Buenos días hermanos y hermanas:
En estos días, 48 horas que estuve en contacto con ustedes,
noté que había algo raro, perdón, algo raro en el pueblo
ecuatoriano. Todos los lugares donde voy, siempre el
recibimiento es alegre, contento, cordial, religioso, piadoso.
Había en la piedad, en el modo, por ejemplo en pedir la
bendición desde el más viejo hasta la guagua. Lo primero que
aprende es hacer así.
Había algo distinto. Yo también tuve la tentación
como el obispo de Sucumbíos y pregunar ¿cuál es la receta de
este pueblo? Y, daba vueltas en la cabeza y rezaba. Le
pregunté a Jesús varias veces en la oración. ¿Qué tiene este
pueblo de distinto? Y esta mañana orando se me impuso, aquella
consagración al Sagrado Corazón. Pienso que se lo debo decir
como un mensaje de Jesús. Toda esta riqueza que tienen
ustedes, la riqueza espiritual de piedad, de profundidad,
vienen de haber tenido la valentía, aunque fueran momentos muy
difíciles, de consagrar la nación al corazón de Cristo, ese
corazón divino y humano que nos quiere tanto. Y yo lo noto un
poco con eso, divino y humano seguro que son pecadores, yo
también, pero el Señor perdona todo. Y custodien eso y
después, pocos años después la consagración al corazón de
María. No olviden esa consagración es un hito en la historia
del pueblo de Ecuador. Y de esa consagración siento como que
le viene esa gracia que tienen ustedes, esa piedad, esa cosa
que los hace distintos.
Hoy tengo que hablarle a los sacerdotes, a los
seminaristas, religiosos, religiosas y decidles algo.
Tengo un discurso preparado. Pero no tengo ganas
de leer. Así que se lo doy al presidente de la Conferencia de
religiosos para que lo haga público después.
Y pensaba en la Virgen, pensaba en María, dos
palabras de María. Ya me está fallando la memoria, pero no sé
si dijo alguna otra. Hágase en mí. Bueno sí, pidió
explicaciones de por qué la elegían a ella al ángel, ahí.
Hágase en mí. Y otra palabra, hagan lo que Él les diga.
María, no protagonizó nada. Discipuleó toda su
vida. La primera disculpa de su hijo. Y tenía conciencia de
que todo lo que ella había traído era pura gratuidad de Dios.
Conciencia de gratuidad. Por eso, hágase, hagan, que se
manifieste la gratuidad de Dios. Religiosas, religiosos,
sacerdotes, seminaristas, todos los días. Vuelvan, hagan ese
camino de retorno hacia la gratuidad con que Dios los eligió.
Ustedes no pagaron entrada para entrar al seminario, para
entrar a la vida religiosa. No se lo merecieron. Si algún,
religioso, sacerdote, seminarista o monja que hay aquí cree
que se lo mereció que levante la mano. Todo gratuito. Y toda
la vida de un religioso, de una religiosa, de un sacerdote, de
un seminarista que va por ese camino y ya que estamos digamos,
y de los obispos, tiene que ir por el camino de la gratuidad,
volver todos los días Señor, hoy hice esto, me salió bien
esto, tuve esta dificultad, ‘todo esto pero todo viene de
vos’. Todo es gratis. Esa gratuidad, somos objeto de gratuidad
de Dios. Si olvidamos esto lentamente nos vamos haciendo
importantes. Mira vos a este, que obras que está haciendo. O
mira vos a este lo hicieron obispo de tal lugar, qué
importante. O a este lo hicieron monseñor. O a este... Y ahí
lentamente nos vamos apartando de esto que es la base de lo
que María nunca se apartó. La gratuidad de Dios. Un consejo de
hermano: todos los días, a la noche quizá es lo mejor, antes
de irse a dormir, una mirada a Jesús y decirle, ‘todo me lo
diste gratis’. Y volverse a situar. Entonces cuando me cambian
de destino y cuando hay una dificultad, no pataleo porque todo
es gratis. No merezco nada, eso hizo María.
San Juan Pablo II en la Redemptoris Mater,
les recomiendo que la lean, sí agárrenla, léanla, es verdad,
el Papa san Juan Pablo II tenía un estilo de pensamiento
circular, profesor y era un hombre de Dios. Así que hay que
leerla varias veces para sacarle todo el jugo que tiene. Y
dice, que quizá María, no recuerdo bien la frase, quiero citar
el hecho. En el momento de la Cruz de su fidelidad, hubiera
tenido ganas de decir ‘¿y este me dijeron que iba a ser Rey?
Me engañaron’ Ni se permitió, porque era la mujer que sabía
que todo lo había recibido gratuitamente. Consejo de hermano y
de padre, todas las noches resitúense en la gratuidad. Y digan
hágase, gracias porque todo me lo diste vos.
Una segunda cosa que les quisiera decir es que
cuiden la salud pero sobre todo cuiden de no caer en una
enfermedad. Una enfermedad que es medio peligrosa, o del todo
peligrosa para los que el Señor nos llamó gratuitamente para
seguirlo o a servirlo.
No caigan en el alzheimer espiritual, no pierdan
la memoria, sobre todo, la memoria de dónde me sacaron. La
escena esa del profeta Samuel cuando es enviado a ungir al rey
de Israel. Va a Belén a la casa de un señor que se llama Jesé,
que tiene siete u ocho hijos. Y Dios le dice que entre esos
hijos va a estar el rey. Claro los ve y dice ‘debe ser este’,
es mayor, alto, grande, apuesto, parecía valiente. Dios le
dice: ‘no, no es ese’. La mirada de Dios es a la de los
hombres. Y así les hace pasar a todos los hijos y Dios le
dice ‘no, no es’. Y no sabe qué hacer el profeta. Y le
pregunta al padre, ¿no tienes otro? Y le dice, sí está el más
chico ahí cuidando las cabras, con las ovejas. ‘Mándalo
llamar’. Y viene un mocosito, tendría 17 o 18 años. Y Dios le
dice ‘ese es’. Le sacaron de atrás del rebaño.
Y otro profeta cuando Dios le dice que haga
ciertas cosas al profeta, ‘quién soy si a mí me sacaron de
atrás del rebaño’. No se olviden de donde les sacaron, no
renieguen las raíces.
San Pablo se ve que intuía este peligro de perder
la memoria, y a su hijo más querido, el obispo Timoteo a quien
él ordenó, les da consejos pastorales pero hay uno que toca el
corazón. No te olvides de la fe que tenía su abuela y tu
madre, es decir, no te olvides de dónde te sacaron, no te
olvides de tus raíces, no te sientas promovido.
La gratuidad es una gracia que no puede convivir
con la promoción. Y cuando un sacerdote, un seminarista, un
religioso, una religiosa, entra en carrera, no digo mal,
carrera humana, empieza a enfermarse de alzheimer espiritual.
Y empieza a perder la memoria de dónde me sacaron. Dos
principios para ustedes sacerdotes, consagrados y consagradas.
Todos los días renueven el sentimiento de que todo es gratis.
El sentimiento de gratuidad en la elección de cada uno.
Ninguno la merecimos. Y pidan la gracia de no
perder la memoria, de no sentirse más importante. Es muy
triste cuando uno ve a un sacerdote o a un consagrado o una
consagrada que en su casa hablaba el dialecto, o hablaba otra
lengua, una de esas nobles lenguas antiguas que tienen los
pueblos de Ecuador, cuántas tienen. Y es muy triste cuando se
olvidan de la lengua. Es muy triste cuando no la quieren
hablar, eso significa que se olvidaron de dónde lo sacaron. No
se olviden de eso. Pidan esa gracia
Eso son los dos principios que quisiera marcar. Y
esos dos principios si los viven todos los días, es una
trabajo de todos los días, todas las noches recordar esos dos
principios y pedir la gracia, esos dos principios si lo viven,
lo van a hacer vivir con dos actitudes.
Primero el servicio. Dios me eligió, me sacó,
¿para qué? Para servir y el servicio que me es pecualiar a mí,
no perdemos el tiempo, que tengo mis cosas, que tengo esto,
que no, que ya cierro el despacho. Sí, tendría que ir a
bendecir las casas pero estoy cansado. Hoy pasan una
telenovela linda por televisión, para las monjitas.
Y entonces servicio, servir, servir y no hacer
otra cosa. Y servir cuando estamos cansados. Y servir cuando
la gente nos harta.
Me decía un viejo cura, que fue toda la vida
profesor, en colegios y universidades, enseñaba literatura. Un
genio. Cuando se jubiló le pidió al provincial que le mandara
a un barrio pobre, un barrio de esos que se forman con gente
de fuera, que emigran buscando trabajo, gente muy sencilla. Y
este religioso estaba una vez por semana iba a su comunidad y
hablaba, era muy inteligente. En la comunidad, era una
comunidad de facultad de teología. Hablaba con los otros curas
de teología al mismo nivel, y un día le dice a uno: ‘ustedes
que son, ¿quién da Tratado de Iglesia aquí? Y un profesor. Te
faltan dos tesis ¿cuál? El santo pueblo fiel de Dios es
esencialmente olímpico, hace lo que quiere, y ontológicamente
hartante. Y eso tiene mucha sabiduría, porque quien va por el
camino del servir tiene que dejarse hartar sin perder la
paciencia porque está al servicio. Ningún momento le
pertenece. Estoy para servir, servir en lo que debo hacer,
servir delante del Sagrario pidiendo por el pueblo, pidiendo
por mi trabajo. Servicio, mezclado con lo de gratuidad y
entonces aquello de Jesús, lo que recibiste gratis, dalo
gratis.
Por favor, por favor, no cobren la gracia. Por
favor.
Que nuestra pastoral sea gratuita. Y es tan feo
cuando uno va perdiendo este sentido de gratuidad, se
transforma, sí hace cosas buenas pero ha perdido eso.
Y la segunda actitud que se ve en un consagrado,
una consagrada, un sacerdote que vive esta gratuidad y esta
memoria, estos dos principios, gratuidad y memoria, es el gozo
y la alegría.
Y es un regalo de Jesús ese. Es un regalo que nos
da si se lo pedimos y si no nos olvidamos de esas dos columnas
de nuestras vida sacerdotal o religiosa, que son el sentido de
gratuidad, renovado todos los días y no perder la memoria de
donde nos sacaron.
Yo les deseo esto. ‘Sí, padre usted nos habló que
quizá de la receta de nuestro pueblo era, somos así por el
sagrado corazón’. Sí es verdad eso. Yo les propongo otra
receta que está en la misma línea de gratuidad de Jesús.
Sentido de la gratuidad. Él se hizo nada, se abajó. Se
humilló. Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Pura
gratuidad sentido de la memoria. Y hacemos memoria de las
maravillas que hizo el Señor en nuestra vida.
Que el Señor les conceda esta gracia a todos. Nos
las conceda a todos los que estamos aquí y que siga, iba a
decir permeando, bendiciendo a este pueblo ecuatoriano, a
quien ustedes tienen que servir, y son llamados a servir, os
siga bendiciendo con esa peculiaridad que yo noté desde el
principio al llegar acá.
Que Jesús los bendiga y la Virgen los cuide.
Transcripción hecha por ZENIT