Servicio diario - 03 de enero de 2019


 

Abusos en la Iglesia: Francisco llama a una "renovada y decidida actitud para resolver el conflicto"
Redacción

El Papa considera lícita la histerectomía cuando el útero ya no es "idóneo para la procreación"
Rosa Die Alcolea

Chile: Mons. Fernando Ramos irá al encuentro sobre la protección de menores en la Iglesia
Rosa Die Alcolea

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San Manuel González García, 4 de enero
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

03/01/2019-20:27
Redacción

Abusos en la Iglesia: Francisco llama a una "renovada y decidida actitud para resolver el conflicto"

(ZENIT — 3 enero 2019).- "La lucha contra la cultura del abuso, la herida en la credibilidad, así como el desconcierto, la confusión y el desprestigio en la misión reclaman y nos reclaman una renovada y decidida actitud para resolver el conflicto", escribe el Santo Padre en una Carta dirigida a los obispos de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de América del Norte.

El texto, de 3600 palabras, fechado el 1 de enero de 2019, y publicado por la Santa Sede el 3 de enero de 2019, ha sido enviado durante los Ejercicios Espirituales que practican los prelados estadounidenses del 2 al 8 de enero de 2019, dirigidos por el Predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa, sobre el tema "Los estableció como Doce, para estar con él y enviarlos a predicar" (Marcos 3:14), en marcha en el Seminario de Mundelein, en la Arquidiócesis de Chicago (EE.UU.).

En su carta, el Santo Padre es abierto y directo en la gravedad de la crisis de abusos que enfrenta la Iglesia y el efecto sobre la credibilidad, y hace especial referencia a la situación en los Estados Unidos.

Así, Francisco les dice: "Esta actitud nos pide la decisión de abandonar como modus operandi el desprestigio y la deslegitimación, la victimización o el reproche en la manera de relacionarse y, por el contrario, dar espacio a la brisa suave que sólo el Evangelio nos puede brindar.

El retiro se lleva a cabo por invitación del Papa Francisco, quien pidió a todos los obispos de los Estados Unidos que hagan una pausa en la oración mientras la Iglesia busca responder a las señales de los tiempos.

"En los últimos tiempos la Iglesia en los Estados Unidos se ha visto sacudida por múltiples escándalos que tocan en lo más íntimo su credibilidad", indica el Pontífice. "Tiempos tormentosos en la vida de tantas víctimas que sufrieron en su carne el abuso de poder, de conciencia y sexual por parte de ministros ordenados, consagrados, consagradas y fieles laicos; tiempos tormentosos y de cruz para esas familias y el Pueblo de Dios todo".

 

"Maestros del discernimiento"

Sin embargo, el Santo Padre advirtió que si bien la acción es necesaria, es importante tomar la acción correcta, basada en la "oración, la colegialidad y el discernimiento". Y enfatizó que recuperar la credibilidad no es una nota sobre el marketing o las estrategias para recuperar el prestigio perdido.

"Una nueva estación eclesial necesita, fundamentalmente —advierte el Papa Francisco—de pastores maestros del discernimiento en el paso de Dios por la historia de su pueblo y no de simples administradores, ya que las ideas se discuten, pero las situaciones vitales se disciernen".

 

"Dejar que Él moldee el corazón"

"Queridos hermanos —recuerda el Santo Padre a los obispos estadounidenses—, el Señor sabía muy bien que, en la hora de la cruz, la falta de unidad, la división y la dispersión, así como las estrategias para liberarse de esa hora serían las tentaciones más grandes que vivirían sus discípulos; actitudes que desfigurarían y dificultarían la misión". Y continúa: "Por eso pidió Él mismo al Padre que los cuidara para que, en esos momentos, fueran uno, como ellos dos son uno, y ninguno se perdiese (Cf. Jn 17, 11¬12).

Así, el Pontífice exhorta a los pastores: "Confiados y sumergiéndonos en la oración de Jesús al Padre queremos aprender de Él y, con determinada deliberación, comenzar este tiempo de oración, silencio y reflexión, de diálogo y comunión, de escucha y discernimiento, para dejar que Él moldee el corazón a su imagen y ayude a descubrir su voluntad".

RD/JF

Sigue el texto completo de la Carta del Santo Padre:

***

 

Carta del Papa Francisco

A los Obispos de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de Norte América

Queridos hermanos,

El pasado 13 de septiembre, durante el encuentro que mantuve con la Presidencia de la Conferencia Episcopal, sugerí que Ustedes hicieran juntos los Ejercicios Espirituales: un tiempo de retiro, oración y discernimiento como eslabón necesario y fundamental en el camino para afrontar y responder evangélicamente a la crisis de credibilidad que atraviesan como Iglesia. Lo vemos en el Evangelio, el Señor en momentos importantes de su misión se retiraba y pasaba toda la noche en oración e invitaba a sus discípulos a hacer lo mismo (Cf.Mc14,38). Sabemos que la envergadura de los acontecimientos no resiste cualquier respuesta y actitud; por el contrario, exige de nosotros pastores, la capacidad y especialmente la sabiduría de gestar una palabra fruto de la escucha sincera, orante y comunitaria de la Palabra de Dios y del dolor de nuestro pueblo. Una palabra gestada en la oración del pastor que, como Moisés, lucha e intercede por su pueblo (Cf. Ex 32,30-32).

En el encuentro le manifesté al cardenal DiNardo y a los obispos presentes mi deseo de acompañados personalmente un par de días, en estos Ejercicios Espirituales, lo cual fue recibido con alegría y esperanza. Como sucesor de Pedro quería unirme a Ustedes y con Ustedes implorar al Señor que envíe su Espíritu capaz de «hacer nuevas todas las cosas» (Cf. Ap 21,5) y mostrar los caminos de vida que, como Iglesia, estamos llamados a recorrer para el bien de todo el pueblo que nos fue confiado. A pesar de los esfuerzos realizados, por problemas de logística no podré acompañados personalmente. Esta carta quiere suplir, de alguna manera, el viaje fallido. También me alegra que hayan aceptado el ofrecimiento que el predicador de la Casa Pontifica sea quien guíe con su sapiente experiencia espiritual estos Ejercicios Espirituales.

Con estas líneas, quiero estar más cerca y como hermano reflexionar y compartir algunos aspectos que considero importantes, así como estimularlos en la oración y en los pasos que dan en la lucha contra la «cultura del abuso» y en la manera de afrontar la crisis de la credibilidad.

«Entre Ustedes no debe suceder así, el que quiera ser grande, que se haga servidor de Ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos». (Mc 10, 43-44). Estas palabras, con las que Jesús cierra el debate y pone luz a la indignación que se produjo entre los discípulos al escuchar a Santiago y Juan pedir sentarse a la derecha y a la izquierda del Maestro (Cf. Mc 10,37) nos servirán de guía en esta reflexión que quiero realizar junto a Ustedes.

El Evangelio no teme desvelar y evidenciar ciertas tensiones, contradicciones y reacciones que existen en la vida de la primera comunidad discipular; es más, pareciera hacerlo exprofesso: búsqueda de los primeros puestos, celos, envidias, arreglos y acomodos. Así también como todas las intrigas y complots que, secretamente unas veces y públicamente otras, se organizaron en tomo al mensaje y persona de Jesús por parte de las autoridades políticas, religiosas y de los mercaderes de la época (Cf. Mc 11, 15-18). Conflictos que aumentaban a medida que se acercaba la Hora de Jesús en su entrega en la cruz cuando el príncipe de este mundo, el pecado y la corrupción parecían tener la última palabra contaminando todo de amargura, desconfianza y murmuración.

Como lo había profetizado el anciano Simeón, los momentos difíciles y de encrucijada tienen la capacidad de sacar a la luz los pensamientos íntimos, las tensiones y contradicciones que habitan personal y comunitariamente en los discípulos (Cf.Lc2,35). Nadie puede darse por eximido de esto; estamos invitados como comunidad a velar para que, en esos momentos, nuestras decisiones, opciones, acciones e intenciones no estén viciadas (o lo menos viciadas) por estos conflictos y tenciones internas y sean, por sobre todo, una respuesta al Señor que es vida para el mundo. En los momentos de mayor turbación, es importante velar y discernir para tener un corazón libre de compromisos y de aparentes certezas para escuchar qué es lo que más le agrada al Señor en la misión que nos ha encomendado. Muchas acciones pueden ser útiles, buenas y necesarias y hasta pueden parecer justas, pero no todas tienen«sabor» a evangelio. Si me permiten decirlo de manera coloquial: hay que tener cuidado de que «el remedio no se vuelva peor que la enfermedad». Y eso nos pide sabiduría, oración, mucha escucha y comunión fraterna.

 

1. «Entre ustedes no debe suceder así».

En los últimos tiempos la Iglesia en los Estados Unidos se ha visto sacudida por múltiples escándalos que tocan en lo más íntimo su credibilidad. Tiempos tormentosos en la vida de tantas víctimas que sufrieron en su carne el abuso de poder, de conciencia y sexual por parte de ministros ordenados, consagrados, consagradas y fieles laicos; tiempos tormentosos y de cruz para esas familias y el Pueblo de Dios todo.

La credibilidad de la Iglesia se ha visto fuertemente cuestionada y debilitada por estos pecados y crímenes, pero especialmente por la voluntad de querer disimularlos y esconderlos, lo cual generó una mayor sensación de inseguridad, desconfianza y desprotección en los fieles. La actitud de encubrimiento, como sabemos, lejos de ayudar a resolver los conflictos, permitió que los mismos se perpetuasen e hirieran más profundamente el entramado de relaciones que hoy estamos llamados a curar y recomponer.

Somos conscientes que los pecados y crímenes cometidos y todas sus repercusiones a nivel eclesial, social y cultural crearon una huella y herida honda en el corazón del pueblo fiel. Lo llenaron de perplejidad, desconcierto y confusión; y esto sirve también muchas veces como excusa para desacreditar continuamente y poner en duda la vida entregada de tantos cristianos que «muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre» (Cf. EG 76). Cada vez que la palabra del Evangelio molesta o se vuelve testimonio incómodo, no son pocas las voces que pretenden silenciarla señalando el pecado y las incongruencias de los miembros de la Iglesia y más todavía de sus pastores.

Huella y herida que también se traslada al interior de la comunión episcopal generando no precisamente la sana y necesaria confrontación y las tensiones propias de un organismo vivo sino la división y la dispersión (Cf. Mt 26, 31b), frutos y mociones no ciertamente del Espíritu Santo, sino «del enemigo de natura humana»1 que saca más provecho de la división y dispersión que de las tensiones y desacuerdos lógicos y esperables en la coexistencia de los discípulos de Cristo.

La lucha contra la cultura del abuso, la herida en la credibilidad, así como el desconcierto, la confusión y el desprestigio en la misión reclaman y nos reclaman una renovada y decidida actitud para resolver el conflicto. «Ustedes saben que aquellos a quienes se consideran gobernantes — nos diría Jesús — dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos los hacen sentir su autoridad. Entre Ustedes no debe suceder así». La herida en la credibilidad exige un abordaje particular pues no se resuelve por decretos voluntaristas o estableciendo simplemente nuevas comisiones o mejorando los organigramas de trabajo como si fuésemos jefes de una agencia de recursos humanos. Tal visión termina reduciendo la misión del pastor y de la Iglesia a mera tarea administrativa/organizativa en la «empresa de la evangelización». Dejémoslo claro, muchas de estas cosas son necesarias, pero insuficientes, ya que no logran asumir y abordar la realidad en su complejidad y corren el riesgo de terminar reduciéndolo todo a problemas organizativos.

La herida en la credibilidad toca neurálgicamente nuestras formas de relacionarnos. Podemos constatar que existe un tejido vital que se vio dañado y, como artesanos, estamos llamados a reconstruir. Esto implica la capacidad — o no — que poseamos como comunidad de construir vínculos y espacios sanos y maduros, que sepan respetar la integridad e intimidad de cada persona. Implica la capacidad de convocar para despertar y dar confianza en la construcción de un proyecto común, amplio, humilde, seguro, sobrio y transparente. Y esto exige no sólo una nueva organización sino la conversión de nuestra mente (metánoia), de nuestra manera de rezar, de gestionar el poder y el dinero, de vivir la autoridad así también de cómo nos relacionamos entre nosotros y con el mundo.

Las transformaciones en la Iglesia siempre tienen como horizonte suscitar y estimular un estado constante de conversión misionera y pastoral que permita nuevos itinerarios eclesiales cada día más conformes al Evangelio y, por tanto, respetuosos de la dignidad humana. La dimensión programática de nuestras acciones debe ir acompañada de su dimensión paradigmática la cual muestra el espíritu y el sentido de lo que se hace. Una y otra se reclaman y necesitan. Sin este claro y decidido enfoque todo lo que se haga correrá el riesgo de estar teñido de autoreferencialidad, autopreservación y autodefensa y, por tanto, condenado a caer en «saco roto». Será quizás un cuerpo bien estructurado y organizado, pero sin fuerza evangélica, ya que no ayudará a ser una Iglesia más creíble y testimonial sino «campana que resuena o platillo que retiñe» (1 Cor 13,1).

Una nueva estación eclesial necesita, fundamentalmente, de pastores maestros del discernimiento en el paso de Dios por la historia de su pueblo y no de simples administradores, ya que las ideas se discuten, pero las situaciones vitales se disciernen. De ahí que, en medio de la desolación y confusión que viven nuestras comunidades, nuestro deber es —en primer lugar— encontrar un espíritu común capaz de ayudarnos en el discernimiento, no para obtener la tranquilidad fruto de un equilibrio humano o de una votación democrática que haga «vencer» a unos sobre otros, ¡esto no! Sino una manera colegialmente paterna de asumir la situación presente que proteja —sobre todo— de la desesperanza y de la orfandad espiritual al pueblo que nos fue encomendado.
Esto nos posibilita sumergirnos mejor en la realidad, intentando comprenderla y escucharla desde dentro sin quedar presos de la misma. Sabemos que los momentos de turbación y de prueba suelen amenazar nuestra comunión fraterna, pero sabemos también que pueden convertirse en momentos de gracia que afiancen nuestra entrega a Cristo y la hagan creíble. Esta credibilidad no radicará en nosotros mismos, ni en nuestros discursos, ni en nuestros méritos, ni en nuestra honra personal o comunitaria, símbolos de nuestra pretensión — casi siempre inconsciente — de justificamos a nosotros mismos a partir de nuestras propias fuerzas y habilidades (o de la desgracia ajena).

La credibilidad será fruto de un cuerpo unido que, reconociéndose pecador y limitado es capaz de proclamar la necesidad de la conversión. Porque no queremos anunciarnos a nosotros mismos sino a Aquel que por nosotros murió (2 Cor. 4, 5) y testimoniar cómo en los momentos más oscuros de nuestra historia el Sector se hace presente, abre caminos y unge la fe descreída, la esperanza herida y la caridad adormecida. La conciencia personal y comunitaria de nuestros límites nos recuerda, como dijo San Juan XXIII que «la autoridad no puede consideras se exenta de sometimiento a otra superior»3 y por tanto no puede aislarse en su discernimiento y en la búsqueda del bien común. Una fe y una conciencia despojada de la instancia comunitaria, como si fuese un «trascendental kantiano», poco a poco termina anunciando «un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo» y presentará una falsa y peligrosa oposición entre el ser personal y el ser eclesial, entre un Dios puro amor y la carne entregada de Jesucristo. Es más, se puede correr el riesgo de terminar haciendo de Dios un «ídolo» de un determinado grupo existente. La constante referencia a la comunión universal, como también al Magisterio y a la Tradición milenaria de la Iglesia, salva a los creyentes de la absolutización del «particularismo» de un grupo, de un tiempo, de una cultura dentro de la Iglesia. La Catolicidad se juega también en la capacidad que tengamos los pastores de aprender a escuchamos, ayudar y ser ayudados, trabajar juntos y recibir las riquezas que las otras Iglesias puedan aportar en el seguimiento de Jesucristo. La Catolicidad en la Iglesia no puede reducirse solamente a una cuestión meramente doctrina lo jurídica, si no que nos recuerda que en esta peregrinación no estamos ni vamos solos: «¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él» (1 Cor 12,26).

Esta conciencia colegial de hombres pecadores en permanente conversión, pero también desconcertados y afligidos con todo lo sucedido, nos permite entrar en comunión afectiva con nuestro pueblo y nos librará de buscar falsos, rápidos y vanos triunfalismos que pretendan asegurar espacios más que iniciar y despertar procesos. Nos protegerá de recurrir a seguridades anestesiantes que impidan acercamos y comprender el alcance y las ramificaciones de lo acontecido. Por otra parte, favorecerá la búsqueda de medios aptos no ligados a vanos apriorismos ni petrificados en
expresiones inmóviles que han perdido la capacidad de hablar y mover a los hombres y mujeres de nuestro tiempo4.

La comunión afectiva con el sentir de nuestro pueblo, con su desconfianza, nos impulsa a ejercer una colegial paternidad espiritual que no banalice las respuestas ni tampoco quede presa de una actitud a la defensiva sino que busque aprender — como lo hizo el profeta Elías en medio de su desolación — a escuchar la voz del Señor que no se encuentra ni en las tempestades ni en los terremotos si no en la calma que nace de confesar el dolor en su situación presente y se deja convocar una vez más por Su palabra (1 Re 19,9-18).

Esta actitud nos pide la decisión de abandonar como modus operandi el desprestigio y la deslegitimación, la victimización o el reproche en la manera de relacionarse y, por el contrario, dar espacio a la brisa suave que sólo el Evangelio nos puede brindar. No nos olvidamos que «la falta colegial de un reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia actuar mejor en nosotros, ya que no le deja espacio para provocar ese bien posible que integra en un camino sincero y real decrecimiento»5. Todos los esfuerzos que hagamos para romper el círculo vicioso del reproche, la deslegitimación y el desprestigio, evitando la murmuración y la calumnia en pos de un camino de aceptación orante y vergonzoso de nuestros límites y pecados y estimulando el diálogo, la confrontación y el discernimiento, todo esto nos dispondrá a encontrar caminos evangélicos que susciten y promuevan la reconciliación y la
credibilidad que nuestro pueblo y la misión nos reclama. Eso lo haremos si somos capaces de dejar de proyectar en los otros las propias confusiones e insatisfacciones, que constituyen obstáculos para la unidad (Cf. EG 96), y nos atrevamos a ponernos juntos de rodillas delante del Señor y dejarnos interpelar por sus llagas, en las que podremos ver las llagas del mundo. «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes—nos diría Jesús—dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos los hacen sentir su autoridad. Entre Ustedes no debe suceder así».

 

2. «el que quiera ser grande, que se haga servidor de Ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos».

El Pueblo fiel de Dios y la misión de la Iglesia han sufrido y sufren mucho a causa de los abusos de poder, conciencia, sexual y de su mala gestión como para que le sumemos el sufrimiento de encontrar un episcopado desunido, centrado en desprestigiarse más que en encontrar caminos de reconciliación. Esta realidad nos impulsa a poner la mirada en lo esencial y a despojamos de todo aquello que no ayuda a transparentar el Evangelio de Jesucristo.

Hoy se nos pide una nueva presencia en el mundo conforme a la Cruz de Cristo, que se cristalice en servicio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Recuerdo las palabras de san Pablo VI al inicio de su pontificado: «hace falta hacerse hermanos de los hombres en el momento mismo que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía: el servicio. Debemos recordar todo esto y esforzarnos por practicarlo según el ejemplo y el precepto que Cristo nos dejó (Jn. 13,14¬17)»6.

Esta actitud no reivindica para sí los primeros lugares ni el éxito o el aplauso de nuestros actos sino que pide, de nosotros pastores, la opción fundamental de querer ser semilla que germinará cuando y donde el Señor mejor lo disponga. Se trata de una opción que nos salva de caer en la trampa de medir el valor de nuestros esfuerzos con los criterios de funcionalidad y eficiencia que rige el mundo de los negocios; más bien el camino es abrirnos a la eficacia y al poder transformador del Reino de Dios que al igual que un grano de mostaza—la más pequeña e insignificante de todas las semillas— logra convertirse en arbusto que sirve para cobijar (Cf. Mt 13, 32-33). No podemos permitirnos, en medio de la tormenta, perder la fe en la fuerza silenciosa, cotidiana y operante del Espíritu Santo en el corazón de los hombres y de la historia. La credibilidad nace de la confianza, y la confianza nace del servicio sincero y cotidiano, humilde y gratuito hacia todos, pero especialmente hacia los preferidos del Señor (Mt 25,31-46). Un servicio que no pretende ser marketinero o estratégico para recuperar el lugar perdido o el reconocimiento vano en el entramado social sino —como quise señalar lo en la última Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate — porque pertenece «a la sustancia misma del Evangelio de Jesús»7.

El llamado a la santidad nos defiende de caer en falsas oposiciones o reduccionismos y de callarnos ante un ambiente propenso al odio y a la marginación, a la desunión y a la violencia entre hermanos. La Iglesia«signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano»(LG1) Lleva en su ser y en su seno la sagrada misión de ser tierra de encuentro y hospitalidad no sólo para sus miembros sino con todo el género humano. Pertenece a su identidad y misión trabajar incansablemente por todo aquello que contribuya a la unidad entre personas y pueblos como símbolo y sacramento de la entrega de Cristo en la Cruz por todos los hombres sin ningún tipo de distinción,«ya no hay judío o pagano, esclavo ni hombre libre, varón y mujer, porque todos Ustedes no son más que uno en Cristo Jesús» (Gal. 3,28). Este es su mayor servicio, más aún cuando vemos el resurgimiento de nuevos y viejos discursos fratricidas.

Nuestras comunidades hoy deben testimoniar de modo concreto y creativo que Dios es Padre de todos y que ante su mirada la única clasificación posible es la de hijos y hermanos. La credibilidad se juega también en la medida en que ayudemos, junto a otros actores, a hilar un entramado social y cultural que no sólo se está resquebrajando sino también alberga y posibilita nuevos odios. Como Iglesia no podemos quedar presos de una u otra trinchera, sino velar y partir siempre desde el más desamparado. Desde allí el Señor nos invita a ser, como reza la Plegaria Eucarística Vd: «en medio de nuestro mundo, dividido por las guerras y discordias, instrumentos de unidad, de concordia y de paz».

¡Qué altísima tarea tenemos entre manos hermanos; no la podemos callar y anestesiar por nuestros límites y faltas! Recuerdo las sabias palabras de Madre Teresa de Calcuta que podemos repetir personal y comunitariamente: «Sí, tengo muchas debilidades humanas, muchas miserias humanas.[...] Pero él baja y nos usa, a Usted y a mí, para ser su amor y su compasión en el mundo, a pesar de nuestros pecados, a pesar de nuestras miserias y defectos. Él depende de nosotros para amar al mundo y demostrarle lo mucho que lo ama. Si nos ocupamos demasiado de nosotros mismos, no nos quedará tiempo para los demás»8.

Queridos hermanos, el Señor sabía muy bien que, en la hora de la cruz, la falta de unidad, la división y la dispersión, así como las estrategias para liberarse de esa hora serían las tentaciones más grandes que vivirían sus discípulos; actitudes que desfigurarían y dificultarían la misión. Por eso pidió Él mismo al Padre que los cuidara para que, en esos momentos, fueran uno, como ellos dos son uno, y ninguno se perdiese (Cf. Jn 17, 11-12). Confiados y sumergiéndonos en la oración de Jesús al Padre queremos aprender de Él y, con determinada deliberación, comenzar este tiempo de oración, silencio y reflexión, de diálogo y comunión, de escucha y discernimiento, para dejar que Él moldee el corazón a su imagen y ayude a descubrir su voluntad.

En este camino no vamos solos, María acompañó y sostuvo desde el inicio a la comunidad de los discípulos; con su presencia maternal ayudó a que la comunidad no se «desmadrara» por los caminos de los encierros individualistas y la pretensión de salvarse a sí misma. Ella protegió a la comunidad discipular de la orfandad espiritual que desemboca en la auto-referencialidad y con su fe les permitió perseverar en lo incomprensible, esperando que llegue la luz de Dios. A ella le pedimos que nos mantenga unidos y perseverantes, como el día de Pentecostés para que el Espíritu sea derramado en nuestros corazones y nos ayude en todo momento y lugar a dar testimonio de su Resurrección.

Queridos hermanos, con estas reflexiones me uno a Ustedes en estos días de Ejercicios Espirituales. Rezo por Ustedes; por favor háganlo por mí.

Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.

Fraternalmente,

FRANCISCO

Ciudad del Vaticano, 1° de enero de 2019.

***

 

1 San Ignacio, Ejercicios Espirituales, 135.
2 Cf. Jorge M. Bergoglio, Las cartas de la tribulación, 12. Ed. Diego De Torres, Buenos Aires (1987).
3 Juan XXIII, Pacem in Terris, 47.
4 Pablo vi, Ecclesiam Suam, 39
5 Francisco, Gaudete et Exsultate, 50.
6 Pablo VI, Ecclesiam Suam, 39.
7 Francisco, Gaudete et Exsultate, 97.
8 Madre Teresa de Calcuta, Cristo en los pobres, 37-38. Francisco, Gaudete et Exsultate, 107.

 

 

03/01/2019-13:06
Rosa Die Alcolea

El Papa considera lícita la histerectomía cuando el útero ya no es "idóneo para la procreación"

(ZENIT — 3 enero 2018).- El Papa Francisco considera lícita la histerectomía (extirpación del útero) cuando éste "se halla de forma irreversible en un estado tal que ya no puede ser idóneo para la procreación, y médicos expertos han alcanzado la certeza de que un posible embarazo conducirá a un aborto espontáneo, antes de que el feto pueda alcanzar el estado de viabilidad".

De este modo, el Pontífice aprobó el pasado 10 de diciembre 2018 la respuesta de la Congregación para la Doctrina de la Fe con respecto a una duda, en ciertos casos, sobre la legitimidad de la histerectomía, es decir la extirpación del útero, señala la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el 3 de enero de 2019.

La intervención médica en cuestión "no puede juzgarse como anti-procreativa, porque se está en presencia de un contexto objetivo en el que ni la procreación ni como resultado la acción anti- procreativa son posibles", afirma la nota de la Congregación para la Doctrina la Fe.

Además —se lee en el texto— la respuesta a la duda no dice que la decisión de practicar la histerectomía sea siempre la mejor, sino solo que, en las condiciones mencionadas anteriormente, es una decisión moralmente lícita, sin excluir por ello otras opciones (por ejemplo, recurrir a los períodos de infertilidad o a la abstinencia total). Corresponde a los esposos, en diálogo con los médicos y con su guía espiritual, elegir el camino a seguir, aplicando a su caso y circunstancias los criterios normales de gradualidad de la intervención médica.

 

Respuesta a una duda sobre la legitimidad de la histerectomía en algunos casos

El 31 de julio de 1993, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó las Respuestas a las preguntas presentadas sobre el "aislamiento uterino" y otras cuestiones. Estas respuestas, que conservan toda su validez, consideran la extirpación del útero (histerectomía) moralmente lícita cuando el mismo constituye un grave peligro actual para la vida o la salud de la madre, y consideran ilícitas, en cuanto se configuran como una modalidad de esterilización directa, la extirpación del útero y la ligadura de las trompas (aislamiento uterino) con el fin de imposibilitar un posible embarazo que pudiera implicar algún riesgo para la madre.

En los últimos años, se han presentado algunos casos a la Santa Sede, bien circunstanciados, también relacionados con la histerectomía, que se presentan sin embargo como un caso diferente del que fue examinado en 1993, porque se refieren a situaciones en las que en ningún caso es posible la procreación. La duda y la respuesta, acompañadas de la Nota ilustrativa, que ahora se publican, se refieren a este nuevo caso y completan las respuestas dadas en 1993.

 

Duda: Cuando el útero se halla de forma irreversible en un estado tal que ya no puede ser idóneo para la procreación, y médicos expertos han alcanzado la certeza de que un posible embarazo conducirá a un aborto espontáneo, antes de que el feto pueda alcanzar el estado de viabilidad. ¿Es lícito extirparlo (histerectomía)?

Respuesta: Sí, porque no se trata de esterilización.

Sigue la nota ilustrativa publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe:

***

 

Nota ilustrativa

La duda se refiere a algunos casos extremos, recientemente presentados a la Congregación para la Doctrina de la Fe, que constituyen un caso diferente de aquel al que se dio respuesta negativa el 31 de julio de 1993. El elemento que hace esencialmente diferente la pregunta actual es la certeza alcanzada por médicos expertos de que, en caso de embarazo, el mismo se detendría espontáneamente antes de que el feto alcance el estado de viabilidad. Aquí no se trata de dificultades o riesgos de mayor o menor importancia, sino de una pareja para la cual no es posible procrear.

El objeto propio de la esterilización es impedir la función de los órganos reproductores, y su malicia consiste en el rechazo de la prole: es un acto contra el bonum prolis. En el caso contemplado en la presente duda, se sabe con certeza que los órganos reproductivos no son capaces de custodiar a un concebido hasta su viabilidad, es decir, no son capaces de llevar a cabo su función procreativa natural. La finalidad del proceso procreativo es dar a luz a una criatura, pero aquí el nacimiento de un feto vivo no es biológicamente posible. Por lo tanto, no estamos ante un funcionamiento imperfecto o arriesgado de los órganos reproductores, sino ante una situación en la que la finalidad natural de dar a luz a una prole viva esimposible.

La intervención médica en cuestión no puede juzgarse como anti-procreativa, porque se está en presencia de un contexto objetivo en el que ni la procreación ni como resultado la acción anti- procreativa son posibles. Excluir un aparato reproductivo que no es capaz de llevar a término un embarazo no puede por lo tanto calificarse como esterilización directa, que es y sigue siendo intrínsecamente ilícita como fin y como medio.

El problema de los criterios para evaluar si el embarazo pueda o no prolongarse hasta el estado de viabilidad es una cuestión médica. Desde el punto de vista moral, hay que pedir que se alcance todo el grado de certeza que se puede alcanzar en medicina, y en este sentido, la respuesta dada es válida para la duda tal como, en buena fe, ha sido propuesta.

Además, la respuesta a la duda no dice que la decisión de practicar la histerectomía sea siempre la mejor, sino solo que, en las condiciones mencionadas anteriormente, es una decisión moralmente lícita, sin excluir por ello otras opciones (por ejemplo, recurrir a los períodos de infertilidad o a la abstinencia total). Corresponde a los esposos, en diálogo con los médicos y con su guía espiritual, elegir el camino a seguir, aplicando a su caso y circunstancias los criterios normales de gradualidad de la intervención médica.

El Sumo Pontífice Francisco, en la Audiencia concedida al Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha aprobado la mencionada respuesta y ha ordenado su publicación.

Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 10 de diciembre de 2018.

Luis F. Card. Ladaria, S.I.
Prefecto

+ Giacomo Morandi
Arzobispo titular de Cerveteri
Secretario

 

 

03/01/2019-21:19
Rosa Die Alcolea

Chile: Mons. Fernando Ramos irá al encuentro sobre la protección de menores en la Iglesia

(ZENIT — 3 enero 2019).- Mons. Fernando Ramos, Secretario General de la Conferencia Episcopal de Chile, representará a dicha Conferencia en el Encuentro La protección de los menores en la Iglesia, convocado por el Papa Francisco para los próximos días del 21 al 24 de febrero, en el Vaticano.

Así lo indicó el propio obispo, Mons. Fernando Ramos, en una entrevista concedida al diario chileno La Tercera publicada el pasado sábado 29 de diciembre, donde aborda diversos otros asuntos de actualidad.

El Santo Padre designó el 23 de noviembre de 2018 a los miembros del Comité Organizador del encuentro La protección de los menores en la Iglesia. Entre otras personas, están convocados a participar en la reunión los presidentes de las conferencias episcopales o bien sus respectivos delegados sustitutos.

En el caso de la Conferencia Episcopal de Chile, el presidente de la CECh, Mons. Santiago Silva, ha solicitado al obispo Fernando Ramos, administrador apostólico de Rancagua y secretario general del Episcopado, participar como representante de los obispos chilenos. "Dado que es un encuentro importante al que está llamando el Santo Padre, es para evitar que el foco se vaya a otro tipo de análisis o comentarios que puedan estar vinculados a la figura del mismo presidente".

La Conferencia Episcopal de Chile está trabajando los diversos aspectos que la organización ha contemplado en su convocatoria, conforme a las indicaciones que se han recibido.

 

Futuro de la Iglesia en Chile

En otros temas abordados en dicha entrevista, el obispo Ramos explica que 2018 ha sido "un año especial para la Iglesia, de crisis, en que ha habido una serie de situaciones que para nosotros han sido muy duras, pero también es un año de oportunidades. Y creo que esto nos está dando una posibilidad de una mayor conversión y renovación".

Respecto de los casos de abuso, manifiesta que "efectivamente, han ocurrido cosas que no debieran haber pasado jamás; y, por eso, ante la opinión pública, ante nosotros mismos y ante toda la gente, produce un gran malestar, un desencanto muy grande. Y en el pasado, especialmente, no se tuvo la mejor forma de enfrentarlo".

En ese sentido, descarta que la actual sea la misma Iglesia de hace un año atrás. "Se han cambiado administradores apostólicos, varios obispos, se ha iniciado un proceso de reflexión muy profundo de nuestras comunidades, que apunta a que tengamos en el 2020 una Asamblea Eclesial donde se puedan ir cristalizando una serie de orientaciones pastorales para la vida de la Iglesia".

A juicio del Secretario General de la Conferencia Episcopal Chilena, todo esto revela que los obispos "no somos un estamento separado de la vida, sino que estamos insertos en ella" y también con los distintos otros grupos: sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos.

Respecto de la baja de católicos que revela la última encuesta CEP, el secretario general de la CECh argumenta que "se está pasando de un catolicismo cultural a uno más personal. Antes, por el hecho de nacer en Chile, mucha gente se autocalificaba como católica sin tener una práctica extendida y frecuente. Ahora, muchas de esas personas que no participaban, sencillamente han transparentado su no condición de católico. También los casos de abusos y el mal manejo que hemos tenido como Iglesia, ha acelerado ese proceso de desafiliación. Debemos hacer una autocrítica respecto de que no hemos sabido responder bien a este tipo de situaciones, y eso ha afectado la afiliación a la Iglesia".

Ver entrevista completa

 

 

03/01/2019-20:46
Redacción

Estados Unidos: Los obispos se reúnen para el retiro espiritual en Chicago

(ZENIT — 3 enero 2019).- Obispos católicos de todo Estados Unidos están comenzando el nuevo año en un retiro espiritual durante siete días en el Seminario Mundelein del 2 al 8 de enero de 2019.

Predicador de la casa papal, fraile capuchino padre Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap., Está dirigiendo el retiro bajo el tema de "Él nombró a doce, para estar con Él y para enviar a predicar" basado en Marcos 3:14. El retiro se lleva a cabo por invitación del Papa Francisco, quien ha pedido a todos los obispos de los Estados Unidos que hagan una pausa en la oración mientras la Iglesia busca responder a las señales de los tiempos.

La estructura del retiro enfatiza la reflexión tranquila, que incluye comidas en silencio, y ofrecerá misa diaria, tiempo para la oración personal y comunitaria ante el Santísimo Sacramento, vísperas y una oportunidad para la confesión. La próxima reunión de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos está programada para junio de 2019. No se realizarán reuniones ordinarios en el retiro de enero. Y el retiro no está expuesto a los observadores externos ni los medios de comunicación.

El cardenal Daniel DiNardo de Houston, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) expresó su gratitud al Papa Francisco por facilitar que el padre Cantalamessa, predicador personal del Papa, pudiera dirigir el retiro y agradeció especialmente al cardenal Blase Cupich por ser el anfitrión del retiro en la Arquidiócesis de Chicago. El Cardenal también pidió a los fieles que se unieran en oración por los obispos de los Estados Unidos durante la duración del retiro.

"Estoy agradecido al Santo Padre por llamarnos a los obispos y a mí a dar un paso atrás y entrar en este tiempo concentrado de escuchar a Dios mientras respondemos a los asuntos intensos que tenemos ante nosotros en las próximas semanas y meses.

También les pido humildemente a los laicos, a nuestros sacerdotes y religiosos por sus oraciones por mis hermanos obispos y por mí cuando nos unimos en solidaridad para buscar sabiduría y guía del Espíritu Santo. Oremos también por los sobrevivientes del abuso sexual para que su sufrimiento sirva para fortalecernos a todos para la difícil tarea de erradicar un mal terrible de nuestra Iglesia y nuestra sociedad para que ese sufrimiento nunca se multiplique".

Del 21 al 24 de febrero de 2019, el cardenal DiNardo se unirá a los presidentes de las conferencias de obispos del mundo para una cumbre del Vaticano sobre la crisis de abuso sexual y la protección infantil. El Papa anunció en septiembre que convocaba a todos los presidentes de las conferencias de obispos, a los jefes de las iglesias católicas orientales y a los representantes de los grupos de líderes de hombres y mujeres de órdenes religiosas al Vaticano para abordar la crisis.

El Padre Cantalamessa fue nombrado Predicador de la Casa Papal por el Papa Juan Pablo II en 1980. Ha permanecido en este puesto a través de los pontificados del Papa Benedicto XVI y el Papa Francisco y es la única persona autorizada para predicar al Papa.

El Seminario Mundelein, ubicado en el campus de la Universidad de Santa María del Lago, es el principal seminario y escuela de teología para la formación de sacerdotes en la Arquidiócesis Católica Romana de Chicago. Es el seminario católico más grande de los Estados Unidos y alberga a 200 seminaristas de 34 diócesis en todo el país y en todo el mundo.

Jim Fair

 

 

03/01/2019-20:59
Rosa Die Alcolea

Argentina: Jorge Ignacio García Cuerva, nombrado Obispo de Río Gallegos

(ZENIT — 3 enero 2019).- El Papa Francisco ha nombrado Obispo de Río Gallegos (Argentina) a Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, hasta ahora Obispo de Lacubaza y Auxiliar de la Diócesis de Lomas de Zamora.

El sacerdote nació en Río Gallegos el 12 de abril de 1968. Cursó los estudios de Filosofía y Teología en el Seminario de la Diócesis de San Isidro y ha recibido la Ordenación Sacerdotal el 24 de Octubre de 1997.

Es licenciado en Teología con especialización en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico, en la Universidad Católica Argentina. Además, obtuvo el título de Abogado en la Universidad Católica de Salta.

 

Vice Presidente de Cáritas diocesana

Ha sido Vicario parroquial de la Parroquia Nuestra Señora de la Cava (1997-2005) y párroco de la Santa Clara de Asís (2005-2014). Actualmente es de la Parroquia Nuestra Señora de la Cantera en Beccar, Vice Presidente de Cáritas diocesana, Asesor Regional de la Pastoral Penitenciaria, Secretario de la Comisión de la Pastoral de la Conferencia Episcopal Argentina y Capellán de diversos centros penitenciarios de la Provincia de Buenos Aires.

El 20 de noviembre de 2017 fue nombrado del Obispo de Lacubaza y Auxiliar de Lomas de Zamora, recibiendo la consagración episcopal el 3 marzo de 2018.

 

 

03/01/2019-07:00
Enrique Díaz Díaz

Monseñor Enrique Díaz Díaz: 'Ideales'

Isaías 60, 1-6: "La gloria del Señor alborea sobre ti"
Salmo 71. "Que te adoren, Señor, todos los pueblos"
Efesios 3, 2-3. 5-6: "También los paganos participan de la misma herencia que nosotros"
San Mateo 2, 1-12: "Hemos venido de oriente para adorar al rey de los judíos"

 

Sin ideales

"Estos muchachos no tienen ideales, ni entusiasmo, ni ilusiones. Están huecos por dentro y a duras penas van sobrellevando la vida" Son las palabras de Artemio, maestro de bachillerato que a diario navega y se confronta con sus alumnos por infundir en ellos un poco de valores y un mucho de ideales. "Muy pocos son los que están dispuestos a luchar en la vida por la verdad, por la justicia, por la honradez. Lo ven como algo anticuado. Se dejan llevar por el momento, la diversión y la desidia. ¡Qué trabajo que puedan estudiar! Mucho menos, alguna actividad extra ya sea en labor comunitaria o en superación personal. La mayoría están desprotegidos y los siento tan frágiles ante una avalancha de tentaciones, de ambiciones y de luchas de poder. Son como veleta que el viento voltea para donde está soplando. Están vacíos, huecos, sólo piensan en ellos mismos"

 

Epifanía: manifestación

La fiesta de Epifanía o de los santos Reyes tiene un profundo significado muy actual y necesario para nuestra vida eclesial. Es la manifestación de Cristo-luz para todas las naciones. Recordamos que el Mesías no ha venido a encerrarse mezquinamente en un pueblo, sino que abre su salvación y liberación a todos los pueblos. La estrella, más simbólica que real, nos hace evocar el ideal de Jesús que busca iluminar a todos los pueblos y naciones para reunirlos en una sola familia. Constantemente se ha afirmado que el mundo ahora ya no son naciones separadas, sino que es como una gran aldea donde todos participan de la misma suerte, de las mismas noticias y viven los mismos acontecimientos. Pero, si bien es cierto que los medios de comunicación y comercialización han reducido el mundo a una aldea, también es cierto que las fronteras se hacen cada vez más duras, las discriminaciones más absurdas y los individualismos más obstinados. La fiesta de la Epifanía nos lanza a abrir nuestros horizontes mucho más allá y creer posible un mundo donde todos vivamos como hermanos. Donde no haya un "tú" o "ustedes", a quienes se miren como adversarios, sino un "nosotros" que nos una, compartiendo una misma suerte. Cristo viene a hacer posible esos nuevos lazos de hermandad entre todos los hombres.

 

Una estrella que une

La estrella de oriente hizo levantar a los magos de su comodidad y lanzarse a descubrir al nuevo Rey. Esa misma estrella causa pavor e irritación a Herodes que siente que sus intereses se ven amenazados. Hoy sucede lo mismo, resuena la Palabra y los deseos por la construcción de un mundo y reinado nuevo; pero se levantan también ofendidos quienes sienten amenazados sus poderosos imperios. La luz de Cristo también brilla para nosotros y nuestros tiempos. También hoy, por medio de quienes van al encuentro del Niño Jesús, Dios sigue encendiendo fuegos en la noche del mundo, para llamar a los hombres a que reconozcan en Él el "signo" de su presencia salvadora y liberadora, extendiendo el "nosotros" de los creyentes en Cristo a toda la humanidad. La presencia de esta estrella debería ser el final de todo particularismo e individualismo, pero eso hay que convertirlo en realidad, sabiendo que como Dios no hace acepción de personas, tampoco nosotros podemos hacerlas. Hemos de convertir en realidad aquello de que "todo hombre, todo ser humano, es mi hermano". Que no existe razón alguna para despreciar a nadie, ni por su raza, ni por su lengua, ni por su religión, ni por su particular cultura, ni por su condición social, ni por ninguna razón. Si Cristo se hace carne humana, si participa de la suerte de todo hombre ¿por qué nosotros vamos a vivir la discriminación y las distinciones absurdas?

 

Un Dios para todos

La estrella de Belén nos ofrece una nueva luz y una nueva propuesta para nuestro mundo herido de gravedad por el individualismo, la injusticia y las divisiones. También hoy, se dirige a la familia humana profundamente marcada por una grave crisis económica y moral, y por las dolorosas heridas de guerras y conflictos, repite su llamado como los hizo con los magos: "Vayan a Belén". Si hacemos caso a esta estrella, encontraremos a Cristo, nuestra esperanza. Allí encontraremos razones para levantarnos de nuestras caídas y desencuentros, allí fortaleceremos nuestros ideales y nuestras luchas. Contemplar a Cristo, que no dudó en tomar carne para hacerse uno de nosotros, nos animará a descubrir los lazos que unen a toda la humanidad: todos somos hijos de Dios. Nuestro padre es un Dios para todos sin distinciones ni discriminaciones.

 

Ideales

Día de Epifanía es día para despertar los mejores ideales tanto individuales como colectivos. Es descubrir esa luz que vence a la oscuridad, es reconocer que el cielo está siempre abierto y que hay estrellas para guiar nuestros pasos, que hay ángeles humanos a nuestro lado, que podemos hacernos tiernos como niños, que el mundo puede ser nuevo y que Dios, Padre Bueno, se hace presente en nuestras oscuridades y desconciertos para mostrarnos el rumbo cierto. Día de Epifanía surgen muchas preguntas que deberemos responder con toda sinceridad ¿Cuáles son mis ideales por los cuáles vale la pena luchar? ¿Cómo estoy abriendo mi corazón a todos los hombres? ¿Cómo lograremos superar las divisiones y los individualismos en que nos ha encerrado este mundo neoliberal?

Señor, Dios nuestro, que por medio de una estrella diste a conocer en este día, a todos los pueblos, el nacimiento de tu Hijo, concede a los que ya te conocemos por la fe, descubrir en cada rostro de hombre, mujer o niño, el rostro de Jesús hecho hermano nuestro. Amén.

 

 

03/01/2019-07:32
Isabel Orellana Vilches

San Manuel González García, 4 de enero

«Este santo español, gran obispo de Málaga, ha recibido el título de apóstol del sagrario con toda propiedad. Dedicó su vida a restituir en el corazón de las personas el amor a la Eucaristía»

La ternura y la piedad por el Santísimo Sacramento formaron en la vida de este santo un tándem inigualable. Estremecido por la insensibilidad de los fieles ante el Sagrario, su cometido estuvo guiado por único afán: restituir en el corazón de todos el amor a la Eucaristía que había quedado defenestrado.

Nació en Sevilla, España, el 25 de febrero de 1877, en una familia humilde y cristiana. Era el cuarto de cinco hermanos. Al ser alumno del colegio catedralicio de San Miguel, formó parte de los «seises» de la catedral hispalense —el grupo de niños de coro que danzan y cantan en el templo en las solemnidades del Corpus Christi y de la Inmaculada—, de los cuales era semillero el centro académico. Este hecho signó su vida para siempre con el amor a la Eucaristía y a la Virgen María encaminando sus pasos hacia el sacerdocio. Recibió este sacramento en 1901 de manos del cardenal —hoy beato— Marcelo Spínola. El 2 de diciembre de 1902 en el transcurso de una misión efectuada en la localidad sevillana de Palomares del Río, ante las dificultades que ofrecía la misión, sucedió lo siguiente: «Fuime derecho al Sagrario... y ¡qué Sagrario, Dios mío! ¡Qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no salir corriendo para mi casa! Pero no huí. Allí de rodillas... mi fe veía a un Jesús tan callado, tan paciente, tan bueno, que me miraba... que me decía mucho y me pedía más, una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio... La mirada de Jesucristo en esos Sagrarios es una mirada que se clava en el alma y no se olvida nunca. Vino a ser para mí como punto de partida para ver, entender y sentir todo mi ministerio sacerdotal».

Llegó a Huelva en 1905 donde rigió la parroquia de san Pedro. La indiferencia de la gente y las tensiones ideológicas conformaban una situación harto complicada. Oraba con insistencia, confiando plenamente en Dios. Ante el Sagrario preguntó: «¿Por dónde comienzo, Corazón de Jesús?».

Con aguda visión se dijo: «Hay que ganar primero a estas tres o cuatro mujeres que aún vienen ala Iglesia».Y conquistó a todos con su proverbial simpatía. En 1910 develó sus anhelos a las más cercanas colaboradoras: «Permitidme que, yo que invoco muchas veces la solicitud de vuestra caridad en favor de los niños pobres y de todos los pobres abandonados, invoque hoy vuestra atención y vuestra cooperación en favor del más abandonado de todos los pobres: el Santísimo Sacramento. Os pido una limosna de cariño para Jesucristo Sacramentado... os pido por el amor de María Inmaculada y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que os hagáis las Marías de esos Sagrarios abandonados».Así nació la «Obra para los Sagrarios—Calvarios» y otras fundaciones relacionadas con la devoción a la Eucaristía para niños, jóvenes, laicos, sacerdotes y religiosas. Tras ellas siempre la misma aspiración: «Dar y buscar compañía a Jesús Eucaristía».

Benedicto XV lo designó obispo auxiliar de Málaga, diócesis a la que se incorporó en febrero de 1916, y en 1920 lo nombró obispo de esta ciudad. Entonces escribió: « Yo no quiero ser obispo más que del Sagrario abandonado. Voy a Málaga para ser obispo de dos grandes desconsolados: el Sagrario y el pueblo. El Sagrario, porque se ha quedado sin pueblo; y el pueblo porque se ha quedado sin Sagrario conocido, amado y frecuentado».EI sentimiento de cercanía con las gentes y la Iglesia estaba presente en su acontecer. Recorría las calles, las parroquias y escuelas departiendo con todos para luego llevar en su corazón y oración la realidad de cada uno de ellos. Así se percató de la conveniencia de erigir un gran seminario, que levantó en medio de incontables necesidades, dando respuesta con él a la urgencia de contar con sacerdotes y solventar la grave carencia de un lugar digno donde formarlos. Se ha dicho que «proyectó un seminario sustancialmente eucarístico. En el que la Eucaristía fuera: en el orden pedagógico, el más eficaz estímulo; en el científico, el primer maestro y la primera asignatura; en el disciplinar el más vigilante inspector; en el ascético el modelo más vivo; en el económico la gran providencia; y en el arquitectónico la piedra angular». Quería que los sacerdotes pudieran «llegar a ser hostia en unión de la Hostia consagrada».

En la primavera de 1931 la violencia se cebó en el palacio episcopal que fue incendiado junto a otros templos malagueños. Obligado a huir para salvar su vida y la de otros, fue acogido por el prelado de Gibraltar hasta que a finales de año pudo regresar a Madrid. Su último destino fue Palencia. Pío XI le encomendó la diócesis nombrándolo obispo de la misma en 1935. Hallándose el Hermano Rafael en el monasterio de Dueñas, ambos tuvieron ocasión de conocerse. Fue autor de numerosos libros, entre otros: Lo que puede un cura hoy, referencia ineludible para los presbíteros de su época. En 1939 hallándose de paso por Zaragoza enfermó de gravedad. Y el 4 de enero de 1940 falleció en una clínica de Madrid, pero fue enterrado en la catedral de Palencia. Su sepultura contiene el epitafio que él mismo escribió: «Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!». Fue beatificado por Juan Pablo II el 29 de abril de 2001. El papa Francisco lo canonizó el 16 de octubre de 2016.