Opinión

 

La mentira en lo evidente

 

Pese a tender hacia la verdad, el ser humano carece de mecanismos específicos e infalibles para identificar la verdad o la mentira; no posee un “detector de mentiras” incorporado en su cuerpo, por lo que es perfectamente posible que seamos engañados

 

 

06/04/2018 | por Tomás Zapata Zapata


 

 

Una de las tendencias que posee el ser humano es la tendencia a la verdad. Toda persona desea descubrir la verdad de las cosas y recibir la verdad en todo aquello que pregunta. Está muy claro y todos lo hemos experimentado en cada situación que vivimos: deseamos la verdad de todo. Cuando vamos a un comercio y preguntamos el precio de una camisa, deseamos que nos digan la verdad. Si tenemos la impresión que la persona a la que preguntamos no tiene mucha idea, su respuesta no suele valernos, pues buscamos la verdad y solamente la verdad. De hecho, cuando descubrimos que hemos sido mentidos en algo nos frustramos, nos enfadamos y tenemos sentimientos de tristeza y malestar.

Pues pese a tender hacia la verdad, el ser humano carece de mecanismos específicos e infalibles para identificar la verdad o la mentira; no posee un “detector de mentiras” incorporado en su cuerpo, por lo que es perfectamente posible que seamos engañados. Es verdad que poseemos cierta capacidad, más o menos desarrollada, para descubrir cuándo podemos estar siendo engañados, pero son en numerosas ocasiones en las que podemos aceptar una mentira como verdad. Lo que sí me atrevo a afirmar es que el ser humano, a lo largo de la historia, no se ha dejado fácilmente engañar en lo evidente. Cuando hablo de lo evidente o evidencia me refiero a aquellas verdades que son aceptadas por nuestra razón sin oposición alguna. Si son las doce del mediodía con un sol radiante y se nos acerca una persona y nos dice: “ahora es de día”, aceptamos dicha verdad como evidencia, no hay oposición alguna de nuestra razón; dicha afirmación no es cuestionable. Este tipo de situaciones son las evidencias que inundan nuestro día a día.

Pues hay una tendencia actual de muchas personas a dejarse engañar en las evidencias. Sí, aunque esto nos pueda resultar chocante o absurdo, es así. ¿Alguien se puede dejar engañar en algo completamente evidente? La respuesta es sí y me voy a limitar a tres evidencias que son cuestionadas en la actualidad. La primera es la confusión entre hombre y mujer extendida por la ideología de género. Cuando alguien nos hace creer que una farola es un árbol nos oponemos firmemente, llamando embustero al que nos lo presenta así, pues es evidente que una farola y un árbol son completamente distintos y sabemos reconocer perfectamente ambas realidades. Y si no nos dejamos engañar en algo así, ¿por qué aceptamos la confusión hombre-mujer que nos ofrecen actualmente? Parece que ahora podemos encontrarnos una mujer “encerrada” en un cuerpo de varón o viceversa y nos tienden a educar en lo que denominan tolerancia. La tolerancia no consiste en aceptar como árbol lo que es una farola, eso es aceptar una mentira y afirmarla como verdad. La diferencia entre un hombre y una mujer es evidente. Recordemos que lo evidente es lo que no “rechina” en nuestra razón y es aceptado sin oposición alguna. Si asistimos a un parto y el médico trae al bebé entre sus brazos y nos lo entrega diciendo: “es un niño”, y observamos que posee los atributos claramente masculinos, lo aceptamos como evidente. ¿Acaso se nos ocurriría decirle al médico que se está precipitando en su afirmación y que quizá haya que esperar hasta que el niño tenga doce años para descubrir su verdadero sexo? No lo hacemos pues nos volvemos a encontrar frente a lo evidente. O somos hombres o somos mujeres y esto es una evidencia clara. Por supuesto que debemos buscar la igualdad laboral, jurídica, etc., pero, al menos, las diferencias físicas son evidentes con solo mirar. Intentar confundir a la población diciéndoles que la evidencia que ven sus ojos no es tan evidente, es una de las mentiras que muchos están aceptando increíblemente.

La segunda evidencia que me gustaría tratar es sobre el cuerpo de cada persona. Para poder convertir la sexualidad en un libertinaje absoluto se ha introducido la falacia de que “lo que hagas con tu cuerpo no tiene por qué afectarte”. Tratan de justificar que da igual cuanto hagas con tu cuerpo pues no tiene por qué marcarte en tu personalidad. Son muchos jóvenes los que, cada fin de semana, se unen sexualmente a personas desconocidas por mera búsqueda de placer. Y creen con firmeza que eso no les repercute personalmente pues el cuerpo es como “algo que uso” como si de un vestido o herramienta se tratara. Yo soy mi cuerpo y esta es la segunda evidencia de la que quiero hablar. Cuando tomamos una fotografía y salimos nosotros afirmamos con rotundidad “este soy yo”. ¿Por qué te has identificado en la fotografía? Claramente por tu cuerpo. Nuestro cuerpo somos nosotros, forma una parte importante de nosotros. Es cierto que no lo es todo pues poseemos una dimensión afectiva o psicológica (mente) y una dimensión espiritual (alma), pero es indiscutible que sin el cuerpo no podríamos estar en el mundo. Nuestro cuerpo no es como “la ropa” que abriga o recubre el alma, es muchísimo más que eso. Esa afirmación es un reduccionismo insultante hacia el cuerpo. El cuerpo es el que nos permite entrar en relación con lo exterior, con el mundo que nos rodea, con las demás personas. Y todo lo que se relaciona con mi cuerpo me repercute personalmente, pues yo no puedo entenderme sin mi cuerpo. Cuando tengo un fuerte dolor de cabeza no decimos “mi cuerpo tiene dolor de cabeza” sino “yo tengo dolor de cabeza”. Nuevamente nos encontramos ante una evidencia. Lo que le pasa a mi cuerpo me pasa a mí. Pues son muchos los que han creído la mentira de que nuestro cuerpo es como un instrumento o herramienta que podemos usar sin que ello nos repercuta interiormente. Si mi cuerpo es tomado como un objeto para saciar el deseo de placer de alguien, soy yo el que soy cosificado, y ello me marcará interiormente con una herida que, en numerosas ocasiones, será difícil o imposible de borrar.

Por último, y como tercera evidencia en la que pretenden engañarnos, me referiré al aborto. Siempre hemos sabido identificar que quitar o eliminar una vida humana de forma voluntaria significaba matar. Si acudimos a un tanatorio para acompañar a los familiares de un fallecido y preguntamos la causa de su muerte, si la respuesta que recibimos es “lo mataron ayer”, entendemos que alguien ha provocado esa muerte. Nos resulta evidente que alguien ha “segado” la vida de esa persona. Muy distinto es que nos digan que murió ayer. Pues con el caso del aborto nos intentan engañar nuevamente frente a la evidencia. ¿Acaso eliminando el verbo matar y sustituyéndolo por otros vamos a cambiar una realidad evidente? Es lo que pretenden los que defienden el aborto como un derecho de la mujer. El aborto provocado es la muerte deliberada de un ser humano en el seno materno, o lo que es lo mismo, matar a un bebé en el útero de su madre. Esta es la verdad sobre el aborto y, por mucho que intenten disfrazarla, siempre será así. Imaginemos que somos policías científicos (ahora muy de moda en televisión) y acudimos a un homicidio en el que nos encontramos a un varón muerto tendido en el suelo con cinco disparos en el tórax. Y unos agentes tienen detenido al autor confeso de dicha acción. Rápidamente podemos afirmar, de forma evidente, que ha sido asesinado tiroteado por el detenido. ¿Podéis imaginar que alguien nos diga que no se ha cometido un asesinato si no solo la aplicación del derecho de una persona a eliminar a aquel que le resultaba desagradable o molesto? Sería para llevarse las manos a la cabeza. Pues algo así nos debería pasar cuando grandes dirigentes mundiales intentan introducir el aborto en las legislaciones como un derecho de la mujer a decidir o lo que denominan el derecho de salud reproductiva. El aborto solo contempla una verdad: la muerte de un inocente. Es una evidencia que poco a poco intentan desmontar y enturbiar con manipulación del lenguaje y falsos derechos.

Por todo lo anterior, debemos estar firmes en lo que nuestra tendencia natural hacia la verdad nos indica. La mentira en la evidencia es lo que nos muestra que la sociedad actual subestima al ser humano, lo cree tonto o falto de inteligencia, capaz de “tragarse” todo lo que le pongas delante. Nuestra voz debe alzarse muy alta denunciando la mentira y, con mucha más razón, la mentira evidente. Muchos filósofos de todos los tiempos se han atrevido a afirmar que la felicidad del hombre reside en encontrar la verdad, la verdad absoluta. Si queremos ser felices, si tú querido lector quieres ser feliz, no hay más camino que el de la verdad. La mentira siempre nos desvía del auténtico recorrido a nuestra felicidad plena, por lo que debemos evitarla, denunciarla y eliminarla siempre que esté en nuestra mano. Y termino con la frase contenida en el Evangelio de san Juan (Jn 8,32): “La verdad os hará libres”. Verdad y libertad están plenamente relacionadas pues la verdad nos hace libres y la libertad que poseemos es la que nos permite elegir la verdad y renunciar a toda mentira.

¡Seamos defensores de la Verdad en cualquier circunstancia y tiempo!