Servicio diario - 08 de mayo de 2017


Francisco al Colegio Portugués: ‘Si falta la relación con María, hay orfandad en el corazón’
Redacción

El Papa en Santa Marta: Abrirse al Espíritu Santo, quien sorprende siempre
Redacción

El Papa a los obispos de Venezuela: “No desanimarse y volver posible el difícil camino del diálogo”
Redacción

Guy Consolmagno: “Si hay fe, estudiar el universo con la ciencia es un acto de oración”
Sergio Mora

Congreso del observatorio del Vaticano recordará al cosmólogo Lemaître
Sergio Mora

Beata Teresa de Jesús (Carolina Gerhardinger) – 9 de mayo
Isabel Orellana Vilches

Beata María Catalina de San Agustín – 8 de mayo
Isabel Orellana Vilches


 

8 mayo 2017
Redacción

Francisco al Colegio Portugués: ‘Si falta la relación con María, hay orfandad en el corazón’

El Santo Padre recibe en el Vaticano a los seminaristas e integrantes del Colegio con sede en Roma

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 8 Mayo 2017).- El papa Francisco recibió este lunes en el Vaticano al los integrantes del Colegio Portugués de Roma, pocos días antes de su viaje apostólico como peregrino al Santuario de Fátima, el próximo jueves 12 y viernes 13 de mayo.

Señaló que para los pastorcitos “el encuentro con la Virgen fue para ellos una experiencia de gracia que los hizo enamorarse de Jesús. Como tierna y buena maestra, María introdujo a los pequeños videntes en el conocimiento íntimo del Amor Trinitario llevándolos a saborear a Dios como la más bella realidad de la existencia humana”, dijo.

En sus palabras a la comunidad del Colegio, en la Sala del Consistorio, el Santo Padre les recordó que “tener una buena relación con la Virgen nos ayuda a tener una buena relación con la Iglesia”, porque “las dos son madre”.

Citó el comentario de san Isaac, abad de la Stella, que enseña: “Lo que se puede decir de María se puede decir de la Iglesia y también de nuestra alma”. Porque las tres son madres y las tres dan vida. “Es necesario –insistió el sucesor de Pedro– cultivar una relación filian con la Virgen, porque si esto falta, hay algo de huérfano en el corazón”.

“Un sacerdote que se olvida de la Madre –prosiguió Francisco– y sobre todo en los momentos de dificultad, es un sacerdote al que le falta algo. Es como si fuera huérfano aunque en realidad no lo es. Se ha olvidado de su madre”.

“Busquemos refugio bajo el manto de María una madre que nos lleva de la mano y nos enseña a crecer en Cristo y en la comunión fraterna”. “Mírenla y déjense mirar por ella, porque es su Madre y los ama mucho; déjense mirar por ella para aprender a ser más humildes y valientes en el seguir la Palabra de Dios”, dijo

Para reiterar la idea, el Papa señaló que “en los momentos difíciles un niño va hacia su madre, siempre”. Y la palabra de Dios, concluyó, nos enseña a ser como niños que van a los brazos de su madre.

 

08/05/2017-13:36
Redacción

El Papa en Santa Marta: Abrirse al Espíritu Santo, quien sorprende siempre

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 8 Mayo 2017).- “El Espíritu Santo mueve a la Iglesia y hace que la comunidad cristiana se ponga en movimiento”. Por lo tanto hay evitar resistir a las inspiraciones del Espíritu Santo, y en cambio hay que “estar siempre abiertos a las sorpresas de Dios”. Lo explicó el santo padre Francisco en homilía de la misa que celebró este lunes en la Casa Santa Marta en el Vaticano.
El santo Padre centró su homilía en esta verdad indicada en los Actos de los Apóstoles: “El Espíritu Santo hace milagros, cosas nuevas y algunos seguramente tenían miedo de estas novedades en la Iglesia”.
En cambio “el Espíritu es el don de Dios, de este Dios, Padre nuestro, que siempre nos sorprende. El Dios de las sorpresas. ¿Por qué? Porque es un Dios vivo, es un Dios que vive en nosotros, un Dios que mueve nuestro corazón, un Dios que está en la Iglesia y camina con nosotros y en este camino nos sorprende siempre. Es así como Él tuvo la creatividad de crear el mundo y tiene la creatividad de crear cosas nuevas todos los días. El Dios que sorprende”.
“Esto puede –prosiguió el Papa– crear dificultades, como le sucedió a Pedro, que fue criticado por los otros discípulos, porque habían sabido que también los paganos habían acogido la Palabra de Dios. Para ellos, Pedro había ido demasiado lejos y lo reprendían porque, según ellos, era un escándalo, hasta decirle: ‘Tú, Pedro, la piedra de la Iglesia, ¿adónde nos llevas?’”,
Francisco señala que “Pedro contó su visión, un signo de Dios que le hizo tomar una decisión valiente. Pedro es capaz de acoger la sorpresa de Dios. Ante tantas sorpresas del Señor, entonces, los Apóstoles deben reunirse, discutir y llegar a un acuerdo para dar el paso adelante que el Señor quiere”.
“Desde los tiempos de los profetas existe el pecado de resistir al Espíritu Santo” y este es “el pecado de San Esteban reprocha a los miembros del Sinedrio”.Explicando así el Evangelio de hoy centrado en el Buen Pastor, Francisco indicó que el Señor nos pide de no endurecer nuestro corazón, porque hay otros pueblos y otros rebaños ‘que no pertenecen’ pero después ‘habrá un solo rebaño y un solo pastor’.
El decir: ‘siempre fue así’, es una frase que cierra, que “asesina la libertad, la alegría, la fidelidad al Espíritu Santo que siempre actúa hacia adelante, llevando hacia adelante a la Iglesia”.
¿Cómo hacer para saber si una cosa es inspiración del Espíritu Santo o del espíritu del diablo? Hay que pedir la gracia del discernimiento, que nos lo da el propio Espíritu Santo, indicó el Papa.
Y retomando las palabras de un monje de los primeros siglos, San Vincezo di Lerino, el papa subrayó que “las verdades de la Iglesia van adelante: se consolidan con los años, se desarrollan con el tiempo, se profundizan con la edad”.
Y concluyó: “Pidámosle al Señor la gracia del discernimiento para no equivocar el camino y no caer en la inmovilidad, en la rigidez y en el encerramiento del corazón”.

 

08/05/2017-12:05
Redacción

El Papa a los obispos de Venezuela: “No desanimarse y volver posible el difícil camino del diálogo”

(ZENIT – Roma).- El Papa Francisco envió este viernes 5 de mayo un mensaje a los obispos de Venezuela, mientras el país se encuentra afectado por una ola de protestas contra del gobierno del presidente Nicolás Maduro, con una represión desproporcionada que hasta el momento ha dejado un saldo de más de 30 muertos. En la misiva fechada el 5 de mayo y que ha sido publicada hace pocas horas, el Santo Padre les invita a no desanimarse y volver posible el difícil camino del diálogo.
La carta del papa Francisco
Queridos hermanos en el episcopado
En estos días en que celebramos con un gozo particular que Nuestro Señor Jesucristo ha resucitado y está vivo y glorioso, me dirijo a ustedes para transmitirles mi más afectuosa felicitación pascual y para testimoniarles mi cercanía, consciente de las dificultades que están atravesando.
Les aseguro que estoy siguiendo con gran preocupación la situación del querido pueblo venezolano ante los graves problemas que le aquejan, y que siento un profundo dolor por los enfrentamientos y la violencia de estos días, que han causado numerosos muertos y heridos, y que no ayudan a solucionar los problemas, sino que únicamente provocan más sufrimiento y dolor.
Sé que también ustedes, queridos hermanos, comparten la situación de su pueblo, que junto con los sacerdotes, las consagradas y consagrados y los fieles laicos sufren por falta de alimentos y medicinas, y que algunos, incluso, han soportado ataques personales y actos violentos en sus Iglesias. Deseo manifestar mi solidaridad con cada uno de ustedes y agradecerles su cercanía con la grey que les ha sido encomendada, especialmente con los más pobres y necesitados, así como iniciativas para fomentar la solidaridad y la generosidad entre los venezolanos.
Agradezco así mismo su continuo llamamiento a evitar cualquier forma de violencia, a respetar los derechos de los ciudadanos y a defender y defender la dignidad humana y los derechos fundamentales, pues, igual que ustedes, estoy persuadido de que los graves problemas de Venezuela se pueden solucionar si hay voluntad de establecer puentes, de dialogar seriamente y de cumplir con los acuerdos alcanzados. Les exhorto a seguir haciendo todo lo necesario para que este difícil camino sea posible, convencido de que la comunión entre ustedes y sus sacerdotes les dará luz para encontrar el camino correcto.
Queridos hermanos, deseo animarles a que no permitan que los amados hijos de Venezuela se dejen vencer por la desconfianza o la desesperación, pues estos son males que penetran en el corazón de las personas cuando no ven perspectivas de futuro.
Invocando la protección amorosa de Nuestra Señora de Coromoto, elevo mis oraciones al Señor Resucitado para que derrame sobre ustedes, queridos hermanos, y sobre todo el amado pueblo de Venezuela los abundantes dones pascuales de paz, que él mismo, victorioso sobre la muerte, otorgó a los apóstoles liberándolos de todo temor.
Francisco. Vaticano, 5 de mayo de 2017.

 

08/05/2017-14:49
Sergio Mora

Guy Consolmagno: “Si hay fe, estudiar el universo con la ciencia es un acto de oración”

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 8 mayo 2017).- “Al inicio del tiempo Dios habló con nosotros a través de lo creado, dice la carta de san Pablo a los Romanos. Por lo tanto estudiar el universo con la ciencia es un acto de oración, un modo de encontrar a Dios”, pero para ello “antes es necesario encontrar a Dios, como padre, como Abba, contrariamente no se puede encontrar a Dios en la Ciencia”. O sea que “la Fe está antes si se quiere poder ver a Dios en la creación”.
Lo explicó el astrónomo Guy Consolmagno, conversando con ZENIT, al margen del encuentro que se realizó hoy lunes en la Sala de Prensa de la Santa Sede, donde se presentó el Congreso científico sobre los agujeros negros, las ondas gravitacionales y la peculiaridad del espacio-tiempo, que se realizará del 9 al 12 de mayo en el Observatorio Astronómico Vaticano de Castel Gandolfo.
El astrónomo estadounidense Guy Consolmagno, cuando ya contaba con un brillante curriculum científico, ingresó en 1989 a la Compañía de Jesús, tomando votos en 1991. En 2015 fue nombrado director de la Specola Vaticana, u Observatorio astronómico del Vaticano. En el 2000 la Unión Astronómica Internacional le dio su nombre a un asteroide de la faja principal, 4597 Consolmagno, conocido también como “Little Guy”.
Interrogado sobre Dios que como dice Santo Tomás, no es una evidencia, y sobre el universo como un reflejo de Dios señaló: “Dios es la evidencia de la existencia del Universo. Porque si no se cree en un Dios se podría pensar que el universo no existe, que es todo una imaginación”.
Añadió que “si no se cree en un Dios como en el Dios del cristianismo, no se puede creer en el universo que obra con leyes y con un sistema” contrariamente “sería un universo del caos, de los dios naturaleza, como Jove o Júpiter”. Precisó así que “esta no es nuestra idea de Dios. La idea es de un Dios sobrenatural que da espacio para las leyes de la Ciencia”.
“También creemos –añadió Consolmagno– en un Dios bueno que ha creado el Universo por su voluntad y no por un accidente o por un caso”. En un Dios “que ha dicho que el Universos es bueno, y que dijo ‘Esto es bueno’.
Sobre el evento que realizarán esta semana en Castel Gandolfo, precisó: “Es un congreso científico que quiere juntar a tantos expertos de varios campos especialistas en agujeros negros”. Y precisó que el congreso reúne no solo los teóricos de los agujeros negros, sino también aquellos que observan y a los que los estudian desde otras perspectivas científicas.
“Porque muchas veces sucede que hay un convenio de observadores, otros de teóricos, otros de agujeros negros, etc. Pero aquí queremos poner a los diversos científicos juntos, como en un taller”. Además porque “faltará siempre el tiempo para hacer presentaciones y discusiones, por ello queremos favorecer el intercambio libre de ideas”.

 

08/05/2017-18:38
Sergio Mora

Congreso del observatorio del Vaticano recordará al cosmólogo Lemaître

(ZENIT – Roma, Abr. 2017).- El congreso de la Specola Vaticana que se realizará en Castel Gandolfo del 9 al 12 de mayo, recordará a Mons. George Lemaître, a los cincuenta años de su muerte. Cosmólogo considerado por todos uno de los padres, si no el padre de la teoría del Big-Bang, fue director de la Pontificia Academia de 1960 a 1966.
Lo indicaron en la presentación de este lunes en la Sala de Prensa del Vaticano, en donde intervinieron Fray Guy Consolmano Sj, director de la Specola Vaticana; el cosmólogo Alfio Bonanno, del Observatorio Astronómico de Catania; y el cosmólgo del Politécnico de Milán, Fabio Sacrdigli.
El congreso lleva por título “Agujeros negros, ondas gravitacionales y singularidad del espacio-tiempo” (Black Holes, Gravitational Waves and Space-Time Singularities).
Indicaron que otra de las finalidades del congreso será animar a una interacción entre los participantes, provenientes de la cosmología teórica que observativa, y de crear un ambiente adapto al nacimiento de nuevas ideas y dirección de búsqueda en la cosmología contemporánea.
De hecho las recientes revelaciones de las ondas gravitacionales ha abierto un nuevo escenario en el modo de ver el universo y ha estimulado nuevas especulaciones sobre la verdadera naturaleza de la singularidad del espacio-tiempo.
Durante la ponencia indicaron que Lemaître fue el primero a explicar en 1927 el moto de recesión de las galaxias como un efecto de la expansión del universo y no como el movimiento peculiar de los objetos observados, gracias a complejas ecuaciones basadas en la teoría de la Relatividad de Einstein.
La conferencia de la Specola Vaticana es fruto también de la herencia científica de Lemaître, y por esta razón invita al debate sobre los temas abiertos por la cosmología y la astrofísica moderna: ¿Qué sucedería si uno cayese en un agujero negro? ¿Cuál es el destino último del cosmos? ¿Qué sucedió en los primeros instantes del Big-Bang?
Entre los participantes figura el premio Nobel de física en 1999, Gerald ’t Hooft, Roger Penrose y los cosmólogos George Ellis, Andrei Linde e Joe Silk.

Leer también: Guy Consolmagno: Si hay fe, estudiar el universo con la ciencia es un acto de oración

 

08/05/2017-04:47
Isabel Orellana Vilches

Beata Teresa de Jesús (Carolina Gerhardinger) – 9 de mayo

(ZENIT – Madrid).- Carolina nació en Regensburg-Stadtamhof, Alemania, el 20 de junio de 1797. Fue hija única. Su padre era capitán de barco. Ambos progenitores le proporcionaron la formación precisa para hacer frente a las adversas circunstancias sociales, políticas y religiosas generadas por la Revolución francesa. Dosificaron sabiamente su tiempo educándola en el hogar, sensibilizando su espíritu con la atención constante a los pobres, y ensanchando su mente con travesías sobre el Danubio rumbo a Viena. Durante un tiempo estudió con las canonesas de Notre Dame, fundación de san Pedro Fourier, hasta que en 1809 el gobierno clausuró esta institución y el centro académico regido por ellas.
El padre George Michael Wittmann, párroco de la catedral y después obispo de Regensburg, tuvo la visión de los grandes pastores. Seleccionó a tres de las alumnas más brillantes y se propuso seguir adelante con la tarea educativa. Una de ellas era Carolina. Wittmann le infundió la idea de ser maestra y le ayudó a culminar la formación. Tenía 12 años cuando comenzó a impartir clases. Desde un principio se caracterizó por su gracia y carisma en la enseñanza. Era muy competente humana y profesionalmente, una persona que no temía al esfuerzo. Además, y eso era lo esencial, vivía amparada en la penitencia y en la oración.
Durante más de veinte años hizo de la escuela de Stadtamhof, dirigida a niños sin recursos, un modelo a imitar. Impulsó la educación integral atendiendo a todas las necesidades de la persona. Introdujo disciplinas versátiles de suma utilidad para la vida: economía doméstica, idiomas, música, capacitación para los negocios, gimnasia, arte dramático... En todo momento fue consciente del influjo social que tienen las mujeres y madres, y del papel que ejercen si reciben una adecuada formación cristiana. Y dedicó su vida a paliar esta importante carencia que sufren los que viven en la pobreza, colectivo con el que se ensaña la falta de escolarización. Hizo posible que niñas y jóvenes pudieran optar a oportunidades, que de otro modo les habrían sido vedadas, accediendo en igualdad de condiciones a estratos sociales y políticos reservados a clases pudientes.
En 1816 se vinculó a dos maestras compañeras de trabajo que compartían sus ideales de estricta penitencia y oración. Fue una época que le sirvió para afianzar su anhelo de consagrarse en la vida religiosa. El prelado Wittmann vio en ello una señal del cielo para poner en marcha una comunidad dirigida a la educación cristiana de niñas y jóvenes. Con el restablecimiento de las libertades religiosas en 1828 el panorama había cambiado y podía afrontarse abiertamente una nueva fundación. De modo que indujo a Carolina a realizar esta empresa, asesorándola, aunque murió en 1833 sin ver culminado este sueño. Surgieron diversos contratiempos que hubieran hecho desistir a muchas personas de este empeño, pero no a una beata como ella que hacía de la oración y de su entrega la estela que le conduciría al cielo.
En octubre de ese año de 1833 inició vida comunitaria en Neunburg vorm Wald junto a dos jóvenes y estableció la primera escuela de las Hermanas de Notre Dame. Dedicada a María, el fundamento estaba en la Eucaristía y en el espíritu de pobreza. Contó con el apoyo del monarca Luís I de Baviera. En medio de las vicisitudes un sacerdote amigo de Wittmann, Franz Sebastian Job, lo secundó en la tarea de auxiliar a la fundadora. No le faltó su asistencia en el ámbito espiritual así como en el financiero hasta que se produjo su muerte en 1834.
Carolina profesó en noviembre de 1835 tomando el nombre de María Teresa de Jesús, en memoria de la santa de Ávila por la que sentía especial admiración. Y fundó la congregación de las Pobres Hermanas Escolásticas de Nuestra Señora. Las expectativas de muchas jóvenes hallaron respuesta en esta nueva institución vinculándose a la pequeña comunidad. De dos en dos, como Cristo sugirió, recorrían lugares donde el progreso no había hecho acto de presencia. Diversas localidades y aldeas de difícil acceso vieron renacer su esperanza con el florecimiento de jardines de infancia, escuelas, hogares para ancianos y centros de atención.
La congregación se extendió prontamente por Europa y Norteamérica. Carolina viajó a este país el año 1847 contribuyendo a la expansión de su obra. Se trasladó de un lado a otro en difíciles condiciones, recorriendo miles de kilómetros en carretas tiradas por bueyes para visitar las escuelas que sus hermanas habían establecido allí para educación de hijas de emigrantes alemanes. En este viaje, junto al beato Juan Neumann, fundó un orfanato en Baltimore. Al regresar a su país surgieron importantes problemas con el arzobispo de Munich-Freising, Graf von Reisach, fundamentalmente por el borrador de la regla, origen del litigio. Éste no compartía la idea de que existiera un gobierno central en la congregación regida a través de una superiora general; quería que dependiesen de él. En un momento dado, la beata estuvo amenazada de excomunión. Y compareció ante el arzobispo musitando en voz baja, mientras se hallaba arrodillada ante él, su deseo de someterse a sus indicaciones en la medida en que no vulneraran la voluntad de Dios y su conciencia. Siguió adelante, sin ver quebrarse ni un ápice su confianza en la divina Providencia, con espíritu perseverante, sosteniendo con su oración y entrega la misión recibida. Dio muestra de ser una mujer de gran fortaleza y empuje.
En 1865 Pío IX autorizó los estatutos y la confirmó como superiora general, oficio reservado hasta ese momento a los varones. Fue probada también al final de sus días ya que las guerras desatadas en Europa y América conllevaron el cierre de algunas de las misiones que abrió. El 9 de mayo de 1879 fallecía en Munich. Comenzó a cumplirse su anhelo de: «adorar y amar eternamente; regocijarse eternamente en la gloria de Dios y de sus santos», que había manifestado en vida. Juan Pablo II la beatificó el 17 de noviembre de 1985.

 

08/05/2017-06:15
Isabel Orellana Vilches

Beata María Catalina de San Agustín – 8 de mayo

(ZENIT – Madrid).- Nació en Saint-Sauveur-le-Vicomte, en la Normandía francesa, el 3 de mayo de 1632. Su influyente familia pertenecía a la alta burguesía. Su padre Jacques Symon, señor de Longprey era teniente alcalde de Cherbourg y prestigioso jurista. Fue la tercera de cinco hijos, pero desde sus 2 años de vida creció bajo el amparo de sus ilustres abuelos maternos, Jean et René Jourdan, personas de oración y de gran generosidad. Atendían a los pobres y enfermos en una especie de hospital, ayudados por sacerdotes y religiosos que prestaban su colaboración. Al transcurrir su infancia en tal ambiente de virtud, colmado de cuidados a los que tanto sufrían, en su corazón prendió la llama de la vocación. El jesuita padre Malherbe sació su curiosidad cuando a los 3 años le preguntó qué había que hacer para agradar a Dios. A través de un enfermo le explicó que podía lograrse como él, aceptando su enfermedad; así cumplía la voluntad divina. La niña tomó buena nota de ello y el resto de su vida estuvo marcada por el anhelo de complacer a Dios y darse a Él por entero.
Precocidad y firmeza en su decisión fueron dos características de su imparable progreso espiritual. A los 4 años comulgaba, a los 10 se integró en la cofradía del Rosario, y a los 11 hizo voto de castidad ante María, por la que sintió gran devoción, en compromiso escrito y sellado con su propia sangre. Prometió no cometer jamás ningún pecado mortal y rubricó esa crucial etapa incluyendo otras pautas que, junto a éstas, iban a conducirle a los altares: oración, meditación, confesión y, por supuesto, la recepción de la Eucaristía. Su abuelo, viendo tantos rasgos de virtud en ella, predijo que sería religiosa y sierva de Dios.
Dispuesta a ser hospitalaria, a los 12 años ingresó como postulante en el monasterio de la Misericordia de Bayeux, regido por las religiosas agustinas, con quienes le ligaban lazos de amistad y gratitud porque su familia las había ayudado económicamente. Con ello se cumplía el vaticinio efectuado por san Juan Eudes en 1643 quien anticipó que sería monja. No consta que haber sido objeto de dos predicciones le condicionara. Sencillamente vivía con naturalidad la entrega a la que iba siendo llamada en cada instante. Juan Eudes le fue aconsejando santamente y el 24 de octubre de 1646 –a la edad de 14 años–, tomó el hábito religioso. Fue una fecha cargada de tintes emotivos ya que en ella perdió a su querido abuelo. Como era de esperar, el grado de madurez humana y espiritual que había marcado una trayectoria poco común hacia una radical consagración fue palpable en el noviciado, ejemplar para el resto de la comunidad cuya edad superaba con creces la suya. La rutina pasó por su vida sin rozarla siquiera.
Dispuesta, atenta a cualquier atisbo providencial para vivir una mayor oblación, al conocer la demanda de religiosas para ir a Canadá cursada por la madre María Guenet de San Ignacio, superiora del Hôtel-Dieu de Québec no se lo pensó dos veces. Enseguida manifestó su anhelo de servir a Dios en ese hospital que la Orden regía desde 1639. No vieron factible en un primer momento dar respuesta a la demanda de Catalina. Su padre se opuso frontalmente. Pero al ver la férrea convicción que tenía: «vivir y morir en Canadá, si Dios te abría la puerta», no tardaron en cambiar de parecer religiosas, su padre y el prelado, que dio su visto bueno. En concreto el señor de Longprey cedió tras la lectura de la vida del mártir jesuita padre Isaac Jogues. Su madre Françoise Jourdan de Launay, que la beata perdió siendo muy niña, contemplaría desde el cielo este nuevo rasgo de virtud de su pequeña.
En 1648, a los 16 años, hizo sus primeros votos. Al profesar tomó el nombre de María Catalina de San Agustín. En mayo de ese mismo año se cumplió su deseo de partir a Canadá. Su juventud no fue óbice para emprender una travesía llena de vicisitudes que duró tres meses. En el trayecto contrajo la peste y sanó con la intercesión de la Virgen María. Llegó a Québec el 9 de agosto de ese año. Toda la ayuda era poca para las hermanas que le habían precedido. Su presencia fue como un don caído del cielo. Desde el primer momento se afanó ofreciendo lo mejor de sí en una agotadora tarea. Lo hizo con destreza y sentido práctico porque tenía formidables cualidades como enfermera. Aprendió las lenguas de los nativos de las tribus indias a los que asistían, y fue un modelo de sencillez y donación. Viendo sus muchos talentos, los superiores la nombraron administradora del monasterio y del hospital. Luego sería directora general de éste, así como maestra de novicias y ecónoma.
Se dedicaba a sus misiones en cuerpo y alma, ejercitando la caridad con una disposición admirable. Era encantadora en su trato, delicada, obediente, humilde, y vivía con auténtico espíritu de sacrificio. Todas las penalidades que se le presentaron las sufrió en silencio. Fue agraciada con dones místicos y favores del cielo que han sido subrayados por sus biógrafos. Y todo ello en medio de violentas tentaciones a las que fue sometida por el diablo. En una de sus experiencias místicas sobrenaturales vio al mártir san Juan de Brébeuf, a quien se encomendó. Su confesor y biógrafo el jesuita padre Ragueneau le sugirió que escribiera un diario, pero quedó destruido en el incendio del Hôtel-Dieu. Falleció en este lugar el 8 de mayo de 1668, a la edad de 36 años, aquejada por la tuberculosis. Había consumado su vida siendo estrictamente fiel a este anhelo: «Que se haga tu voluntad» en un ejercicio permanente de caridad. Juan Pablo II la beatificó el 23 de abril de 1989.