos estaba prevista la lapidación (cf. Dt 22,20-21).

[15] Cf. Lv 12,1-8; Ex 13,2.

[16] Cf. Mt 26,39; Mc 14,36; Lc 22,42.

[17] S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Redemptoris custos (15 agosto 1989), 8: AAS 82 (1990), 14.

[18] Homilía en la Santa Misa con beatificaciones, Villavicencio – Colombia (8 septiembre 2017): AAS 109 (2017), 1061.

[19] Enchiridion de fide, spe et caritate, 3.11: PL 40, 236.

[20] Cf. Dt 10,19; Ex 22,20-22; Lc 10,29-37.

[21] Cf. S. Rituum Congreg., Quemadmodum Deus (8 diciembre 1870): ASS 6 (1870-71), 193; B. Pío IX, Carta ap. Inclytum Patriarcham (7 julio 1871): l.c., 324-327.

[22] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 58.

[23] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 963-970.

[24] Edición original: Cień Ojca, Varsovia 1977.

[25] Cf. S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Redemptoris custos, 7-8: AAS 82 (1990), 12-16.

[26] Cf. Gn 18,23-32.

[27] Cf. Ex 17,8-13; 32,30-35.

[28] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 42.

[29] Cf. 1 Co 11,1; Flp 3,17; 1 Ts 1,6.

[30] Confesiones, 8, 11, 27: PL 32, 761; 10, 27, 38: PL 32, 795.

 

 

 

 

Ángelus: Ser artesanos de fraternidad

Palabras después del Ángelus

diciembre 08, 2020 14:14

Angelus

(zenit – 8 dic. 2020).- Después de la oración del Ángelus de este martes 8 de diciembre de 2020, fiesta de la Inmaculada Concepción, el Papa ha saludado a los peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.

A continuación, siguen las palabras de Francisco, según la traducción oficial ofrecida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

***

 

Palabras después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas!

Os saludo a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos de varios países. Y saludo al grupo de la Inmaculada, hoy, en la fiesta de la Inmaculada: ¡muy buenos, están siempre aquí!

Hoy, los socios de la Acción Católica Italiana renuevan la adhesión a la Asociación. Les dirijo mi saludo y mi deseo de buen camino. Rezo “para que Cristo sea formado en vosotros” —como escribe San Pablo— y para que seáis artesanos de fraternidad.

Saludo a los representantes del Ayuntamiento de Rocca di Papa, que hoy —según la tradición— encenderán la Estrella de Navidad en la “Fortaleza” de la ciudad. La luz de Cristo ilumine siempre vuestra comunidad.

Como sabéis, hoy por la tarde no tendrá lugar el tradicional homenaje a la Inmaculada en la plaza de España, para evitar el riesgo de aglomeración, como ordenan las autoridades civiles, a las cuales debemos obedecer. Pero esto no nos impide ofrecer a nuestra Madre las flores que ella agradece más: la oración, la penitencia, el corazón abierto a la Gracia. Esta mañana, pronto, he ido de forma privada a la plaza de España, después a Santa María Mayor, donde he celebrado la misa.

A todos os deseo una buena fiesta. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

 

 

 

 

Nicaragua celebra la tradicional “gritería” en honor a la Inmaculada

Patrona del país

diciembre 08, 2020 11:31

Espiritualidad
Iglesia Local

(zenit – 8 dic. 2020).- La “Purísima” es el nombre cariñoso que recibe la virgen María en Nicaragua y hace referencia a la celebración de la Inmaculada Concepción, patrona del país, que se celebra el día 8 de diciembre.

 

Una fiesta muy nicaragüense

La fiesta de la “Purísima” es una fiesta muy nicaragüense. Permite a la gente reunirse con la familia, amigos y extraños, para rezar la Novena y cantar a la Virgen. La principal característica de estos días es la alegría vivida en comunidad. Las canciones, la distribución de fruta y de otras especialidades gastronómicas, generan un ambiente de fraternidad. El 7 de diciembre por la noche, es la “gritería”.

Como antesala a este día en el occidente del país centroamericano se celebra la tradicional “lavada de la plata” y la vigilia en honor a la Virgen. Su santuario en El Viejo es lugar de peregrinación de miles de familias que llegan a pagar promesas.

Al final de la tarde de cada 7 de diciembre, niños, jóvenes y adultos se reúnen, unos esperanzados por los dulces y fruta que van a recibir, otros como anfitriones en las casas. La gente va de casa en casa donde se celebra la “Purísima” gritando: “¿Quién causa tanta alegría?” Y contestan: “La Concepción de María”. Seguidamente, los visitantes cantan canciones a la Virgen. En agradecimiento, los dueños de casa les ofrecen dulces, fruta y algunos bocadillos. Ciudades y pueblos se involucran para participar en este festejo.

La Purísima tiene una dimensión comunitaria y familiar muy marcada. A medida que la calidad de vida ha ido desmejorando, los vecinos se han unido para celebrar la fiesta en la cuadra o en el sector. Al unirse comparten los gastos, pero también la alegría de preservar una tradición y una devoción muy honda en el corazón de los nicaragüenses.

Los padres Franciscanos fueron los primeros que iniciaron la costumbre de rezar y cantarle alabanzas a la Virgen María. En la iglesia de San Francisco de Asís en León se originó e irradió la celebración de La Purísima, una devoción ardiente que desde 1742 caló en el corazón de Nicaragua.

 

Obispos piden a la Virgen por Nicaragua

En León, la cuna de la Marianidad nicaragüense, el obispo René Sándigo, dio a las 6 de la tarde el tradicional grito de “¿Quién causa tanta alegría?” Y una plaza abarrotada de fieles le contestaron: “¡La Concepción de María!”.

En su reflexión el prelado dijo que “celebrar a la Purísima nace de un corazón noble y fuerte, por eso no se sientan mal de decirle a la Virgen las razones por las que hoy estamos alegres las familias”.

Mientras tanto, el cardenal Leopoldo Brenes, dio el grito desde su residencia familiar en Managua a través de los medios de comunicación de la Conferencia Episcopal y dijo que “la religiosidad popular es el palpitar de la fe nicaragüense, es un momento de gozo y oración desde nuestros hogares ante la situación de la pandemia”.

A fecha del 2 diciembre se reporta un acumulado de 11,439 casos sospechosos de coronavirus reportados por el Observatorio Ciudadano de la COVID-19, por su parte las autoridades de salud en el país han informado que “desde el inicio de la pandemia hasta el día de hoy, hemos atendido y dado Seguimiento Responsable y Cuidadoso a 4,583 personas”.

En Matagalpa, al norte del país monseñor Rolando Álvarez, dio el grito desde el interior de la Catedral San Pedro y pidió oración por los “afectados de los recientes huracanes, por las víctimas de la pandemia, las familias en el desempleo y mostró su cercanía por el personal sanitario de salud en el país”.

En Granada, la segunda ciudad en Nicaragua después de León, que celebran a la Inmaculada Concepción de María, el obispo Jorge Solorzano, ha decretado un año jubilar mariano en conmemoración de la llegada de la “Conchita” (como le dicen a la Inmaculada) y ha pedido a su presbiterio que “como buenos hijos, lleven la buena nueva que consuela, libera y sana”.

 

Una fiesta en medio de crisis

La Mesa de Trabajo por las y los Presos Políticos, Libertad y Justicia, conformada por organizaciones de familiares de presos políticos, excarcelados, exiliados y la Unidad Nacional y Azul y Blanco, lanzaron este martes por tercer año consecutivo la campaña “¡Sin libertad no hay Navidad!”.

“Pasemos de las palabras a los hechos y apoyemos las campañas de movilización, las actividades de calle, la presión económica y la presión internacional”, dijo uno de los miembros de la Unidad Nacional. “Son 118 familias que esta Navidad la pasarán sin sus parientes por crímenes que no cometieron y que esta Navidad sus hijos, hijas, esposas, madres y familia les espera”, agregó.

Las organizaciones opositoras también demandaron al gobierno de Nicaragua que cese el acoso y el hostigamiento a los familiares de los presos políticos, así como a los excarcelados y líderes opositores.

 

 

 

 

Vaticano: Reunión online sobre la crisis humanitaria en Siria e Irak

El próximo 10 de diciembre

diciembre 08, 2020 12:24

Ciudad del Vaticano
Iglesia y Mundo

(zenit – 8 dic. 2020).- El próximo jueves 10 de diciembre, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano ha organizado una reunión sobre la crisis humanitaria en Siria e Irak, informa el propio Dicasterio en un comunicado difundido hoy, 8 de diciembre de 2020.

La cita, programada a las 16 horas a través de la plataforma online Zoom, contará con la participación de unas cincuenta organizaciones benéficas católicas, representantes de los episcopados locales e instituciones eclesiales y congregaciones religiosas que operan en Siria, Irak y países vecinos, además de los nuncios apostólicos de la zona.

El encuentro, que comenzará con la emisión de un videomensaje del Santo Padre, estará moderado por el subsecretario del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, Mons. Segundo Tejado Muñoz, y la Dra. Moira Monacelli, de Caritas Internationalis.

Este incluye una oración de apertura a cargo de Mons. Bruno Marie Duffé, secretario del Dicasterio, a la que seguirá un discurso introductorio por parte del cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede.

 

Evaluación de la situación

A continuación, se dará paso a evaluar la situación político-diplomática, con la intervención de Mons. Paul Richard Gallagher, secretario de Relaciones con los Estados, y el cardenal Mario Zenari, nuncio apostólico en Siria, en una sesión que estará moderada por Mons. Ionuț Paul Strejac, de la Secretaría de Estado.

La reunión continuará con una sesión centrada en el papel de la Iglesia en Siria e Irak, moderada por Mons. Kuriakose Cherupuzhathottathil, de la Congregación para las Iglesias Orientales, en la que intervendrá el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la propia Congregación; seguirá una sesión que profundizará en el tema de los migrantes y las personas desplazadas internamente, en la que se podrá escuchar al Dr. Filippo Grandi, alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), y a la Dra. Pascale Debbane, oficial de la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, moderada por el subsecretario de la Sección de Migrantes y Refugiados, P. Fabio Baggio.

También tendrá lugar una sesión sobre las agencias católicas en la zona y su trabajo en la transición de la fase de emergencia a la de desarrollo integral, en la que participarán Su Eminencia el Cardenal Peter K.A. Turkson, prefecto del Dicasterio, y el Dr. Aloysius John, secretario general de Caritas Internationalis. Cada sesión incluirá un tiempo de reflexión y debate abierta a todos los participantes.

 

Reflexión y comunión

Esta reunión adquiere especial relevancia en esta época de pandemia y crisis, en la que se observan problemas interconectados de naturaleza sanitaria, económica, social y política. El objetivo es, en continuidad con el camino emprendido en años anteriores, tener un momento de reflexión y comunión fraterna además de coordinar la labor que realizan las instituciones eclesiales implicadas en acciones de caridad y asistencia a favor de las poblaciones más afectadas en Oriente Medio debido a esta crisis humanitaria, sobre la que el Santo Padre ha llamado repetidamente la atención de la opinión pública.

Se realizará un balance de la labor realizada hasta la fecha por las organizaciones católicas de desarrollo en el contexto de la crisis del Líbano y la pandemia de la COVID-19, compartiendo información sobre la situación actual y la respuesta de la Iglesia.

Se examinarán las cuestiones críticas surgidas e identificarán las prioridades para el futuro, analizando la situación de las comunidades cristianas que viven en los países afectados por la guerra y promoviendo la sinergia entre los órganos de la Iglesia y la Iglesia local. Este año se dedicará una reflexión especial al desarrollo integral, además de a las perspectivas realistas del retorno voluntario de los desplazados internos y los refugiados a sus comunidades de origen.

 

Conflicto en Siria e Irak

De acuerdo a la nota, el conflicto en Siria y el Irak ha producido una de las crisis humanitarias más graves de los últimos decenios. La Santa Sede, además de la actividad diplomática, participa activamente en los programas de ayuda y asistencia humanitaria.

Desde 2014, la red de la Iglesia ha asignado más de 1.000 millones de dólares a la respuesta de emergencia, llegando a más de 4 millones de beneficiarios individuales por año. Según fuentes de las Naciones Unidas, en la actualidad todavía hay 11 millones de personas que necesitan asistencia humanitaria en Siria, mientras que hay más de 6 millones de desplazados internos.

En Irak, las cifras ascienden a más de 4 millones de personas que necesitan asistencia humanitaria y más de 1 millón de desplazados internos, respectivamente. Sin embargo, se subraya que todos los países de la zona se ven afectados por la grave crisis humanitaria, en particular el Líbano, Turquía y Jordania.

 

 

 

 

Fiesta de la Inmaculada Concepción

Dogma de la Iglesia

diciembre 08, 2020 09:00

Espiritualidad

(zenit – 7 dic. 2020).- En la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, celebrada cada 8 de diciembre, D. Rafael Mosteyrín, sacerdote del Opus Dei, nos ofrece un artículo sobre la misma.

***

 

A la Virgen María le celebramos en distintas fiestas, una de las más importantes es la Inmaculada Concepción. Es un dogma de la Iglesia, precisamente desde el 8 de diciembre de 1854, pero con muchísima devoción en España y otros países desde tiempos inmemoriales.

¿Y qué significa este título? Inmaculada quiere decir sin ninguna mancha, ni suciedad, sin pecados. Inmaculada es lo mismo que pura. Por eso también es conocido este día como el de la Purísima. Es el saludo acostumbrado cuando uno comienza a confesarse. Se dice Ave María purísima, y se contesta sin pecado concebida. Se recuerda así el ejemplo de belleza y santidad de la Madre de Dios y Madre nuestra.

Concepción es el momento del nacimiento de una persona. Desde el momento de su concepción, por sus padres san Joaquín y santa Ana, no tuvo ningún pecado. Ha sido el único caso, en la historia de la humanidad, de nacer sin pecado original. Así lo quiso Dios, porque su Madre sería el primer sagrario, donde Él comenzaría a vivir.

Sin pecado. Así fue el alma de la Virgen durante toda su vida. Nosotros estamos manchados frecuentemente por faltas, pecados y errores. Pero la Virgen María es Madre, y no le importa que nos ensuciemos sino que nos ayuda rápidamente a limpiarnos. Por eso, en esta fiesta podemos pedirle que nos mantenga siempre alejados del pecado, que no nos ensuciemos.

La Virgen María siempre ha vencido en todas las tentaciones, y nunca cometió ninguno pecado. Mantuvo su alma limpia, y resplandeciente, durante toda su vida. Le pedimos ayuda ahora, para mejorar, con motivo de la celebración y el reconocimiento de su pureza. ¿Cómo? Dependiendo de la generosidad de cada uno.

Si le preguntáramos a nuestra madre de la tierra qué regalo prefiere, por su cumpleaños, casi todas las madres suelen decir lo mismo. Por lo menos mi madre nos decía, a mis siete hermanos y a mí, que el único regalo que nos pedía es que nos portáramos bien.

Esto, referido a la Virgen María, se manifiesta en recibir dos sacramentos con más frecuencia: la Confesión y la Eucaristía. Gracias a estos dos sacramentos nos arrepentimos de nuestros pecados, somos perdonados y podemos recibir a su Hijo Jesús, dentro de nosotros, como ella hizo. María tuvo a Jesús dentro de ella en los nueve meses de embarazo, y después de la Resurrección del Señor, cuando pudo comulgar. Por estas razones es muy importante la limpieza de nuestra alma.

Se cuenta que un pintor quería dibujar una imagen de la Inmaculada Concepción. Buscó el rostro de una joven que pudiera servirle de modelo. Se acercó a una, y le pidió si estaría dispuesta a posar en su taller, para servir de modelo de un cuadro de la Virgen. La joven se quedó sorprendida; pero, después de tranquilizarse, dijo al artista: “Hoy no puede ser, volveré pronto”. Al día siguiente, después de los saludos previos, dijo la joven al pintor: “Ayer no me atreví a servir de modelo para un cuadro de la Inmaculada, porque no estaba en gracia de Dios. Esta mañana me he confesado, y ahora podré servir como modelo menos indignamente”.

La verdadera devoción a María nos debe llevar a imitarla y a tratar de parecernos más a Ella cada día. Los hijos deben parecerse a su Madre.

Aprovechemos esta ocasión para pedirle la limpieza de nuestra alma, con la confesión de nuestros pecados y el deseo de imitarle más a Ella. Tenemos nueve días seguidos para acercarnos más a nuestra Madre. Lo que más le gustará es vernos decididos a parecernos más a Jesús, el fruto bendito de su vientre.

 

 

 

 

Tercer domingo de Adviento: Reflexión del P. Antonio Rivero

“Adviento, tiempo para vivir la auténtica alegría”

diciembre 08, 2020 09:30

Espiritualidad

Reflexión sobre el Evangelio del domingo 13 de diciembre de 2020, tercer domingo de Adviento, escrita por el padre Antonio Rivero L.C y titulada “Adviento, tiempo para vivir la auténtica alegría”.

 

 

COMENTARIO A LA LITURGIA DOMINICAL

Domingo 3 de Adviento

Ciclo B

Textos: Is 61, 1-2.10-11; 1 Tes 5, 16-24; Jn 1, 6-8.19-28

 

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).

 

Idea principal: ¡Alegraos! La verdadera alegría en la vida es Jesús que con su nacimiento viene a disipar las tinieblas del pecado y envolvernos en su luz maravillosa.

 

Síntesis del mensaje: a este domingo la Iglesia lo llama “Domingo Gaudéte”, es decir, domingo del “Alegraos”. Recibe ese nombre por la primera palabra en latín de la antífona de entrada, que dice: Gaudéte in Domino semper: íterum dico, gaudéte (“Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres” Filipenses 4, 4.5). Las tinieblas que cubrían el Antiguo Testamento comenzaron a disiparse con la luz –tenue aún- de los profetas. Luego brilló la antorcha precursora –Juan-. Hasta que finalmente amaneció Cristo, Sol nacido de lo alto para iluminar a los que estaban sentados en las tinieblas de la muerte. La primitiva Iglesia nutrió su piedad en esta idea de Cristo-Luz. Y dicha piedad cristalizó en una fórmula del Concilio de Nicea inserta en el Credo: “Creo en un solo Señor Jesucristo…, Dios de Dios, Luz de Luz”. Y con su Luz vino la alegría (segunda lectura, evangelio).

 

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, alegrémonos, porque se acerca nuestro Salvador y Libertador. ¿De qué nos salva? (1ª lectura). De las cadenas y grilletes a los que tal vez nuestra alma está atada y por eso no es libre para relacionarse en la oración humilde con ese Dios de la Salvación. De los miedos que nos paralizan y no nos dejan descubrir que ese Salvador es Padre y Amigo y Compañero de camino hacia la eternidad. De las tristezas que nos ahogan, que nos impiden sonreír al experimentar la ternura de ese Dios Libertador que viene con los despojos de su victoria en la mano después de una lucha terrible contra el enemigo de nuestra alma. De las falsas expectativas, ilusiones y guiños que nos hace este mundo y nuestros sueños fatuos, que nos pintan el seguimiento de Cristo como un camino de rosas, de éxitos y reconocimientos, cuando en realidad sabemos que debemos seguirle por un sendero de cruz, de esfuerzo, pero con Él a nuestro lado. De todo eso viene a salvarnos: de las falsas ideologías, de esperanzas disfrazadas, de sistemas socio-económicos esclavizantes e inhumanos, de nuestros ridículos e devoradores egoísmos, vanidades y ambiciones. Salvación completa, de cuerpo y alma y espíritu (segunda lectura).

 

En segundo lugar, alegrémonos porque vuelve a nacer el Sol de justicia que lanza su luz sobre nuestro mundo, también en estos momentos de coronavirus. ¿A dónde quiere llegar con su luz? A nuestra Iglesia en esta hora aciaga, pero al mismo tiempo entusiasmante y desafiadora, de su historia para que siga guardando con celo y cariño el depósito de la fe sin permitir elixires dulces o brebajes extraños. A nuestro mundo que se ufana de sus conquistas científicas, al margen de Dios e incluso en contra de Dios; y lo único que está pretendiendo es ser luciérnaga para sí mismo. A nuestras familias hoy bombardeadas y cuyos escombros no nos permiten ver la belleza de esta iglesia doméstica. A nuestros jóvenes que se preparan para un matrimonio fiel y feliz, para que tengan la luz y el discernimiento para dar ese paso noble en el proyecto de vida matrimonial según los designios de Dios. A nuestros seminaristas y sacerdotes para que descubren o redescubran la hermosura de la vocación de entrega alegre y gozosa al Señor en el celibato por el Reino de los cielos, y no busquen otras compensaciones mundanas o álibis, que nunca les harán felices por llevar una vida doble y no acorde a su consagración a Dios en santidad de vida. A nuestros ancianos, para que la Luz de Cristo les llene de esperanza y consuelo en esta etapa dorada de su existencia y puedan vislumbrar la eternidad en el ocaso de su vida. A nuestros hermanos más pobres y desfavorecidos, para que esa Luz de Cristo entre en los corazones de todos los que puedan socorrerles material, espiritual, moral y psicológicamente. A nuestros hermanos enfermos, para que encuentren en Cristo la fuerza para sobrellevar y soportar sus dolores. Y, en fin, la luz de Cristo quiere llegar a todos: niños, artistas, comunicadores, literatos; al igual que el sol manda sus rayos a todos, así Cristo. Sólo quien no abre la ventana quedará en la oscuridad.

 

Finalmente, alegrémonos porque la Palabra de Dios se encarna y acampará entre nosotros. ¿Qué nos dirá esa Palabra? Dios es Amor y Padre. Bienaventurados los pobres, los mansos, los sufridos, los que tienen hambre y sed de la Voluntad de Dios, los puros, los misericordiosos, los pacificadores, los perseguidos. “Amaos unos a otros como Yo os he amado”, repartiendo el pan con el necesitado, enjugando las lágrimas del que llora, consolando al triste, animando al desalentado y perdonando al enemigo.

 

Para reflexionar: ¿Vivo alegre en mi vida cristiana? ¿Quién es la fuente de mi alegría? ¿He abierto de par en par las puertas de mi existencia a la luz de Cristo o tengo algunas ventanas cerradas donde no ha entrado todavía esta luz de Cristo? ¿Cuáles: afectividad, voluntad, sentimientos, éxitos, fracasos…?

 

Para rezar: Señor, lléname de tu alegría y de tu luz. Señor, que sea portador a mi alrededor de tu alegría y de tu luz. Que mi alegría sea honda y profunda, fundamentada en Ti.

 

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org

 

 

 

 

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, 9 de diciembre

Santo mexicano

diciembre 08, 2020 09:00

Testimonios

 

“San Juan Diego Cuauhtlatoatzin fue un mexicano autóctono que pervive vinculado a la advocación de la Virgen de Guadalupe, que se le apareció haciéndole protagonista de una de las grandes escenas, cuajadas de lirismo, que marcan un hito en la historia de las apariciones marianas”

En el entorno de la festividad de la Inmaculada Concepción, entre otros, la Iglesia celebra hoy la existencia de Juan Diego, que pervive para siempre vinculado a María, bajo su advocación de la Virgen de Guadalupe.

Este santo indígena encarna en sí mismo una de las hermosísimas historias de amor que conmueven poderosamente. Inocencia y dulzura forman una perfecta simbiosis en su vida que instan ciertamente a perseguir la santidad y permiten comprender qué pudo ver en él la Reina del Cielo, excelso modelo de virtudes, para hacerle objeto de su dilección.

Nació en Cuauhtitlán perteneciente al reino de Texcoco, México, regido entonces por los aztecas, hacia el año 1474. Debía llevar escrito en su nombre, que significaba “águila que habla”, la nobleza de esta majestuosa ave que vuela desafiando a las tempestades, de cara al infinito.

Era un indio de la etnia chichimecas, sencillo, lleno de candor, sin doblez alguna, de robusta fe, dócil, humilde, obediente y generoso. Un hombre inocente que, cuando conoció a los franciscanos, recibió el agua del bautismo y se abrazó a la fe para siempre encarnando con total fidelidad las enseñanzas que recibía.

Un digno hijo de Dios que no dudaba en recorrer 20 km. todos los sábados y domingos para ir profundizando en la doctrina de la Iglesia y asistir a la Santa Misa. Tuvo la gracia de que su esposa María Lucía compartiera con él su fe, y ambos, enamorados de la castidad, después de ser bautizados hacia 1524 o 1525 determinaron vivir en perfecta continencia.

María Lucía murió en 1529, y san Juan Diego Cuauhtlatoatzin se fue a vivir con su tío Juan Bernardino que residía en Tulpetlac, a 14 km. de la iglesia de Tlatelolco-Tenochtitlan, lo cual suponía acortar el largo camino que solía recorrer para llegar al templo.

La Madre de Dios se fijó en este virtuoso indígena para encomendarle una misión. Cuatro apariciones sellan las sublimes conversaciones que tuvieron lugar entre Ella y Juan Diego, que tenía entonces 57 años, edad avanzada para la época.

El sábado 9 de diciembre de 1531 se dirigió a la Iglesia. Caminaba descalzo, como hacían los de su condición social, y se resguardaba del frío con una tilma, una sencilla manta. Cuando bordeaba el Tepeyac, la tierna voz de María llamó su atención dirigiéndose a él en su lengua náuhatl: “¡Juanito, Juan Dieguito!”.

Ascendió a la cumbre, y Ella le dijo que era “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”. Además, le encomendó que rogase al obispo Juan de Zumárraga que erigiese allí mismo una iglesia. san Juan Diego Cuauhtlatoatzin obedeció.

Fue en busca del prelado y afrontó pacientemente todas las dificultades que le pusieron para hablar con él, que no fueron pocas. Al transmitirle el hecho sobrenatural y el mensaje recibido, el obispo reaccionó con total incredulidad.

Juan Diego volvió al lugar al día siguiente, y expuso a la Virgen lo sucedido, sugiriéndole humildemente la elección de otra persona más notable que él, que se consideraba un pobre “hombrecillo”. Pero María insistió. ¡Claro que podía elegir entre muchos otros!

Pero tenía que ser él quien transmitiera al obispo su voluntad: “Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando”.

El 12 de diciembre, diligentemente, una vez más fue a entrevistarse con el obispo. Éste le rogó que demostrase lo que estaba diciendo. Apenado, san Juan Diego Cuauhtlatoatzin regresó a su casa y halló casi moribundo a su tío, quien le pedía que fuese a la capital para traer un sacerdote que le diese la última bendición.

Sin detenerse, acudió presto a cumplir con este acto caritativo, saliendo hacia Tlatelolco. Pensó que no era momento para encontrarse con la Virgen y que Ella entendería su apremio; ya le daría cuenta de lo sucedido más tarde.

Y así, tras esta brevísima resolución, tomó otro camino. Pero María le abordó en el sendero, y Juan Diego, impresionado y arrepentido, con toda sencillez expresó su angustia y el motivo que le indujo a actuar de ese modo.

La Madre le consoló, le animó, y aseguró que su tío sanaría, como así fue. Por lo demás, enterada del empecinamiento del obispo y de su petición, indicó a Juan Diego que subiera a la colina para recoger flores y entregárselas a Ella.

En el lugar señalado no brotaban flores. Pero san Juan Diego Cuauhtlatoatzin creyó, obedeció y bajó después con un frondoso ramo que portó en su tilma. La Virgen lo tomó entre sus manos y nuevamente depositó las flores en ella.

Era la señal esperada, la respuesta que vencería la resistencia que acompaña a la incredulidad. Más tarde, cuando el candoroso indio logró ser recibido por el obispo, al desplegar la tilma se pudo comprobar que la imagen de la Virgen de Guadalupe había quedado impregnada en ella con bellísimos colores. A la vista del prodigio, el obispo creyó, se arrepintió y cumplió la voluntad de María.

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin legó sus pertenencias a su tío, y se trasladó a vivir en una humilde casa al lado del templo. Consagró su vida a la oración, a la penitencia y a difundir el milagro entre las gentes. Se ocupaba del mantenimiento de la capilla primigenia dedicada a la Virgen de Guadalupe y de recibir a los numerosos peregrinos que acudían a ella.

Murió el 30 de mayo de 1548 con fama de santidad dejando plasmada la aureola de la misma no solo en México sino en el mundo entero que sigue aclamando a este “confidente de la dulce Señora del Tepeyac”, como lo denominó Juan Pablo II. Fue él precisamente quien confirmó su culto el 6 de mayo de 1990, y lo canonizó el 31 de julio de 2002.