15.07.14

Ya pueden matarme si quieren, ya soy sacerdote


Seis mártires de la guerra civil española nacieron un 15 de julio: un sacerdote diocesano de Valencia, otro escolapio barcelonés, otro franciscano vizcaíno, otro agustino leonés, un alumno de teología -también agustino- zamorano y un marista ilerdense.

El 19 de julio animó a los jóvenes a confesarse y prepararse para el martirio

José Toledo Pellicer, de 27 años, oriundo de Llaurí (Valencia) y coadjutor de Banyeres de Mariola (Alicante), fue asesinado el 10 de agosto de 1936 en la playa valenciana del Saler y beatificado en 2001. Al llegar la República, según lo publicado por Hispania Martyr, sus familiares le aconsejaron que dejara la carrera eclesiástica, a lo que él replicó: “Lo más que pueden hacerme es matarme, y ¿qué más puedo desear yo que morir por Cristo?”. Tras ser ordenado sacerdote en 1934, dijo a sus amigos: “¡Quien me había de decir a mí que haría milagros!”; y a su madre: “Ahora ya pueden matarme si quieren, ya soy sacerdote”.

Desde las elecciones de febrero de 1936 se rumoreaba un asalto a la iglesia parroquial de Banyeres, por lo que cada noche reservaban el Santísimo en casa de uno de los dos coadjutores. El 19 de julio, el padre Toledo dio un retiro a los jóvenes y les exhortó a una confesión general, preparándoles para el martirio, despidiéndose de ellos con un “¡Hasta el Cielo!”. Al día siguiente se presentaban los del Comité en su casa y le exigían las llaves de la parroquia. Llamó Don José a jóvenes feligreses de confianza y sumieron las formas. Tras dar gracias, con lágrimas les dijo: “Ya no tenemos a Jesús en Banyeres, Él sabe lo que ha de ser de nosotros”. Huyó por los montes a Bocairente, pero regresó al pueblo para recoger a su hermana, y el Comité lo metió en la cárcel el 23 de julio con los otros dos sacerdotes y algunos de sus jóvenes catequistas. El día de Santiago, no pudiendo decir Misa, los presos entonaron canticos en la cárcel, que se oían desde la calle. Dos días después fueron quemados las imágenes y ornamentos de la iglesia.

Los de Alcoy reclamaban la muerte del padre Toledo, pero los de Banyeres optaron por llevarlo a su pueblo natal, Llaurí, entregándole al Comité. Allí le hicieron trabajar durante cinco días en el monte arrancando aliagas y arbustos para leña. El sacerdote, alegre, decía: “Me harán encallecer las manos, pero siempre estarán consagradas”. Le obligaron a presenciar la quema de imágenes, archivo y objetos de culto de la iglesia parroquial, y luego, rodeado de escopeteros le hicieron barrer y recoger las cenizas de la hoguera en presencia de todo el pueblo. El 10 de agosto por la mañana ocho milicianos le fueron a buscar a su casa, y por la tarde, junto con los otros tres sacerdotes hijos del pueblo, cuya presencia el Comité había reclamado: Tomás Peris Rubio, cura de Alcalá de la Jovanda; Baldomero Rubio Meliá, coadjutor de Guadassequies y José Eugenio Serra Meliá, cura de Carpesa (que no han sido beatificados), los cargaron en un camión, y los llevaron al Saler de Valencia. Atados y de rodillas, antes de morir, Don José Toledo dijo a los milicianos: “Cuando regreséis al pueblo ¿qué diréis a nuestras madres?”. Ante su silencio, prosiguió: “Decidles de nuestra parte que nos habéis dejado en buen sitio, en un sitio que vosotros no conocéis”, señalando el cielo, dio un “¡Viva Cristo Rey!” que corearon sus tres compañeros y unas descargas acabaron con sus vidas. Llevados sus cadáveres al cementerio de Valencia, en 1939 fueron trasladados a la cripta de la capilla del Santísimo de la parroquia de Llaurí.

Su madre oyó los tiros con que lo mataron

Ignacio (de San Ramón) Casanovas Perramón, de 43 años y natural de Igualada (Barcelona), sacerdote escolapio, fue asesinado el 16 de septiembre de 1936 en Òdena (Barcelona) y beatificado en 1995. Profesó como escolapio en 1914, ordenándose sacerdote en 1916, y llevaba desde 1921 en el colegio de Nuestra Señora en Barcelona. Era músico y pianista.

Al estallar la guerra, estaba de vacaciones con su familia en la finca Can Brunet de Òdena (Barcelona), y aunque le aconsejaron ir a Barcelona, no quiso dejar a su madre, en cuya capilla celebraba misa; además daba los sacramentos a los moribundos. El 15 de agosto, en un registro, quemaron todos los objetos religiosos, aunque el sacerdote pudo escapar, sabiendo sin embargo que sus días estaban contados. El 16 de septiembre a mediodía fueron a buscarlo y consoló a su madre al despedirse. Le avisaron de que iban a fusilarlo, por lo que le dieron tiempo para arrodillarse y rezar, pero apenas empezado el padrenuestro lo abatieron, a tan escasa distancia que su madre oyó los tiros.

 

 

Félix Echevarría Gorostiaga, sacerdote franciscano nacido el mismo día (y año, 1893) que el anterior, era de Ceánuri (Vizcaya), fue -junto con su hermano Luis, dos años menor- uno de los siete del convento de Fuente Obejuna (Córdoba) asesinados el 22 de septiembre de 1936 en Azuaga (Badajoz) y beatificados en 2007 (ver artículo del 25 de marzo).

 

 

Senén García González, de 31 años y oriundo de Villarín (León), sacerdote agustino, fue asesinado el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos de Jarama (Madrid) y beatificado en 2007.

 

 

José Gando Uña, de 26 años y natural de Villageriz de Vidriales (Zamora), era alumno de teología agustino, fue asesinado el 30 de noviembre de 1936 en Paracuellos y beatificado en 2007.

 

 

 

Jaime Cortasa Monclús (hermano Pedro en los Maristas), de 53 años y nacido en Millá (Lleida), fue asesinado el 1 de enero de 1937 en Santander (ver artículo del aniversario) y beatificado en 2013.

 

Más sobre los 1.523 mártires de la guerra civil española, en Holocausto católico.